1 - SÉ VALERME POR MI MISMA

42 4 2
                                    

VIOLETTE LACROIX

 Caminar con tus amigas está bien cuando puedes caminar.

No quiero decir que no sea divertido hacerlo o que no deseaba pasar el rato con las dos, pero quizás, todo hubiera mejor si yo no necesitase una silla, si Alissa no tuviera que empujarme todo el día. Quizás así yo no me habría sentido tan mal cuando ella, cansada, le pedía a Paulinne cambiar de turno porque le dolían los brazos. Desde que las conocí había tenido que escuchar el "no es tu culpa" más de mil veces y la mayoría de ellas dicho por Ali. Me lo repetía siempre que le pedía disculpas o le recalcaba que realmente puedo moverme yo sola. No es como si no supiera hacerlo después de los años que han pasado.

Cargar con las ruedas me complicaba un poco el día a día, pero me enseñaron a usar ese armatoste tras el accidente y aunque al principio se me complicaba en algunos lugares, dicen que la costumbre y la práctica hacen al maestro y en este caso... realmente hicieron a la maestra.

Estaba contenta en lo que a amigas respecta, eran muy atentas y cuidaban de mí más de lo necesario. Gracias a ellas todo era más ameno, me reía, gritaba, paseaba por el pueblo y era una adolescente más. El punto es que como todos tenemos cosas de las que quejarnos y que queremos cambiar, yo no iba a ser menos que los demás jóvenes del pueblo.

Después de la larga parada en el puesto de chuches por el terrible antojo de Paulinne, seguimos el paseo diario por las calles del pueblo entre anécdotas o simples risas. Realmente siempre era divertido escuchar a Alissa hablar de su malísimo profesor de inglés y de su terrible y gracioso acento, a veces hasta llegaba a exagerar imitándolo si lo veía necesario... También amaba escuchar a Paulinne quejarse de su hermano mayor que según lo que decía ella: solo poseía una neurona y tristemente la utilizaba para hacerle la vida imposible desde que nació. "Yo no escogí ser la menor" sería un perfecto tatuaje para Linne, era muy representativo.

Siendo sincera, no había mucha novedad en nuestras habituales conversaciones porque tampoco solíamos salirnos de nuestra rutina, pero me gustaba tenerlas a mi lado, escucharlas hablar y ver esas expresiones de diversión o felicidad en sus rostros. Podíamos reírnos durante horas por un simple y tonto comentario de Paulinne, pero aunque suene triste no lo extraño.

Nos dejaban ir por nuestra cuenta hasta que era el momento de cenar, así que realmente teníamos horas y horas para "perderlas" juntas y lo agradecíamos mucho, vivir

en un pueblo de Bretagne nos da a todos una libertad que quizás la gente de ciudad no tiene o que sé yo.

—Fyo, recuérdame algo... ¿Cuándo fue la última vez que tu madre nos regaló uno de sus deliciosos biscuits? Extraño ese dulce chocolatito derritiéndose en mi boca. —empezó a exagerar Paulinne justo cuando pasábamos frente a mi casa en la 5ª vuelta al pueblo del día.

—¿Tú realmente no te cansas de comer o qué? —si no conocías a Alissa seguramente tu expresión se habría convertido en una mueca de desaprobación por ese comentario tan feo. Podía parecer molesta por su tono de voz, pero su pequeña sonrisa la delataba siempre que hablaba con la rubia y he de añadir que era divertido verlas discutir.

Segundos después de soltar ese comentario a Linne, dirigió su mirada hacia mí sonriendo tiernamente, pidiéndome permiso para entrar en mi casa. Rodé los ojos, divertida, cuándo lo entendí, tenían el mismo problema con los dulces.

—¡Mamááá! —grité. Probablemente había despertado a la vecina gruñona de la derecha y reí mientras veía a mi madre salir con su delantal violeta lleno de harina. Tenía lo que supuse que era la masa de uno de sus recientes bizcochos por toda su redonda cara y su expresión era de sorpresa. Demasiado pronto para estar en casa.

