Solo una amiga

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El estacionamiento está prácticamente vacío. Paso la tarjeta por el lector, y una vez se abre la puerta y entro, echo un vistazo a la piscina. Está bastante desierta. Los entrenamientos de los equipos terminaron hace horas, pero aunque son pasadas las ocho, normalmente hay algunos adultos haciendo unos largos. Hoy solo hay una chica en el agua. Es un alivio que no esté en el carril 3.

Dejo mi bolsa de natación en una silla cerca del borde y abro el bolsillo lateral donde guardo el gorro y las gafas. Del compartimento principal extraigo la toalla y, al hacerlo, veo mi cuaderno azul. Es una noche tan bonita que lo metí en el último momento, con la idea de que podría sentarme en el césped a escribir un rato al terminar el entrenamiento.

En realidad, nunca he escrito en la piscina. Los poemas me vienen a la cabeza mientras nado, y los plasmo en papel cuando llego a casa, pero nunca suenan tan bien como los creaba mentalmente. De esta forma, no perderé el ritmo.

La otra nadadora sale de la piscina y se dirige hacia la ducha exterior cuando apenas estoy a medio entrenamiento. Unos largos después, la veo marcharse por la puerta del estacionamiento.

Estoy sola. Salgo del agua y me acerco a la silla, tomo el cuaderno azul y un bolígrafo y los dejo en el borde de la piscina, junto al poyete.

Al final de mi entrenamiento, una esquina del papel está empapada y se ha corrido parte de la tinta, pero mi último poema todavía se lee claramente. Añado el último verso y lo leo entero, de arriba abajo, tachando una palabra aquí y otra allá, o cambiándolas por otras mejores a medida que avanzo. Cuando he terminado, me duelen los dedos de los pies de deslizarlos por la pared, pero me da igual. Este poema es muy bueno.

Me envuelvo con la toalla, meto de nuevo el cuaderno en la bolsa, me quito el cloro en la ducha y me dirijo hacia el vestuario para ponerme el chándal. Mientras me estoy haciendo una cola de caballo alta, suena mi teléfono. Lo agarro y leo el mensaje:

Has estado fabulosa.

Es de un número local pero desconocido. Escribo:

¿quién eres?

Dejo el teléfono en el mármol, junto al lavabo, y recojo el resto de mis cosas. Cuando me cuelgo la bolsa al hombro, recibo respuesta:

Haerin.

Se me resbala la bolsa al suelo, donde aterriza con un ruido sordo. Miro los receptores. No es un mensaje para todo el grupo; es solo para mí. Respondo con el ceño fruncido:

Hola!

Han pasado dos semanas desde que estuve en su casa aquel día, cuando me enseñó a tocar la guitarra, me habló sobre su exnovia y nos hicimos amigas y nada más. Como no sé muy bien qué decir, me quedo plantada, apoyada en el lavabo, sujetando mi teléfono con ambas manos y esperando su respuesta. Finalmente, llega:

¿qué estás haciendo?

No puedo decirle que estoy en un baño semipúblico con el cabello mojado aún de la ducha, con chándal y sin maquillaje, de modo que retrocedo a lo que estaba haciendo hace quince minutos.

No mucho. Estoy escribiendo.

Perdona. No quería interrumpir.

No interrumpes.

Te dejo que sigas, solo quería decirte que me gustó mucho tu poema.

Ayer, cuando subí al escenario por sexta vez, leí un poema sobre los amigos de poco fiar, personas que quieres y a las que te sientes ligado pero en las que no puedes confiar realmente. Iba sobre sentirse sola y vulnerable, y sobre ser incapaz de bajar nunca la guardia por completo. Lo leí con voz clara, alta y directa, y jamás me había sentido tan segura de mí misma en ese escenario, pero tampoco tan expuesta. Todos me aplaudieron, y pegué el papel en la pared, con lo que hacía oficialmente otra aportación al Rincón de los Poetas. Y me sentí bien. Muy bien.

Gracias.

No sé muy bien qué añadir, pero no quiero que la conversación termine, así que decido seguir, y lo hago siendo misteriosa, o coqueteando, puede que un poco de ambas cosas.

