Capítulo 16

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Todo pareció cobrar sentido en ese beso. El reconfortante roce que Isabella le ofrecía que la hacía ansiar aún más; el aleteo nervioso en su corazón cada vez que Isabella se acercaba, los sonrojos en su rostro ante las palabras bonitas de Isabella. Cada instante en el que no pudo describir lo que le sucedía pasó por su mente, aclarándolo todo y revelándole que, durante todo este tiempo, había estado anhelando y deseando este nuevo sentimiento.

Los labios de Isabella permanecían delicadamente posados sobre ella, mientras sus manos continuaban acariciando el rostro de la morena. Cada roce de sus labios se convertía en una caricia apasionada que encendía su corazón.

Malina se quedó sin aliento al separarse; los ojos de Isabella destellaban con tal intensidad que su cuerpo entero se calentó y su rostro se tiñó de rojo al recordar el beso. Aún sentía el cosquilleo en sus labios, anhelando más.

— ¿Desde cuándo?

— ¿Desde cuándo? —Malina frunció el ceño.

—Desde cuándo compartes los mismos sentimientos que yo... si es que lo haces. ¿Lo haces, ¿verdad? —Isabella había detenido el torrente de palabras que minutos atrás no había dejado de soltar; sin embargo, la duda e incertidumbre seguían reflejándose en sus ojos, como si el beso compartido no hubiera sido suficiente.

—Lo hago —decirlo en voz alta se sintió distinto—. No sé cuándo sucedió... fue como aprender a escribir, o a leer, o caminar; simplemente ocurrió.

— ¿En verdad?

—No mentiría sobre esto, Isa —Malina tomó las manos de Isabella entre las suyas.

Por un instante, Isabella observó sus manos, ruborizándose intensamente, mientras una sonrisa tímida y radiante iluminaba su rostro, provocando que Malina también sonriera.

—Niñas —la voz de la Hermana Clara las hizo distanciarse abruptamente.

Las chicas permanecían inmóviles en el suelo, con expresiones serias y perturbadas por el hecho de que la Hermana Clara las hubiera descubierto. Sin embargo, el rostro sosegado de la monja sugirió que no había observado nada.

—Hermana —Isabella fue la primera en recuperarse—. Hemos terminado con la tarea, ¿necesita ayuda con algo más?

—No, pueden ir a casa, parece que el señor Duarte se encuentra esperándolas afuera —Isabella asintió—. Y no olviden estar el sábado aquí temprano, necesitaré ayuda con los niños para el catecismo.

—Claro Hermana.

Malina seguía pálida junto a Isabella, quien no permitió que se recuperara al arrastrarla hacia la salida, con la esperanza de que volviera a cobrar color. Una sonrisa tímida de Isabella bastó para devolverla a la realidad. Se sintió aliviada al experimentar la suave brisa en su rostro en lugar de las sombras asfixiantes de la iglesia.

— ¿Estas bien? —la dulzura en su voz la hicieron asentir—. ¿Nos vamos ya a casa?

—Eso suena bien.

En el trayecto de vuelta a casa, Isabella asumió la responsabilidad de dirigir la conversación con su padre, mientras que Malina apenas contribuía con aportaciones breves. Su mente parecía estar en otro lugar más que en la charla. Isabella, consciente de sus pensamientos, notaba que ambos se ruborizaban cada vez que sus miradas se encontraban. Malina no podía evitarlo, especialmente cuando sus pensamientos durante todo el trayecto se centraban en el beso compartido con Isabella.

Cuando llegaron a casa, Malina estuvo a punto de huir corriendo hacia su habitación, pero la mano suave de Isabella se enredó en su muñeca, impidiéndole escapar. La mirada suave y dulce de Isabella lograron detener sus pasos. Isabella estaba a punto de decir algo cuando Martha apareció por la puerta y solicitó la ayuda de la morena. Esta última resopló al verse interrumpida en sus planes, soltando su mano mientras le brindaba una breve sonrisa.

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