Mi madre es repostera y, aunque muchos en el pueblo siempre creyeron que no puede sustentar a una familia (o a mí con el pequeño inconveniente) y que recurría a la ayuda de familiares... la realidad era más sencilla. Los mismos que esparcían esos comentarios, eran los que nos daban el dinero que podíamos tener. Éramos un pueblo pequeño y todos compraban en la tienda de mi madre, ya fuese el pan diario, las meriendas o cualquier cosa dulce que quisieran para fiestas o caprichos puntuales. Literalmente gracias a ellos no nos faltaba de nada y vivíamos bastante bien siendo solo ella y yo.

—Doy por hecho que estabas cocinando o... espera, ¿¡acaso estabas descuartizando mi pastel!? —exclamé con cara de horror, pero aun así no pude evitar estallar en risas sin control alguno. —¿Tienes alguna de tus galletas? Nuestra Paulinne está bastante necesitada hoy... y siempre. —añadí lo último en un susurro y señalé a mi amiga. Me hizo gracia verla mirar a mi madre con las manos juntas frente a su pecho, batiendo sus pestañas, fingiendo ser un dulce angelito.

Attendez-moi —Dijo mientras volvía a entrar y salía rápidamente con 2 galletitas para cada una—, vigilad con los coches y... cuidad de Violette porfavor.— Para mi desgracia tenía que mencionarlo antes de volver a su trabajo, cerrando la puerta tras ella.

Mi madre era demasiado sobreprotectora conmigo y podía llegar a ser insoportable, yo podía valerme por mí misma, pero parecía que en este pueblo nadie quería entenderlo. Después del accidente perdí lo que se conoce como "libertad", todos a mi alrededor temían que me ocurriese algo de nuevo y no dejaban que saliera sola, nunca. Y aunque

mamá se excusaba diciendo que no podía perderme también a mí, yo también tenía vida propia y quería vivirla. Necesitaba salir sola, desconectar.

Suspiré, pero Alissa y Paulinne ya habían gritado su "Oui" bien fuerte.

—Sé valerme....

—"Por mí misma", lo sabemos Fyo —acabó la frase Alissa mientras empujaba mi silla con calma hacia el parque de las afueras. Parecía cansada de explicarme lo mismo una y otra vez—, pero igual que cuido de Paulinne, puedo cuidar de ti, ¿cierto? No es ningún delito preocuparme por mis amigas. ¿O acaso me equivoco? —preguntó segura de sí misma mientras Paulinne negaba en respuesta con la mitad de la primera galleta ya en su boca. Claramente, ella no iba a esperar a llegar al parque.

Ali siempre sabía como hacerme callar y llevar la conversación a su favor, tenía un poder increíble y eso era algo que admiraba de ella, pero en momentos así lo odiaba con toda mi alma.

Fue bastante inesperado que el grupito de skaters estuviera utilizando el parque para escuchar su música y hacer piruetas, y aunque Linne sugirió volver para ir al otro parque (el más cercano a su casa), yo negué suavemente con la cabeza mirándolos divertirse y caer una y otra vez de sus tablas.

Jamás había envidiado tanto a alguien como lo hacía con ellos, ver cómo se sentían libres y se divertían pese a los golpes me hacía quedar embobada y odiar realmente el accidente. Tal vez ahora sería parte de ese grupo si no hubiera pasado, tal vez ni siquiera habría pensado en ser amiga de Linne o Ali.

—¿Y si hablamos con ellos y...? —pregunté mientras metía una de esas galletas en mi boca, pero Ali decidió que debíamos irnos y simplemente me dieron la vuelta para volver hacia el centro del pueblo, alejándonos de ellos. De camino al otro parque suspiré unas 11 veces, tratando de que quedase clara mi inconformidad, pero parecía que no querían oírme.

—No es buena para ti la envidia, Violette. —comentó tras mi onceavo suspiro Paulinne, a lo que yo chasqueé la lengua. La verdad era que estaba cansada de caer ante ese sentimiento cuando los veía ser tan libres, sabía que envidiarles no iba a cambiar mi problema, pero no podía evitarlo y muy en el fondo me gustaba verlos disfrutar.

Cuando estábamos girando la última de las calles antes de llegar al objetivo de mis amigas, alguien chocó con la silla al no vernos girar y caímos contra el asfalto tanto él (que iba sobre su skate) como yo.

Literalmente nos habíamos comido el suelo 

ROUESWhere stories live. Discover now