CAPÍTULO VEINTICINCO (parte 2)

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𝐄𝐋 𝐋𝐎𝐂𝐎 𝐃𝐄𝐋 𝐒𝐎𝐌𝐁𝐑𝐄𝐑𝐎


En Las Maravillas, debajo del inmenso lago de lágrimas infinitas del Duende que llora, yacía una peculiar casa con forma de sombrero de copa. Era pequeña en apariencia, y sin embargo escondía numerosos y gigantescos espacios. En el sitio más alejado y menos concurrente por los residentes se encontraban: el Príncipe de Camelot dormido en el suelo y en una posición para nada cómoda; el Protector de Nunca Jamás atado con cuerdas a una silla y aún sin poder recuperar la conciencia; y la Reina Sage encadenada a una silla de hierro, aunque a diferencia de los otros dos estaba bastante cerca de vencer la oscuridad en la que se había sumido.

Los párpados le pesaban, pero al menos los sentía moverse. Cuando al fin logró abrirlos, su vista era un poco borrosa. Pudo distinguir a Peter sentado en una silla de madera a un metro de ella. Se veía tan pacífico y para nada problemático.

Bajó la mirada hacia sus piernas, su estómago y sus brazos Una gruesa cadena le rodeaba el cuerpo y la mantenía estática en una silla fría y metálica.

Empezó a preguntarse dónde estaría el príncipe ya que no veía otra silla cerca. Alzó la cabeza y comenzó a buscar a su alrededor. Lo necesitaba a él y a Excalibur, pues esa espada podía cortar cualquier cosa e incluso herir al más poderoso de los magos. Entonces lo encontró tendido en el suelo en una de las esquinas del salón en el que estaban y a un lado estaba la bolsa.

—¡Ha despertado! ¡Sombrerero, sombrerero!

Esa voz chillona se escuchó detrás, luego sintió cómo se acercaba dando saltitos cuyo sonido se adueñaba de cada rincón. Por el rabillo del ojo la vio acercarse hasta que se paró en frente: era una liebre de ojos rosados que vestía un saco negro. Llevaba también un reloj de bolsillo con un diseño inconfundible, había sido esa liebre la que había estado escondida antes de que los atacaran.

—Lo he notado —dijo una voz masculina a sus espaldas.

La liebre soltó una risita antes de dar un par de pasos atrás, haciéndole saber a la Reina que el desconocido que había hablado se acercaba.

Escuchó sus pasos y, además, un bastón chocar contra la madera reluciente y hueca. Sage estaba segura de que debía ser el mismo que los había dormido con el polvo, y esperaba impacientemente poder verlo a la cara.

Los segundos pasaban con lentitud hasta que lo sintió justo detrás de ella.

—¿Qué quieres?

Él se rió como si realmente le divirtiera la pregunta.

—Muchas cosas y a la vez solo una —susurró cerca de su oído.

Su voz le puso la piel de gallina.

—¿Tienes miedo de que te vea a la cara?

No estaba asustada en absoluto. Pero sí estaba preocupada de que todo eso afectara su plan y alguien saliera herido, puesto que no podía hacer explotar el lugar así como así, sufriría mucho y lo sabía.

—Por supuesto que no —respondió con cierta diversión en la voz. Entonces se colocó a su costado siendo visible su figura. No sabía si su traje elegante y desprolijo a la vez, el sombrero de copa, los tantos anillos que adornaban sus dedos, o su sonrisa tétrica le había disgustado más—. Aquí me tienes.

—Libérame y podremos hacer un trato —propuso.

El misterioso hombre (o como lo había llamado la liebre, sombrerero) alzó una ceja y curvó la comisura de los labios.

Ingobernables: Nunca Jamás  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora