Un lugar de muerte

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La mañana siguiente, la familia Fa insistió en acompañar a Mulan hasta las puertas del laberinto, donde una ceremonia se llevaría a cabo. Todos los habitantes de China querían rezar por sus familiares, ya que había muchos rumores sobre lo que aguardaba dentro de esas lúgubres paredes.

Los padres de Mulan habían creído el cuento que ella les contó al amanecer. Se mostró temerosa y caminó encorvada y encogida, como su hermano siempre hacía, y les dijo que estaba dispuesto a entrar a ese sitio si con ello había una oportunidad de recuperar las tabletas. Minzhe, para su crédito, lucía como una dama en su lugar. Parecía lleno de gracia y serenidad.

Mulan se preguntó si los dioses no se habrían confundido en su nacimiento, porque con total certeza, habrían jugado muy bien el rol del otro.

Había sido únicamente la Abuela Fa quien se acercó en silencio a Mulan al llegar al lugar y le dio una pequeña bolsa de tela del tamaño de su puño.

-Es para la buena suerte -dijo en voz baja, con una gran sonrisa, y luego agregó-: Sé buena y trae un hombre a casa. Seguro que habrá muy buenos partidos dentro.

La muchacha abrió los ojos como platos, pero antes que pudiera responder nada, su abuela se había marchado.

Fa Zhou y Fa Li abrazaron con fuerza a su hija y felicitaron su valor, diciéndole que estaban orgullosos de él. Mulan tragó el nudo en su garganta y les aseguró que haría todo lo que estuviera en su poder por volver a casa.

Y antes que pudieran ponerse aún más emocionales, ella giró sobre sus talones y atravesó las enormes puertas metálicas.

Los habitantes de China comenzaron la oración en cuanto todos los hombres dispuestos entraron, e incluso luego que los muros se cerraron tras ellos, todos pudieron escuchar el eco distante de las voces fuera.

Frente a ellos había un denso follaje, árboles enormes y matorrales donde podrían esconderse sin problemas, de modo que el dichoso, -y temido- laberinto aún no estaba a la vista. Nadie se atrevía siquiera a verlo de lejos, de modo que se habían asegurado que hubiese una distancia considerable entre sus viviendas y ese lugar de muerte.

Los hombres a su alrededor vestían cotas de malla, yelmos y botas altas, además de escudos y algún tipo de arma.

Ella llevaba la armadura de su padre, de modo que le quedaba algo grande de todas partes, sin embargo encajaba lo suficiente para no entorpecer sus movimientos. Era de un tono rojo oscuro y reflejaba la luz del sol con un brillo impresionante. El peto estaba un poco abollado, pero Mulan jamás se sintió tan hermosa.

No eran tantos hombres como ella creyó, quizá doscientos, pero aún así estaba segura que si alguno salía con vida, sería demasiado.

Tomó una respiración profunda y se adentró en el bosque, queriendo terminar aquello de una vez. No ganaría nada permaneciendo en la entrada, y aún más sabiendo que los espíritus más fuertes podrían poseer a alguien.

No, no era buena idea estar solo, pero ir en grupos lo era aún menos.

***

El aire se sentía denso en sus pulmones, y debajo de la armadura su cuerpo estaba cubierto de sudor, dejándole una sensación incómoda al moverse. Odiaba aquello, pero no era lo suficientemente ilusa para quitársela.

No sabía cuánto tiempo llevaba caminando, pero el cielo había cambiado del perfecto celeste a una mezcla entre naranja y rosado, de modo que ella imaginaba que por lo menos hacía unas cinco horas. Estaba exhausta y hambrienta, pero justo cuando había decidido que descansaría un momento, apartó una rama de su rostro para encontrarse una extraña e inmensa pirámide frente a ella.

Fa Mulán y el laberinto de las almasWhere stories live. Discover now