Capítulo 1

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Regresar a casa después de un largo y cansado día debería ser un alivio, pero no para Malina. La chica con mirada fija a un punto y ajena a la conversación a su alrededor no tenía ningún lugar al cual llamar casa, al menos no desde hace mucho tiempo. El "hogar" en la cual la habían obligado a estar nunca se sintió bien, la mayoría de las veces se sentía sola y desamparada, a pesar de recorrer los mismos pasillos de siempre, de saludar a las mismas personas de todos los días, se veía como un lugar desconocido para ella.

— ¿Hay algo más en lo que podamos ayudarle, señor Duarte? —su padre la miró esperando alguna respuesta por parte de ella, sin embargo, lo único que obtuvo fue indiferencia. Un poco aturdido ante aquella expresión se aclaró la garganta y con voz fuerte y clara respondió.

—Nos ha ayudado lo suficiente, no encuentro la manera de poder agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros —el director de la clínica, por no llamar "manicomio" se levantó enorgullecido de su asiento y extendió la mano que de inmediato fue correspondida por Daniel, quien no había tardado demasiado en imitar sus movimientos.

—Ha sido todo un placer haber podido ayudar a su hija señor Duarte, no existe manera de agradecer más que verla partir de nuevo a casa.

Por fortuna para ella, esa pequeña reunión acabo más pronto de lo esperado y antes de poder cantar victoria su estado de ánimo cayó, no había escapado de una conversación incómoda, si no, había comenzado su camino al lugar al que menos quería ir.

— ¿Ahí están todas tus pertenencias? —una pequeña maleta de mano hizo que su padre se detuviera antes de llegar al auto, no entendía su sorpresa si se sabía que en los psiquiátricos nunca dejaban tener demasiadas pertenencias—. ¿No traes otra maleta?

—Esta es la única —la culpa en su rostro fue remplazada lo suficiente rápido para dejar ver una sonrisa.

—No importa, compraremos muchas más cosas una vez lleguemos a casa.

Malina asintió ante su comentario y agradeció el gesto de abrirle la puerta. El viaje a la mansión Duarte iba a ser largo y su padre parecía entusiasmado de poder platicar con ella, aun cuando no dijera mucho. Él parecía estar haciendo un gran esfuerzo en ello, sin embargo, su ánimo fue cayendo cuanto más corta se volvía su respuesta, esa fue la razón por la cual decidió aconchar su cabeza al vidrio y fingir dormir, al menos por un rato.

Estaba cansada, casi agotada, por lo cual al cerrar los ojos y escuchar el sonido del auto rugir fue suficiente para hacerla dormir. Hubiera deseado quedarse así, no quería abrir los ojos y ver que había llegado a su destino, pero para su desgracia aquel deseo soñado había acabado, todo en un abrir y cerrar de ojos.

—Mali cariño, despierta —la chica se removió en su asiento soltando un pequeño quejido—. Estamos en casa.

Al bajar del auto Malina quedó inmovilizada, la imponente casa frente a ella se alzaba como un recuerdo de las sombras que habían oscurecido su existencia. El corazón retumbaba en su pecho mientras sus ojos recorrían cada detalle de la casa que aún permanecía intacta, su mirada se perdió en la fachada y en las grietas de su "hogar" que parecían guardar los secretos de su pasado. Malina tragó saliva, intentando controlar la avalancha de emociones que amenazaba con desbordarse. A pesar del miedo que la invadía decidió dar un paso adelante, ya estaba aquí, no tenía escapatoria así que hizo lo que estaba acostumbrada a hacer.

Cruzar el umbral.

—Bienvenida a casa —a diferencia del miedo que ella desbordaba, su padre, sonreía de oreja a oreja mientras su mirada se iluminaba, decir que lo envidiaba era poco—. Puedes recorrer la casa después por ti mismo —cuando era pequeña todo le parecía tan gigante en esta casa, pero ahora, después de tantos años, las cosas se habían reducido a un gran tamaño—. Martha nos está esperando en la cocina.

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