Capítulo 5. Vizcaya

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No había sido fácil convencer a Clara, pero mucho menos a Julio. Al día siguiente habían ido a comunicarle el plan a los dueños, juntas. Ninguno de los dos se tomó las noticias como buenas… Luz llevaba dos años más que Ainhoa trabajando allí, y sabían que era uno de los pares de manos que daban calidad a la comida de aquel restaurante. A pesar de que Ainhoa habló con seguridad acerca de la preparación de Paolo para convertirse en chef en funciones durante diez días, Julio, que conocía bien al chico, no creía estar tan seguro como ella acerca de esa decisión.

–Julio –comenzó Ainhoa–. Conozco a Paolo en la cocina y fuera de ella. Sé cómo se maneja en un ambiente de trabajo y en situaciones de presión y estrés. No delegaría en él si no estuviese completamente segura de que es capaz.

–Tengo quince días de vacaciones pendientes de cobrarme –les recordó Luz–. Quiero hacerlo ahora.

–¿Pero tenéis que cobrar ambas las vacaciones al mismo tiempo? –preguntó Clara, desesperada.

–Legalmente pueden, sí –comentó Julio, al que se le notaba también algo estresado.

–Siento de verdad que tenga que ser así, pero os prometo que todo saldrá bien, estoy convencida de ello –aseguró Ainhoa–. Clara, sabes que he trabajado en cocinas en las que han tenido que lidiar con situaciones peores teniendo un equipo mucho menos preparado que este, y todo siempre ha salido bien. No os daréis ni cuenta de que no estamos.

–Permíteme dudarlo –musitó Clara.

Después de pensarlo un instante, Julio fue el primero en dar su brazo a torcer.

–Está bien. Pero diez días. Ni uno más, ni uno menos.

Las chicas estuvieron a punto de dar un salto de alegría.

–¡Pero Julio! –exclamó Clara–. ¿Tú sabes lo que nos están pidiendo? ¿Sabes lo que nos puede suponer esto?

–A ver, Clara, confío en Ainhoa y confío en el equipo de cocina. Si por algún casual nos vemos desbordados, podemos compartir clientela con la del hotel y hacerles alguna oferta especial, o algo así. Ya se nos ocurrirá algo –le guiñó un ojo a las chicas, que le correspondieron al gesto con una sonrisa.

Y un mes más tarde allí estaban, en el aeropuerto de Madrid-Barajas, sacando sus pasajes en el mostrador. Eran las diez y media de la mañana. Según el pasaje, embarcarían en una hora. Ainhoa calculaba que pasarían el control de seguridad con bastante rapidez, puesto que no veía un movimiento excesivo en el aeropuerto (cosa que le extrañaba bastante). Y así fue. En menos que canta un gallo, las dos chicas se encontraban sentadas esperando junto a la puerta de embarque. La chef miró a Luz, que estaba enfrascada mandándole mensajes a Paolo.

–¿Qué le has dicho? –preguntó la chica.

–La verdad, que me voy de vacaciones unos días contigo porque tus padres me han invitado –respondió, centrada todavía en su teléfono. Luego levantó la vista rápidamente, mirando a Ainhoa–. Pero no le he dicho nada del teatrillo.

Su amiga rió.

–A ver, me lo esperaba. Habría sido bastante raro.

–Pues sí –suspiró–. Aunque también te digo, parece bastante ilusionado con que lo hayas dejado a cargo de la cocina.

–Es más que capaz. Paolo es un chico con mucho talento.

El tono de llamada de Luz interrumpió la conversación que estaban teniendo ambas. Cuando la chica comprobó quién era, miró a Ainhoa, asustada.

–Mis padres me están haciendo videollamada.

–Bueno, pues cógelo –dijo Ainhoa, extrañada de la actitud de su amiga.

El Cielo en la TierraWhere stories live. Discover now