Capítulo 55: Los demonios

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Suspiré con una amalgama de alivio, cansancio y resignación cuando me vi de vuelta en el pasillo, lejos de aquella habitación revestida de plata. Al menos volvía a ser dueña de mi boca en la medida que era capaz de contenerme, pero ya me parecía una pequeña victoria dentro de aquella situación en la que nada estaba bajo mi control.

Pese a todo, haber recuperado el libro de mi madre me daba cierta paz. Sabía que no era ningún tipo de talismán protector, pero me sentía como si lo fuera. Supongo que es la misma magia de un simple abrazo. Igual de efectiva.

Lo apreté en la mano, conteniéndome de apretarlo contra mi pecho, privándome de ese consuelo para no mostrar debilidad en lo que todavía debía considerar territorio enemigo. Teniendo en cuenta que no me iban a dejar marchar de buena gana, por muy cortés que fuera la situación no dejaba de ser un secuestro.

Seguimos a Carmen, con Gresil a nuestro lado, pero apenas recorrimos unos seis metros, Eric gruñó y de una zancada alcanzó a nuestra guía para retenerla cogiéndola del brazo.

—Déjame hablar con él.

Aunque se suponía que era una petición, la desesperación hizo que sonara demasiado exigente.

Carmen miró allí donde la mano de Eric rodeaba su brazo y luego alzó la vista hacia sus ojos con impotencia.

—Astaroth ha dicho que...

—Carmen, por favor —insistió él—. Necesito hablar con él. Tengo derecho a explicarme.

La latina desvió la mirada, incómoda.

—Tal vez deberías esperar a mañana y...

—No, tiene que ser ahora —presionó vehemente—. Sé que puedo convencerle si hablo con él, los dos solos, sin tanta parafernalia —añadió con un gesto despectivo hacia la sala de la que acabábamos de salir.

Carmen pareció dudar. Las miradas recelosas que me lanzaban dejaban patente que se debatía entre hacer el favor a su amigo y jugarse el más mínimo pelo de su cabeza por mí. Así que, como caído del cielo, la voz de un pequeño ángel decantó la balanza definitivamente.

—Yo puedo encargarme de llevar a Spencer a su cuarto —ofreció Gresil—. Así tú llevas a Belial a ver a Padre Astaroth.

Carmen chasqueó la lengua y cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra, aunque finalmente sacudió la cabeza derrotada.

—Vale, está bien. Pero nada de trucos —añadió mirándome a mí, con un dedo acusador apuntando a mi cara.

—Nada de trucos —prometí—. No me separaré de Gresil hasta que vuelva Eric. O... Belial —corregí sintiéndome muy extraña al tener que llamarle por ese nombre.

Eric no dijo ni una palabra, pero me lanzó una mirada significativa cargada de imperativos. De mala gana, asentí con la cabeza, aceptando de forma tácita no buscarme más líos en su ausencia. Después de todo, no quería cabrear a mi anfitrión y que me denegara su ayuda. Tenía demasiado que perder.

Con evidentes dudas enredadas en sus tobillos, Carmen reanudó el paso mucho más despacio esta vez, ahora en dirección contraria. Aunque cada dos pasos nos lanzaba una mirada por encima del hombro.

Dejé de prestar atención a cómo Eric se alejaba por el pasillo cuando sentí la pequeña mano de Gresil enredándose en la mía.

—Ven. Yo te llevo.

A diferencia de Carmen, la niña parecía entusiasmada de pasar un rato conmigo. Y entre ese inesperado afecto y ver que aún tenía rastros secos en sus mejillas de las lágrimas derramadas por mí instantes atrás, algo dentro de mí se volvió tierno, cálido.

Palabra de Bruja IndomableKde žijí příběhy. Začni objevovat