08 - GANIMEDES

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JUPITER   DE   MIEL

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JUPITER DE MIEL

𝐅𝐈𝐍𝐀𝐋



𝓒aía la noche sobre todos cuando logré llegar a la casa del licenciado cuyos detalles pequeños subrayaban la cubierta marrón, el portal con un piso hecho de madera oscura y el olor a lluvia muy presente en cada esquina. Inclusive, lo llamativo era que conservaba un silencioso matiz otoñal a pesar de la estación. Acercarse invitaba a sostener los detalles de una agradable casa japonesa. Miré todo por fuera y subí dos escalones. No importaba tanto que la madera crujiera, pues no intentaba esconderme de nadie.

Toqué la puerta. El licenciado no tardó en abrir. Era de esperarse que vistiera las mismas camisas media abiertas con su corbata desajustada. Todo era similar, salvo por el oscuro pantalón de lino. La soltura de la tela hacía que su cuerpo adquiriera frescor, como esa brisa gélida que sopló mi nuca, y luego la puerta se cerró. Invadí la calidez de su hogar con un espíritu frío. Un inevitable rastro de timidez me persiguió durante toda la jornada.

La luna —perteneciente a nosotros— llenaba un poco del vacío con su poca luz. Brillaba, probablemente, pero no era lo único. Daba la casualidad que, justamente por toda esa semana, un grupo de astrónomos dijo mediante la radio del canal 107 que esa noche tan despejada era perfecta para apreciar planetas como Júpiter desde la comodidad de la casa y un pequeño telescopio lo suficientemente equipado. Tenía todo, cruzando por ese pasillo estrecho, dentro de una habitación sin nada.

—¿Un poco?

—Por favor.

Tomamos asiento en el tatami. Era mejor que estar sentados en el piso, pues la madera seguía siendo igual de fría que un cubo de hielo. Yacíamos juntos en el recibidor, de piernas cruzadas, sosteniendo minúsculos vasos de plástico. Había llevado galletas saladas, unas senbei hechas con arroz, pues al licenciado le gustaba comerlas al beber sake rashomon. Lo servía frío desde la botella verde, y en mi garganta el líquido tenía un gusto seco.

Su nuez de adán subía y bajaba al bebérselo a pequeños sorbos. Bajaba el vaso, lo colocaba en frente de la mesa y sus labios brillaban, muy húmedos. Con esa iluminación tan cremosa se podía ver en él detalles como sutiles constelaciones de pecas sobre su tabique, o las líneas de expresión en su frente de tanto arrugar el rostro frente a sus alumnos.

—Así que vivirá metiéndose en el estudio.

—Pero leeré cosas que me gusten.

—¿Y su tiempo?

—¿De qué tiempo me hablas, Elara?

Apoyaba la espalda en un sillón. Mantenía los brazos cruzados y su vista era inquieta. Yo no podía decir que conocía su mirada, pero en ella veía determinación. Mostraba ansiedad por lo que ocurriría pocos meses en su futuro, donde probablemente mi presencia ya no iba a estar escrita en su nuevo renglón. Precisamente eso me despedazaba mucho más que el alcohol que nos devorábamos.

𝐉𝐔𝐏𝐈𝐓𝐄𝐑 𝐃𝐄 𝐌𝐈𝐄𝐋 | 𝗮𝗸𝗶 𝗵𝗮𝘆𝗮𝗸𝗮𝘄𝗮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora