Encuentro

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Esta vez Magnus fue a quedarse a su casa de Berkeley Square, puesto que iba a Londres por tiempo indefinido, lo había preferido así. Visitar a Katlyn ya no era opción, porque si existía algo que no pensaba hacer, era comprometerse. Pensaba cumplir su palabra de dedicarse a su hijo, pero, sin embargo, estaba en Londres buscando diversión.

Magnus siempre viajaba en compañía de su lacayo, porque necesitaba que sus atuendos y botas siempre estuvieran a punto. En aquella casa solo había una mucama, un ama de llaves, un cuidador y una cocinera, por lo que necesitaba su asistente personal. Si bien eran pocos empleados comparados con los que había en Clandon Park, eran más que suficientes para hacerse cargo de una casa tan pequeña. Además, sus visitas eran esporádicas y cortas. Acudía una lavandera cuando se requería y personal de limpieza externo se hacía cargo de asear todo, una vez al mes, a menos que se anunciara visita del conde. Como esta vez había llegado sin avisar, los muebles estaban cubiertos por sábanas y no habían ido los de la limpieza.

-No se preocupe -le dijo al ama de llaves-. Solo quiero algo de cenar antes de irme a la cama. Mañana saldré al Club después del desayuno y tendrán tiempo de sobra para poner todo en orden.

-Muy bien, milord -repuso la mujer y fue a cumplir las órdenes del conde.

Por la mañana, Magnus salió tarde de la cama. Debería haberse sentido culpable por cómo había abandonado su casa, pero, por el contrario, se sentía relajado; hacía mucho que no descansaba tan bien.

En su reloj de cadena ya era casi el mediodía cuando salió a la calle. Decidió que podía caminar hasta el club y no molestó al cochero que había guardado el carruaje en una cuadra algo distante de la casa.

El portero del club lo recibió bien, como siempre, y expresó extrañeza por no haberlo visto durante tanto tiempo por el lugar.

-Estuve muy ocupado, Horacio -repuso Magnus con amabilidad.

Al entrar al salón y repasar a los concurrentes, entre todos, y con asombro, descubrió una cara conocida -dejó su sombrero a un camarero y se fue directo a saludar con una palmada en la espalda a su amigo.

-¡Collins! -exclamó al tiempo de dar el golpe. El aludido se dio vuelta, molesto, pero al observar el rostro de Magnus, el suyo propio se iluminó.

-¡Barrington!

-¡Pero, hombre, tanto tiempo!

-¡Lo mismo digo!

Los amigos se abrazaron con amistad sincera. Habían estudiado juntos y salido a conquistar doncellas, también juntos. Después habían tomado caminos separados de acuerdo a sus propios intereses. En la actualidad, se cumplían alrededor de diez años sin verse.

-Eres el último hombre con el que pensé encontrarme, y justamente en este lugar -dijo Magnus, riendo.

Ambos se sentaron y enseguida apareció un camarero a tomar su orden.

-Tienes que contarme todo lo que has hecho en este tiempo -continuó Magnus, al tiempo que ponía una mano sobre el hombro de su amigo, sin poder creer todavía que estaba sentado junto a él en el club. Como en los viejos tiempos.

-Se hará de noche si te cuento todo.

-No importa, podemos ir a casa, a menos que ya te hayas vuelto un hombre de familia.

-Aún no. He vagabundeado por varios países, pero nunca encontré la adecuada. ¿Y tú?

-Yo sí me casé, o me casaron, mejor dicho. Duramos tres años, ella murió recientemente. Era muy joven.

-Lo siento amigo. ¿Tuvieron hijos?

-Sí, un varón, pero creo que no soy un buen padre. Tiene apenas dos años y aquí estoy, buscando diversión.

Comieron en silencio, permaneciendo cada uno absorto en el plato que tenían por delante. Estuvieron así por un buen rato, hasta que lord Collins tuvo una ocurrencia repentina y dejó a un lado el tenedor. Miró atentamente a su amigo antes de hablar.

-Dijiste que te habían casado, ¿cómo fue eso?

Sin omitir detalle, Magnus refirió todo lo que había ocurrido en esos tres años, inclusive tuvo el desatino de comentar la soltería y el carácter de su cuñada, lo que causó risa a su amigo, quien de inmediato se formó una imagen mental de Olivia, diciéndose que debía conocer a ese esperpento.

Después la conversación cambió de rumbo y hablaron de los viajes de lord Collins, que prácticamente había recorrido el globo de este a oeste. Charlaron sobre las mujeres que había conocido, sobre los balcones de los que se había tenido que arrojar y de los hijos que no esperaba tener desperdigados por el ancho y vasto mundo.

Mary Dalton se sintió a gusto de inmediato en la casa de Sir Weckly; él era un hombre atento y generoso. Cuando fue presentada con Elizabeth Connors, la hija del baronet, Mary la reconoció de inmediato como una mujer con la que podría llevarse muy bien, dada la ingenuidad que se percibía en su mirada. La elegancia de Mary Dalton deslumbró a la joven, que pese a tener dinero no sabía vestirse bien, por lo que la mujer mayor vio en ella un verdadero diamante en bruto que podría pulir a su antojo. Con la rapidez con que cae un rayo en un árbol, así mismo Mary discurrió que no había podido caer en mejor lugar para salir de la situación en la que estaba, aunque la que tuviera que conseguir esposo fuera ella en vez de su hija mayor. La clave estaba en conquistar a Elizabeth, puesto que ella constituía la nueva escalera que la llevaría al cambio de posición que tanto anhelaba. 

Insoportablemente enamoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora