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Sintió el golpe directo a la mandíbula, doblándole la cabeza hacia atrás. Las vértebras estallando. El padre de Satoru completamente fuera de sí, enfurecido, gritándole. 

—¡Vuelve a tocarme y te mato, mocoso de mierda! 

Itadori lo escribió todo. 

Escribió sobre cómo aquel día había recibido de vuelta el puñetazo que había propinado, sobre cómo había agarrado el brazo de Satoru mientras se lo arrancaban, y su propia voz sollozando; ese ser que se nombraba a sí mismo padre arrastrando a Satoru al coche, esos ojos azules nublándose, bajando la cabeza tras la ventanilla, mientras una lágrima se deslizaba por sus mejillas.

... no puedes... hacer eso... —el intenso sabor salado del dolor entrando por las comisuras de sus labios. De rodillas en la hierba, patético.

Sobre los mensajes que nunca llegaron y nunca fueron leídos. Sobre cómo Satoru desapareció de su vida.

Sobre todo lo que vino después. Sobre su hermano llorando a solas en su habitación, mientras sus padres hacían trámites de divorcio; sobre cómo su vida se desmoronó en apenas unos días, y cómo tendría que pasarse todo el tiempo rebotando entre sus padres, que ya se odiaban.

Sobre la vez que, desesperado por encontrar una respuesta, se había acercado a la comisaría más cercana y había denunciado la situación.

—¿Otra vez tú por aquí? —había suspirado el policía, al día siguiente de haber ido por primera vez al lugar —. Ya te dijimos por teléfono que el chico está bien. Está con sus padres, no está muerto ni nada de eso.

—Pero...

—Son asuntos familiares —rebatió el hombre, sosteniendo su café matutino —. Además, es mayor de edad. Puede irse cuando quiera. 

De repente todo iba tan rápido, precipitado. 

Escribió sobre el día en que regresó a casa del instituto y descubrió a un cohibido y ya enfermizo Megumi despidiéndose por unos meses y la sonrisa rota de su hermano.

—Fui al médico y me dijeron que no podía... —había intentado explicar, sosteniendo una carta de asuntos sociales de protección al menor, quienes se habían enterado después de que un doctor informase de la situación del chico, su peso —, que no podía estar así...

La institución mental donde lo habían recluido permitía que el chico intercambiara cartas con Sukuna, cartas que a veces simplemente tardaban demasiado en llegar. Nunca sabría si fue Sukuna quien dejó de responder, inmerso en sus propios pensamientos, demasiado estresado como para pensar con claridad. Y nunca supieron más de Toji y de sus problemas con el alcohol.

Itadori escribió sobre cómo se dio cuenta de que, todo ese tiempo, era Satoru quien había estado atrapado dentro del acuario; y que él nunca pudo hacer nada para ayudarlo. Sólo pudo quedarse al otro lado del cristal, observando cómo al amor de su vida se le ahogaba el corazón y se le reventaban las venas del cuello. Burbujas saliendo de entre los labios que alguna vez había besado. 

Itadori escribió, porque fue lo que siempre había hecho. Todo como si Satoru se hubiera desvanecido, como si nunca hubiera existido en primer lugar. 

Como si todos estuvieran encerrados en absurdas peceras del destino. 

 

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Aquarium || GoYuuWhere stories live. Discover now