CAPÍTULO TRECE

156 21 56
                                    


𝐑𝐄𝐂𝐔𝐄𝐑𝐃𝐎𝐒 𝐎𝐋𝐕𝐈𝐃𝐀𝐃𝐎𝐒


Cuando finalmente Pan había terminado esperó a que Sage hablara.

—Supongo que algunas cosas tienen que pasar para que sucedan otras —se limitó a comentar.

—¿Estás diciendo que tenía que ser maldecido? —Se volteó a mirarla de manera brusca.

—Pues sino no te hubiera conocido. —Encogió sus hombros sin despegar su vista del firmamento.

Él asintió y pronto un pequeño silencio se apoderó del momento.

—¿Y qué me dices de tí?

Otro pequeño silencio.

—¿De verdad tengo que...?

—Si...

—¿No puedo solo callar y escucharte...?

—No...

Suspiró.

Buscó algo en sus ojos que le dijera que no era en serio, pero en su lugar su mirada le insistía hablar. En otras circunstancias ella quizá no hablaría. Sin embargo, su moral le exigía al menos compartirle algo de su vida. El inoportuno dicho «un secreto se paga con otro secreto», muy conocido en su reino, surgió en su mente e hizo que no le quedara más opción.

—Una vez quise dejarlo todo, estaba cansada —pronunció la última palabra con pesar—, solo quería ser amada como todos. —Sonrió con amargura—. Fue algo tonto, he nacido con la corona en mi cabeza y con el cetro en mis manos, ¿cómo podría ser lo mismo que los demás y los demás ser lo mismo que yo?

Peter lo entendió, no cómo se sentía —pues jamás había sido adulto— más bien a qué se refería. Sabía que no había sido —nunca jamás en su vida— una niña, la Zephyr Bloom lo había confirmado.

—Si, ese deseo me trajo a mi hijo, pero no era lo que quería. —Cerró sus ojos con fuerza y suspiró antes de volver a abrirlos—. Quería más y me he quedado sin nada.

—¿Sin nada dices? —Apoyó su mano en la fría piedra y se giró un poco para tenerla enfrente—. Tienes todo un reino y es solamente tuyo, yo quisiera tener lo que tienes.—Cada palabra salía de sus labios era acompañada por esa sonrisa pícara que derretía a cualquier chica—. Además, eres una leyenda.

—Pero yo era real —remarcó y entrelazó sus dedos—. En las cenas en familia se hablaba de mí, de mis obras, de mis eventos, de mi reino... —Apretaba con fuerza sus manos hasta que sus uñas quedaron marcadas en su propia piel—. No se le contaba a los niños por las noches.

—Que hablen de tí por las noches no es malo. —Negaba con la cabeza mientras reía. La reina lo observa con el ceño arrugado—. A mí ni siquiera me mencionan.

Y ella pudo volver a sonreír. Lo odiaba por haberla hecho sonreír cuando su vida estaba siendo demasiado miserable como para tomarse la molestia de hacerlo. Sin embargo, en aquellos segundos que duró su sonrisa sus uñas dejaron de marcar su piel.

—Es malo cuando significa que no creen que eres real. —Mordió el interior de su mejilla—. Cuando para aquellos pocos que saben que eres real tu vida les enseña que todo lo que llega alto en algún momento cae. —Su mandíbula se tensó—. Cuando solías tener poco más de siete reinos en tus manos.

—Ya sabes lo que dicen: todo lo que en algún momento cae vuelve a surgir más fuerte que nunca —citó a pesar de no pertenecer a nadie esa frase. Pretendía sonar listo y sabio.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora