Altezas del Hielo

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Advertencias: Seria referencia a matrato infantil
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Theo primero empezó acelerando el paso, para luego comenzar a correr por los pasillos del castillo. No se preocupó si lo seguían o a donde iba, lo único que quería era poner la mayor distancia posible entre la versión joven de su madre y él.

Cuando llegó al séptimo piso, su dolor rompió sus paredes de oclumancia, desatando un llanto que lo obligó a doblarse y a sostenerse por un tapiz que conocía muy bien. 

Pronto una puerta se hizo presente, cómo si la Sala de Menesteres sin necesidad de que él pasará tres veces ya supiera lo que necesitaba.

El llanto de Theo aumentó, cuando al entrar no se encontró con la sala que siempre usaban con Hermione como refugio, sino su antigua habitación de Malfoy Manor. Lugar que le fue dado, luego de que en una navidad Narcissa evitará que su padre lo torturara y se ofreció a cuidarlo.

Lo que nadie dijo esa noche, era que Lady Malfoy jamás le dio a Lord Nott la opción de negarse, porque desde el momento que ella vió en la mirada del Theo de once años, una súplica silenciosa de poder reencontrarse con su amada madre, ella supo que ese niño sería ese segundo hijo que se le fue negado por la maldición Malfoy, luego de tener a Draco.

Esa noche, tras la cena, Narcissa lo había curado, mimado y consolado. También le brindó una habitación que con el pasar de los años Theo acondicionó a su gusto. Fue su primer refugió, de la misma forma que el lugar de sus alegrías, donde junto a Draco jugaban, leían, reían y se escondían de los Malfoy mayores luego de alguna travesura.

Theo como un fantasma camino hacia el espejo que estaba en medio de la sala y tras cerrar los ojos, lentamente comenzó a quitarse la parte superior del uniforme, seguido del hechizo glamour.

Cuando volvió a abrir los ojos, volvió a verlas después de mucho tiempo. Las heridas de su cuerpo, las quemaduras infligidas por los cigarros apagados contra su piel, las cicatrices dejadas por el cruciatus y los huesos mal curados tras ser destrozados por los golpes o hechizos experimentales. Con el tiempo la mayoría fue mejorando y las que no, simplemente él aprendió a vivir con ellas hasta que se convirtieron en nada más que una ocurrencia tardía que hacía que su vida, que ya era miserable, lo fuera aún más. Un recordatorio de quién era y que merecía de este mundo.

Sin embargo, Theo lo sabía mejor, porque podía reconocer que las heridas más profundas eran las que estaban grabadas en su corazón, las que fueron talladas a fuego en el alma del niño que no quería nada más que ser amado por aquellos a los que amaba, pero en cambio se le dio una marca que le recordaría toda su vida que la oscuridad lo acompañaba.

Su cuerpo era un lienzo que evidenciaba cuán cruel puede ser el mundo para un niño que perdió a su madre en su niñez y no contaba con una sola persona para que cuidara o salvara de su padre.

Un jadeo de horror se escuchó detrás de él, haciéndolo salir de su mente atormentada, dado el pánico que lo recorrió. 

Allí, a través del espejo, azul cielo y azul océano se encontraron. Venus estaba parada detrás de él, con lágrimas en los ojos y la boca tapada con ambas manos para no gritar frente al horror que veían sus ojos. Ella pudo darse cuenta que la historia contada por la piel del castaño, no databa de pocos años, sino que además de trágica, era antigua.

Theo se sentía desnudo en todo sentido, a pesar de tener únicamente el torso descubierto; sentía que la rubia no sólo podía ver su cuerpo, sino su alma y sus más oscuros secretos.

—¿Qué haces aquí? — Ambos estaban sorprendidos de lo pequeña que había sonado la voz de Theo.

—Yo...-yo...—Tartamudeó la rubia—Te vi…no sentí…que algo iba mal cuando saliste corriendo del comedor.

El Sacrificio de AmarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora