EL REGALO DEL TRAIDOR

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Era momento de ceremonia, explicarle sus nuevos deberes, no había olvidado lo sumamente formales que eran allá arriba, luego divagaciones del consejo celestial, había muchísimo trabajo por hacer. Era el nuevo arcángel supremo. Era evidente que en el cielo el tiempo no pasaba igual que en la tierra, se preguntaba cuantos días, semanas o años estarían transcurriendo abajo. Se retiró a sus aposentos poco después y entonces lo encendió como en un televisor, con el pensamiento. Un recuadro en su escritorio y ahí estaba él, Crowley. Sentado en su estudio en su departamento, al parecer sacando/destruyendo la basura de Shax ¿A caso estaba llorando?

- ¿Ángel estás ahí? ¿Puedes oírme? Eres un cobarde. – Le escuchó la voz quebrada y un poco distorsionada y luego lo vio derrumbarse y reparó en el detalle de las cajas llenas de botellas vacías de vino que había en el suelo.

En un instante deseó estar ahí, poder decirle algo, ¿Podría hacerlo no? Aunque fuera un momento.
Lo deseó de nuevo y al instante siguiente se encontró ahí de pie. Ocultó su presencia con un milagro y observó al demonio derrumbado y recostado sobre su escritorio. Un mechón de cabello rojizo le caía sobre la frente, otro más surcaba el contorno de su pómulo izquierdo, había un residuo seco de lágrimas. Observó una tenue respiración, su mejilla derecha apoyada en su brazo derecho, su brazo izquierdo libre a un costado y vio cuál delicado y grácil como se acomodó sin despertar. Tuvo el deseo (como nunca) de tocarle el rostro pero pensó que por más que ocultara su presencia, si le tocaba, Crowley lo sentiría y no estaba listo para enfrentarlo y tener que volver, no podría hacerlo. Extendió su mano y trazó una caricia en el aire, el contorno de su rostro, tocó solo con la punta de su dedo índice derecho ese mechón de pelo que le caía sobre la frente y desapareció.

Tenía que resistir, esta decisión era la mejor, él podría hacer la diferencia, o eso se repetía a si mismo una y otra vez en sus pensamientos.

Ese día se prohibió volver a ver a Crowley desde el cielo, al menos por lo pronto, por un tiempo. Le quemó esa decisión, pero no podría avanzar si seguía pensando en él. Se le ocurrió hacer un milagro y ocultarlo para su protección pero eso despertaría alarmas en el cielo y probablemente le haría saber a Crowley que estaba ahí y mejor resistió hacerlo. Al instante siguiente se encontró de nuevo arriba. Ya tendría tiempo de volver, se dijo a sí mismo. Realmente no sabía como lidiar con sus sentimientos, una cosa es leer sobre ellos, otra analizarlos y otra tenerlos, el amor era tan confuso, ¿realmente era amor? ¿desde cuándo? ¿Por qué justo ahora? ¿Pudo ser diferente de haber sido antes?

Las horas, los "días" (si cuantificáramos en tiempo humano el tiempo del cielo) pasaron, sus actividades, ir y venir, el papeleo, los humanos y sus plegarias constantes, otros metiéndose en líos, demasiado que hacer. Fue mucho lo que aparentemente Gabriel no había estado haciendo. Al parecer había pensado en abandonarlo todo poco después del fallido Armagedón. ¿Cómo era posible que Gabriel hubiera podido hacer eso? ¿Acaso nunca había cuestionado si lo que hacía era traición? ¿Cómo fue que se determinó a qué toda su existencia y su pasado le importaran un soberano pepino con tal de seguir algo tan humano como sus sentimientos? No hubiera imaginado jamás a su antiguo jefe angelical haciendo eso, alguien tan rígido, tan estricto, tan apegado a las reglas del cielo, ¿En que momento decidió terminar con todo y empezar de nuevo? Y lo más impresionante ¡Con un príncipe del infierno!

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