El laberinto

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La mañana siguiente, estaban los cinco sentados en el suelo de la cueva con una pila de papeles en el centro, extendidos en extraños ángulos, mientras Milo se esforzaba por explicar la ruta que debían tomar.

—Espera —dijo Shang, inclinándose sobre los pergaminos con el ceño fruncido—, son estos... ¿los planos del laberinto? ¿Cómo demonios han conseguido esto?

 Kida puso los ojos en blanco. —¿Cómo crees tú? Recorriéndolo más veces de las que podemos contar. Hemos recorrido cada uno de los pasillos de ese lugar de muerte por los últimos tres años y sin importar lo que hagamos, siempre llegamos a un punto muerto.

—¿A qué te refieres? —preguntó Mulán, con los nervios a flor de piel.

Kida se humedeció los labios, y echó un vistazo nervioso a Thomas antes de decir—: Hay una recámara, en la segunda planta. La llamamos cámara central, y allí está el segundo pilar. El problema es que, debemos empujar un muro para alcanzar el pilar, pero debemos pasar y regresarlo a su sitio mientras volamos el pilar, o los espíritus nos alcanzan. Y al mismo tiempo, alguien debe ir a por la llave, que está en la parte noroeste de la primera planta. No importa cuántas veces hemos intentado hacerlo Q y yo, nunca podemos hacerlo lo bastante rápido. ¿Tienes idea de lo horrible que es intentar correr mientras esos pedazos de miseria están pisándote los talones tratando de darte un mordis

 —¿Qué tan rápido corren?—preguntó Thomas, echándoles un vistazo.

Mulán pensó en ello. En realidad, nunca fue precisamente atlética, pero al menos no era un caso perdido como Minzhe, de modo que se limitó a encogerse de hombros. —Lo bastante para seguir con vida al final del día.

Eso le hizo sonreír. Aunque, al parecer, no era tan difícil que Tom riera.

—Yo soy bastante rápido —dijo el Capitán Li, aunque probablemente ya todos se lo habían imaginado.

Thomas chasqueó la lengua y echó un vistazo a Milo. —¿Tú qué crees, compañero?

El aludido los estudió a todos un momento antes de decir—: Kida será la encargada de ir a por la llave. El Capitán será el encargado de remover el muro y regresarlo a su sitio antes que los espíritus nos alcancen. Q, tú llevas los explosivos, ¿no? Tú vuela el segundo pilar. Mientras tanto... ¿Min, cierto? —Mulán asintió—. Bien, Min y yo volaremos el primer pilar. Ése no resultará demasiado difícil.

Kida frotó sus manos, con expectación. —Demonios, parece que esta vez sí vamos a conseguirlo. ¿Dónde nos reuniremos después?

 —La cueva junto al claro parece una buena idea. Milo y Min pueden llegar allá por el túnel junto a la estatua del Tötsorov. ¿Recuerdas cómo llegar allí? —preguntó a su amigo, quien asintió sin vacilación—. De acuerdo, entonces es hora de marchar. Sólo recuerden, pase lo que pase, no sangren.

***** 

Kida empujó la puerta del laberinto sin esfuerzo, y ésta se abrió con un chirrido, como un sollozo interminable. El corazón de Mulán latía a toda velocidad en su pecho, y sus manos temblaban tanto que tuvo que sujetar la empuñadura de su espada con todas sus fuerzas para evitar que los demás lo notaran. 

Jamás había tenido tanto miedo. Pero, al mismo tiempo, nunca se había sentido más valiente.

El interior no se parecía a nada que ella hubiese visto antes. 

Los enormes muros de piedra se alzaban como dioses tan altos que daban el aspecto de que podrían venirse encima en cualquier momento, el suelo  parecía desgastado por los años y había una permanente capa de musgo en todo el lugar, como si fuese la piel de una majestuosa criatura.

Sin importar cuánto entornara los ojos, Mulán no conseguía vislumbrar el techo, dando el aspecto que no había nada sobre ellos, como un enorme agujero negro dispuesto a succionarlos en cualquier momento.

Pero lo peor era el frío.  Un frío tan terrible que les calaba hasta los huesos y hacía tiritar incluso al soldado más fuerte.

Ése no era un sitio para gente como ellos. Era un lugar de muerte.

El laberinto se extendía frente a ellos interminablemente, como si les retase a entrar, y era tan silencioso que todos pudieron escuchar cuando ella tragó saliva con nerviosismo.

Fue la primera vez que ella se arrepintió de haberse ofrecido a tomar el lugar de Minzhe.

Sin un segundo pensamiento, Thomas se echó a correr en el camino a su derecha, siendo seguido casi instantáneamente por el Capitán Li, aunque Mulán pudo darse cuenta que éste último parecía mucho menos entusiasmado que algunas horas antes.

 —Muy bien —dijo Kida, con desgana—, vámonos. Los espíritus no tardarán en darse cuenta que estamos aquí.

Mulán se sacó los zapatos inmediatamente y se echó a correr junto a Milo y Kida, que parecían imposiblemente veloces.

Luego de rodear un grueso muro de piedra, Kida se despidió de ellos con un gesto de su mano y viró hacia el noroeste, en busca de la dichosa llave. Mulán estaba aterrorizada. Sabía que, en teoría, ella debía proteger a Milo, dado que era más que obvio que él era el cerebro del grupo. Él tenía los planos y hacía las rutas. Kida y Tom le respetaban y sin él, probablemente estarían perdidos. Sin embargo, ¿cómo podría hacer eso, cuando ella misma estaba con vida gracias a que le dio la espalda a muchos hombres los últimos días? 

Estaba convencida que, al final del día, estarían todos muertos.

 —A la izquierda —Susurró Milo, con expresión de concentración. Mulán obedeció y continuaron corriendo por un par de minutos hasta que les escucharon.

No podían estar muy lejos, a juzgar por el eco de sus pisadas en los muros a su alrededor, y por las extrañas risas que les acompañaban. Mulán maldijo por lo bajo y apresuró el paso, sin embargo, luego de un momento, Milo tropezó con una raíz que sobresalía de una grieta del suelo, cayendo en un ruido sordo y rodando por el suelo hasta quedar a un palmo de uno de los muros.

Un chillido se le escapó al muchacho cuando del muro junto a él sobresalió una horripilante figura grisácea, estirando los brazos para cogerle. 

Mulán se quedó paralizada del espanto, cuando vio que a esa figura la siguieron un par más, como si el muro mismo estuviese hecho de espectros a la espera de que se acercaran lo suficiente. Las figuras emergían de la roca, con las cabezas a medio formar, y sus bocas abiertas en gritos silenciosos, mientras que las cuencas de sus ojos, vacías, parecían verles.

Milo se arrastró por el suelo, intentando alejarse desesperadamente mientras que las monstruosas manos se aferraban con fuerza a sus piernas. Fue hasta que él estaba tan cerca del muro que los espectros estaban por morderle, que Mulán finalmente reaccionó. 

Con el rostro desencajado de ira, ella desenvainó su espada y, de una sola tajada, les rebanó los brazos a las figuras.

Sentía tanto asco como terror. En realidad, tan lenta y fríamente como una puñalada, Mulán sentía su odio crecer hacia ese sitio. Odiaba a los espíritus con tanta intensidad como el hambre que ellos sentían. Entonces ella se dio cuenta que, consiguiera sus placas familiares o no, se encargaría de derribar ese lugar. Aunque fuese lo último que hiciera.


Fa Mulán y el laberinto de las almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora