Capítulo 2

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El agua fría en su rostro parecía devolver un poco de tranquilidad a su inquieto corazón. La chica no había logrado dormir más que unas pocas horas durante la noche y después de eso se había encontrado mirando el techo sin alguna razón. 

El frasco acomodado perfectamente en el lavabo, donde pudiera verlo, no había dejado de causarle molestias; al cerrar la llave, al salir de la regadera, al secar su cabello. La tranquilidad que la mañana parecía ofrecer solo se encontraba en el exterior, pues dentro su cabeza un mar de pensamientos turbulentos parecían azotarla. Sus manos empezaban a temblar ligeramente y la opresión en su pecho amenazaba con dejarla sin aliento. Malina cerró los ojos y se dejó llevar por la danza de pensamientos contradictorios; no debía tomarla, lo sabía perfectamente, pero la inquietud e incertidumbre gritaban a por las pastillas, solo una, no pasaría nada si tomaba solo una.

—No —la chica salió del baño azotando la puerta y se obligó a ser fuerte—. Uno —todos los años en los que había lidiado con la misma situación y había salido victoriosa no debían ser en vano—. Dos —y menos por aquella estúpida casa—. Tres.

Sus manos dejaron de temblar con insistencia y debido a aquella técnica había logrado salir de su habitación sin ningún problema, pero más tardó en calmarse que en lo que algo nuevo la azotaba. No tenía intención de escuchar a sus padres, era algo que se había vuelto frecuente antes de irse de casa y ahora que estaba devuelta parecía que las discusiones de sus padres también habían regresado.

—Tu hija llegó ayer ¿No piensas siquiera salir a saludarla? Han pasado años desde que no la ves ¿No sientes curiosidad al saber cómo es ahora? —la dura voz de su padre era lo único que podía escuchar—. Ella preguntó por ti ayer —callando las voces de su cabeza, intentó acercarse a la habitación de sus padres, en busca de la más mínima respuesta que su madre pudiera dar—. No puedes esconderte más en nuestra habitación —sin embargo, para su mala suerte, su madre hablaba tan bajo que apenas podía escucharla—. Malina necesita una madre, ella necesita a SU madre. 

El estruendo de un jarrón caerse detuvo la discusión. El sonido del vidrio quebrarse fue tan inesperado y estridente que pareció sonar en cada rincón de la casa. En ese momento, el tiempo pareció detenerse.

El silencio posterior fue ensordecedor. Malina quedó paralizada, sintiendo una oleada de pánico y vergüenza recorrer su cuerpo. Si se quedaba un segundo más en la escena sin hacer algún movimiento sería descubierta, así que cuando sus reflejos reaccionaron se encontraba corriendo escaleras abajo. 

En el apuro de la huida, su cuerpo y mente se sintonizaron en una sincronía de torpeza. Cada paso era incierto, cada escalón una amenaza, y el temor al ser alcanzada alimentaba la ansiedad que corría por sus venas. Su corazón seguía latiendo desbocado mientras descendía, entonces chocó abruptamente con alguien. Isabella, la persona que una vez fue su confidente y compañera de juegos, la detuvo en seco. El impacto físico significó una oleada de emociones que se desencadenaron dentro de ella. La sorpresa, el susto y la confusión se mezclaron, mientras su cuerpo temblaba ligeramente. 

—Hey —la mirada llena de preocupación hacia ella empezó a aturdirla—. ¿Estás bien? ¿Qué sucede? —las cálidas manos que sostenían sus brazos le impedían hablar ¿Qué le sucedía? —Te ves agitada ¿Vamos por un vaso de agua? —saliendo de su trance y mirando hacia atrás Malina asintió.

— ¿Todos despiertan tan temprano? —después de unos minutos en salir de su trance y un vaso de agua fría, sus emociones se habían calmado, incluso tenía a una Isabella mucho más relajada.

—Yo no, solo desperté más temprano para ayudar a mamá a preparar el desayuno.

— ¿Y dónde está?

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