¿Recuerdas cuando me preguntaste si había algún sitio donde me gustara más escribir?

Sí.

Es donde estoy ahora.

Al teclear las palabras, estoy pensando en lo que Haerin dijo el día que estuve a solas con ella en el Rincón de los Poetas. Cuando le pregunté por qué todo el mundo empieza diciendo dónde escribió lo que lee, me dijo que ese lugar importa, y que al expresarlo en voz alta pasa a formar parte del poema. Me gustó la idea.

Estoy intrigada...

Me muerdo el labio. ¿Seguimos charlando amistosamente? ¿O nos estamos insinuando? Puede que ella se esté insinuando. No lo sé.

Por si acaso nos estamos insinuando, espero un minuto antes de responder para que las palabras pendan un poco más en el aire. Así seguirá 'intrigada'.

¿vas a decírmelo?

Me quedo mirando la pantalla, armándome de valor para contestar lo primero que me viene a la cabeza, que es, desde luego, insinuante, no hay la menor duda. Salgo del vestuario, dejo la bolsa en el césped y me siento con las piernas cruzadas bajo mi cuerpo y los pulgares suspendidos sobre el teclado. Es ella quien no deja de decirme que suelte las cosas sin más. Y hacerlo en un mensaje de texto es mucho más fácil que hacerlo a la cara. Temblorosa, tecleo:

¿quieres que te lo diga o que te lo enseñe?

Pulso «enviar» antes de arrepentirme, y el corazón me late más rápido que cuando estaba haciendo largos. Dejo el teléfono en el césped y sacudo los brazos, deseando poder deshacer el envío del mensaje. Pero no puedo. Ya está hecho. No puedo retirarlo ahora.

Miro la pantalla. No hay respuesta. No sabe qué decir. Me he pasado. Me rodeo el dedo con la coleta húmeda sintiéndome como una imbécil y preguntándome si responderá o no. Y entonces, las palabras aparecen en una burbuja de diálogo en mi pantalla:

Enséñamelo.

Agarrando el teléfono, me echo hacia atrás en la hierba y releo el mensaje, tapándome la boca con la mano libre para esconder la sonrisa idiota que me ha iluminado el rostro de repente. Tranquila. No te pongas nerviosa.

¿mañana por la noche?

Te recojo a las 8.

Volverá a subirse a mi auto. Me entra el pánico por lo del kilometraje, pero alejo este pensamiento con un bonito recuerdo del día que Haerin ocupó el asiento del pasajero y me escuchó hablar sobre mis playlists y sobre cómo las titulaba. Y me contó cómo aprendió a tocar la guitarra, aunque me resultó doloroso oírlo. Mis padres me matarían si supieran que he llevado pasajeros en el auto. Y Sue también. Pero no puedo dejar escapar esta oportunidad. Quiero que se siente otra vez en ese asiento, que me hable como aquel día.

Hasta entonces.

Me quedo mirando la pantalla un buen rato, preguntándome qué significa todo esto. Preguntándome si significa algo.

No es una cita romántica. Voy a enseñarle a una compañera de inquietudes poéticas dónde me gusta escribir. Nada más. Pero la idea de traer a Haerin aquí me da vértigo. Echo un vistazo a la piscina vacía, y ruego que mañana esté igual a esta hora.

Lleva traje de baño.

Pulso «enviar» y espero hasta que los puntos suspensivos aparecen por fin en la pantalla, lo que me indica que está tecleando su respuesta.

Ya no estoy segura de estar intrigada.

Me río. No quiero que esta conversación termine, de modo que repaso la secuencia como si eso fuera a mantenerla viva, y para asegurarme de que no interpreté nada mal. No creo que lo haya hecho. Ella lo empezó todo. Me siguió el juego y convirtió un saludo amistoso en algo más.

"No es una cita romántica," digo en voz alta mientras deslizo el dedo por la pantalla. "Es solo una amiga."

Aunque solo sea eso, está bien. Ya es más de lo que jamás esperé de Kang Haerin.

Hasta La Última Palabra 《Daerin》《Niniz》Where stories live. Discover now