Ahora: Más que nada

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Carril 3. Siempre el carril 3. A mis entrenadores les resulta gracioso. Peculiar. Una curiosidad, como no lavarse los calcetines de la suerte o dejarse crecer una larga barba. Y eso me va muy bien. Es todo lo que quiero que sepan.

Me subo al poyete, me doblo por la cintura y sacudo brazos y piernas. Afianzo los dedos de los pies en el borde y contemplo el agua mientras paso los pulgares tres veces por la superficie rugosa del poyete.

"En sus marcas..."

La voz del entrenador Kevin retumba en las instalaciones del club, y cuando toca el silbato, la reacción de mi cuerpo es puramente pavloviana. Con la palma de una mano sobre el dorso de la otra, tenso los codos, me presiono las orejas con los brazos y me lanzo hacia delante, estirándome, alargando el cuerpo y manteniendo esta postura hasta que las puntas de mis dedos rasgan la superficie.

Y entonces, durante diez maravillosos segundos, no hay ningún ruido excepto el sonido del agua.

Realizo con fuerza el braceo y me sumerjo en mi canción. La primera que me viene a la cabeza es una melodía alegre con una letra pegadiza, así que inicio el estilo mariposa lanzando los dos brazos hacia arriba y sigo el ritmo a la perfección. Batido, batido, barrido. Batido, batido, barrido. Uno, dos, tres.

Antes de darme cuenta, toco el extremo opuesto de la piscina, giro y me impulso con fuerza en la pared. No miro a derecha ni izquierda. Como dice el entrenador, ahora, en este momento de la carrera, solo importas tú.

Saco la cabeza del agua cada pocos segundos y cada vez oigo al entrenador gritando que mantengamos los mentones pegados al cuerpo y las caderas altas, que enderecemos las piernas y arqueemos la espalda. No oigo mi nombre, pero compruebo igualmente mi postura. Hoy todo va bien. Me siento bien. Y rápida. Aumento el tempo de la canción y acelero las últimas brazadas. Cuando toco el borde de la piscina con los dedos, asomo la cabeza y miro de soslayo el cronómetro. He rebajado cuatro décimas de segundo de mi anterior marca.

Aún respiro con dificultad cuando Yunjin me da un golpecito con el puño desde el carril 4.

"Maldición..." me dice. "Me vas a destrozar en las pruebas del condado este fin de semana." Ha ganado el campeonato del condado tres años seguidos. Nunca la superaré, y sé que solo está siendo amable, pero aun así me gusta que lo diga.

El silbato suena de nuevo y alguien se zambulle desde el poyete que tengo encima, lo que me indica que debo salir de la piscina. Me impulso fuera del agua, me quito el gorro y voy a buscar la toalla.

"¡Vaya! ¿De dónde demonios a salido eso?"

Al alzar la cabeza me encuentro con Ryujin. Me obligo a seguir con la cabeza levantada, tratando de evitar la tentación de comprobar cómo luce en esa fina camiseta y pantalones cortos. Me concentro en sus ojos, notando lo lindos y brillantes que son.

Durante mi primer verano en el club, Ryujin era simplemente una compañera mayor del equipo cuyo rapidísimo estilo libre le permitía ganar siempre la mayoría de competencias y que, además, enseñaba a nadar a los niños pequeños. Pero los últimos dos veranos ha vuelto de la universidad como segunda entrenadora, mi entrenadora, y eso la sitúa fuera de mi alcance. Y hace que resulte más atractiva todavía.

"Gracias." Todavía estoy intentando recuperar el aliento. "Supongo que he seguido un buen ritmo."

Ryujin enseña su sonrisa perfecta, haciendo que las medias lunas de sus ojos resalten más.

"¿Podrías volver a hacerlo en las pruebas del condado?"

Trato de buscar una respuesta graciosa, algo que la haga seguir sonriéndome así, pero me pongo roja como un tomate mientras ella se me queda mirando a la espera de mi respuesta. Bajo la vista al suelo y me maldigo por mi falta de creatividad mientras observo cómo el agua que me gotea del traje de baño forma un charco a mis pies.

Hasta La Última Palabra 《Daerin》《Niniz》Where stories live. Discover now