↳ Capítulo 20.

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Sentí cómo la respiración de Rosé se alejó de mi cuello y cómo el alma se me desplomaba al piso. ¿Jennie habrá visto...?

El silencio me hizo pensar en una infinidad de cosas.

—Esto sí que está oscuro—, dijo y luego las luces se encendieron de nuevo.

Estaba de espaldas a la escena, pero Jennie no parecía para nada sorprendida, molesta o daba alguna señal típica de una persona que se sintiera engañada.

Me giré, la vi en la entrada con la mirada puesta en mí, maravillada por mi vestido. Luego divisé a Rosé, quien también me miraba absorta, como si estuviese fascinada y... a un metro de distancia de mí.

Me preguntaba cómo podía alejarse tan rápido sin que alguien la notara cerca siquiera.

—Te ves hermosa, Jisoo—. Me dijo Jennie.

—Gracias, tú también estás bellísima—, musité con la voz temblorosa que salió de mi.

—Démonos prisa—. Me instó, haciendo también un gesto con la mano para que saliera por la puerta. —Vamos, amor—, le dijo a Rosé.

Tomé mi abrigo y no le dirigí siquiera una mirada a Rosé en el camino, o mejor dicho, una mirada que ella notara. ¿Qué demonios había ocurrido hace unos instantes? Hubo un acercamiento demasiado... demasiado... lo que sea. A fin de cuentas, había sido demasiado para mí.

¿Es que ella no se daba cuenta de lo que me hacía? Y cuando lo hacía, ¿no pensaba en Jennie?

Esto estaba sobrepasando los límites, Rosé no era una cretina, no sé porqué se comportaba como una.

Especulé durante los cuarenta y tantos minutos que se había tomado el viaje hasta la dirección que Jennie tenía anotada en letra manuscrita en un papel doblado en cuatro.

—Aquí es— dijo Rosé.

Dirigí mi vista a través de la ventana del auto, en donde un hermoso jardín se expandía glorioso en el exterior de aquel salón de eventos del cual vislumbraba sus luces, reflejándose en los cristales de los grandísimos vitrales de la casa.

Bajamos del auto después de que Rosé lo estacionara en el aparcamiento del jardín. Miré maravillada todo a mí alrededor, vaya celebración.

El pavoroso vestido y los tacones altos en color plata me dificultaron un poco el andar, no estaba muy acostumbrada a esto.

Jennie tomó del brazo a Rosé y por el otro lado, me tomó también a mí. Juntas nos encaminó hacía el interior de la casa.

Me quedé sorprendida cuando divisé la decoración. Si afuera era hermoso, adentro lo era mucho más.

Del techo colgaban candiles enormes, hechos de cristal y pedrería, que reflejaban poderosamente la luz y la proyectaban en miles de colores danzantes. Las paredes, adornadas con pinturas de algún artista coreano, lucían acogedoras con ese color perla que las coloreaba. El suelo era blanco, de un piso que jamás había visto.

El lugar era grandísimo y gente vestida de lo más elegante parloteaba en pequeños grupos formados por tres o cuatro personas, con copas de cristal conteniendo vino; mientras que la música de fondo eran hermosas melodías de piano.

—Wow—, musité sorprendida.

—Es... grande—. Concordó Jennie, viendo también los enormes candiles del lugar.

—Jennie Kim, my diamond!— la voz ronca de un hombre nos hizo voltear a verle.

Era un sujeto de aspecto opulento, alto y su cabello peinado lucía algunas cuantas canas esparcidas entre el gris.

Manual de lo prohibido | ChaesooWhere stories live. Discover now