El saqueo

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Llovía. Cabría pensar que la horrible tormenta que había estado acechando desde hacía varios días habría pospuesto al menos un tiempo la dichosa ceremonia del nuevo emperador, pero no fue el caso. En realidad, todos en la familia Fa dudaban que algo pudiese detener a un hombre sediento de poder.

A Mulan le impresionaba cómo las nuevas generaciones sentían cada vez menos respeto hacia las autoridades, a pesar de que se suponía que los lideraban para garantizar la paz. Su padre, al menos, le había enseñado aquello. A Fa Zhou le gustaba contar historias de su juventud, cuando había luchado por el honor y la libertad de China. Sus ojos brillaban y su voz parecía perdida en un poema olvidado tiempo atrás, como el gran amor de su infancia que nunca logró conquistar. Al principio, Mulan pensaba que era por la dicha que le había provocado en su momento, pero al pasar de los años se dio cuenta que era porque en realidad nunca lograron tener libertad real. El sueño de su padre se había quedado como eso: un sueño.

El nuevo emperador era distinto a todos los que le habían precedido. Era alto, duro y con ojos sin brillo, como si su alma no siguiese nutriendo su existencia de vida. Y aunque nadie se dio cuenta de ello en ese momento, era exactamente el caso. Porque en su lucha por el poder había perdido algo más que soldados.

Esa tarde, la familia Fa almorzó con tranquilidad. Conversaron sobre el festival que se celebraría la semana próxima, sobre la nueva institutriz de Mulan y cómo su hermano gemelo Minzhe debía comenzar a tomar más en serio sus entrenamientos de artes marciales. Su señor padre no sabía que el muchacho no sabía nada en absoluto de combate cuerpo a cuerpo, ya que en cada momento que había podido, había sido Mulan quien había recibido las clases en su lugar.

Durante la noche, la joven de oscuro cabello caminaba hacia su habitación con una lámpara de aceite en manos cuando sintió un familiar tirón en su tobillo izquierdo. Sonrió con pesar un instante antes de bajar la mirada hacia el espíritu del joven dragón que se aferraba a su pierna como si su vida dependiese de ello.

-Vamos, Mushu, no puedes seguir ocultándote del dragón de piedra -dijo, en voz baja, para evitar ser escuchada por ningún miembro de su familia. Nadie en su casa sabía que ella podía ver espíritus, y lo prefería de esa forma, ya que había escuchado que a las personas con esa habilidad aún se las quemaba por herejes en algunas partes del mundo.

-El GRAN dragón de piedra -dijo él, con una enorme sonrisa nerviosa. Cruzó sus escuálidos brazos, refunfuñando-. No debería estar tan cabreado, no es mi culpa que la cabeza le quede tan grande y se le caiga con facilidad.

La ventana al lado se empañó lentamente, y para la muchacha se sintió como si todo el calor de la habitación fuese drenado de golpe, por lo que el pequeño Mushu lo tomó como su señal de salida. Mulan pretendió no notar el cambio a su alrededor, porque la última vez que había intentado hablar con el dichoso espíritu, éste la había visto con ojos llameantes y luego de alguna forma se había adentrado a la fuerza en su cuerpo, dejándola débil y entumecida por horas.

Era poderoso, y a pesar de sus muchos esfuerzos, ella aún despertaba por las noches con escalofríos y observando aterrorizada a las sombras a su alrededor.

No, era mejor dejar a Mushu lidiar con sus problemas, porque lo más que podían hacerle a él era asustarle. Con ella, muchas cosas podían salir mal.

Apenas durmió nada esa noche, pensando en todos los preparativos que se había ofrecido a brindar para el festival, sin saber que sería la última noche de tranquilidad que tendría en mucho tiempo.

*****

La mañana siguiente, Mulan despertó sobresaltada por los gritos de la Abuela Fa. Ella se encontraba en los jardines, pero era audible desde considerables metros de distancia, mientras forcejeaba con sus visitantes no deseados.

Fa Mulán y el laberinto de las almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora