Conducen al revés

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-Sigo sin entender por qué aquí

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-Sigo sin entender por qué aquí. Por qué Inglaterra.

Era la queja más repetida durante todo el trayecto hasta su nuevo hogar. Originariamente de Nueva York, para Samantha el pequeño pueblo perdido entre las tierras altas de Escocia era lo más parecido al infierno en la tierra. Demasiados árboles y poco metal.

Si su familia estaba maldita, ¿era necesario perder el tiempo de su corta vida entre montañas y ovejas?

-¿Qué tiene de malo? Respiraremos aire puro, veremos paisajes nuevos y podremos despertarnos sin el molesto ruido del tráfico. –contestó su hermano sin cambiar su sonrisa tranquila.

No había hermanos más diferentes que Samantha y Matthew Smith. Mientras que Samantha tenía el pelo moreno (justo como el de su madre), su hermano mayor lo tenía tirando a rubio (justo como el de su padre). Mientras que ella estaba más interesada en la moda y quería estudiar diseño cuando acabase el instituto, él era todo un cerebrito que había conseguido convertirse en profesor de matemáticas. Y su estatura era otra diferencia, él medía un metro setenta mientras que ella apenas alcanzaba el metro cincuenta y cinco.

Pero lo que más los diferenciaba era su manera de ver la vida. Su familia estaba maldita. No era algo que se dijera todos los días, y Matthew detestaba cuando lo expresaba en voz alta pero era así. Cada generación había sido asesinada salvo uno de los miembros, que continuaba con la familia hasta que era asesinado y después la siguiente generación...Así durante cinco o seis generaciones.

Sus padres habían muerto cuando Matthew estaba en el último año de carrera. Él solo se había tenido que encargar de su hermana, que en esos momentos tenía quince años y acaba sus estudios. Por suerte para ambos sus padres tenían un buen fondo de ahorros que les permitió sobrevivir hasta que encontró trabajo de profesor.

Y ahora, con dieciocho y veinticinco años respectivamente, con la muerte esperando pacientemente entre las sombras por uno de ellos, su hermano había decidido que se mudarían a la otra punta del mundo.

El fallecimiento de su última tía fue lo que lo movió a ello. Sólo quedaban ellos. Los últimos Smith. Y preferiría ver arder la tierra –maldita sea, el mismo le metería fuego- antes de que algo le ocurriese a su hermana. Si estar a salvo implicaba tener que mudarse entre pastos y ovejas, bien, que así fuera.

En realidad no era un destino que él hubiera tenido en cuenta. Sí, estaba desesperado por encontrar un lugar lejos de la ciudad, del país incluso, pero no fue hasta que recibió un email con una propuesta de trabajo de Escocia lo que hizo que se decidiera por aquellas tierras.

-Conducen al revés.–farfulló su hermana, mirando con disgusto el paisaje tan maravilloso que se extendía ante ellos. Kilómetros y kilómetros de montañas atravesadas por ríos iluminados por el sol del atardecer. Si Dios existía, cosa que aún tenía en duda a Matthew, esta era su mejor obra.

Llegaron a Fort William justo cuando el sol se acabó de ocultar por el horizonte. Famosa por las montañas que la rodeaban, Fort William era una villa que no llegaba a una población de diez mil personas. Para ellos, acostumbrados a la gran manzana, era como un pueblo.

Antes de llegar había gestionado el alquiler de una pequeña casita, cerca del instituto en el que impartiría clases. Era una vivienda que había mantenido el encanto de las casas rurales inglesas, con dos habitaciones y un baño justo con un salón y una cocina. Tenían un amplio jardín y los vecinos estaban a varios metros de distancia. No volvería a escuchar llantos de bebés o peleas matrimoniales de madrugada.

-Tu habitación es más amplia que la antigua. –la animó Matthew cuando dejaron las maletas en sus respectivos cuartos.

Sam resopló pero parecía más aplacada al ver su propio armario, era lo suficientemente grande como para meter su ropa y había espacio en un lado de la habitación para colocar su máquina de coser.

-Bueno, quizás no esté tan mal. –acabó admitiendo su hermana poniendo los ojos en blanco.

Matthew soltó una ligera carcajada antes de depositar un beso en su frente mientras apretaba sus brazos con cariño.

-Ya verás como nos irá bien. Aquí estaremos a salvo.

No sabía lo mucho que se equivocaba.


***



Alice estaba cómodamente sentada en el sofá viendo cómo Emmett jugaba una partida de videojuegos contra Jasper. Había visto algo y tenía un plan para que se cumpliera.

-Renesmee empieza su último curso la semana que viene.

Jasper la miró de reojo, sin saber qué planeaba, y Emmett ni siquiera la miró, toda su atención estaba centrada en la pantalla.

-Sería una lástima que estuviera sola, ya sabéis, nos acabamos de mudar, no conoce a nadie.

Eso era cierto. Apenas llevaban unas semanas en Fort William, un lugar maravilloso para estar ocultos del sol y cazar en sus numerosas montañas.

-Nessie es sociable, pronto conocerá a alguien. –le restó importancia Emmett sin dejar de jugar.

-Pero ya sabes cómo son las chicas..y los chicos. –Alice suspiró, dándole un aire melodramático a sus palabras. –Sería una pena que algún idiota con malas intenciones se le acercara. Tú siempre has impuesto con tu sola presencia y sería entretenido un último año de instituto, siempre te quejas de que te aburres.

Emmett, por fin, centró su mirada en ella con el ceño fruncido. Sus músculos se remarcaban bajo su camiseta por la tensión que lo había invadido.

-¿Has visto algo? ¿Alguien quiere hacerle daño a Nessie? –su tono era tan mortal que probablemente partiría un par de cráneos sólo si alguien miraba mal a su sobrina.

Alice se apresuró a negar, tranquilizándolo.

-No pero el futuro nunca se sabe del todo, ¿verdad?

Emmett la miró fijamente, con sus ojos entrecerrados. Casi podía ver cómo su cerebro funcionaba, intentando discernir cuál era su plan. Finalmente, se rindió y se encogió de hombros con un suspiro.

-Bueno, no me hará daño un último año de instituto. Las graduaciones son divertidas. –soltó el mando de la consola y se levantó, estirándose cual alto era. Parecía una montaña en movimiento y habría dado miedo si no hubiera sido por su naturaleza bondadosa. –Iré a hablar con Carlisle, ver si puede apuntarme a última hora.

-¡Perfecto! –la sonrisa de Alice se amplió aún más cuando Emmett desapareció escaleras arriba. Sintió como su marido se movía para sentarse a su lado y uno de sus brazos rodeó sus hombros, estrechándola contra él.

-¿Qué planeas, duendecillo?

Ella se encogió de hombros antes de besarle sin borrar el triunfo de su rostro.

-Ya lo verás.

Desire. |  Emmett CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora