Ley

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La situación en el claro del bosque era precaria. Zen miró a su alrededor, en busca de una solución que se resistía a aparecer. Debía sacarlos a todos vivos de allí, o aquella misión no habría tenido sentido. Debían ganar a toda costa, pero la victoria cada vez estaba más lejos. Todos estaban en el límite de sus fuerzas, apenas capaces de sostener en alto sus armas, mientras que sus enemigos, aparte de numerosos, estaban en plena forma y listos para el ataque. Zen apretó los dientes, mientras trataba de silenciar el ruido que se había instalado en su mente. Había demasiadas cosas fuera de su control. No tenía noticias de Shirayuki ni de Obi, Mitsuhide resollaba a su lado. Kiki mantenía la compostura, pero el haber sustituido sin parar a los demás para que Shirayuki los curara, había hecho mella en ella. Era cuestión de tiempo que llegara a su límite. Y en cuanto a Isamu y sus hombres, ellos habían absorbido el grueso de los ataques, por lo que sus heridas eran considerables.

-Le veo pensativo, Zen-dono.- Se mofó Xenion, consciente de que la victoria era suya.- Tal vez podríamos llegar a un acuerdo si depositarais vuestras armas, ¿no cree?

-No veo cómo eso podría ayudarnos.- Replicó Zen apretando la empuñadura de su arma.

Estaban completamente rodeados. Nadie atacaba, sólo esperaban. Isamu acomodó su cuerpo. El peso de la espada sumado al cansancio acumulado le hacían complicado mantener la posición, pero sentía que si bajaba la guardia sólo un instante, atacarían y sería el fin. Miró de reojo a sus hombres. Todos mantenían la compostura, pese a sus heridas, y él no podía estar más orgulloso de ellos. Eran la élite del reino, y lo estaban demostrando.

-Piénselo, Zen-dono. No pueden ganar. Están en el límite. Si aún no hemos acabado con ustedes, es porque son prisioneros valiosos para nuestros objetivos. Y esa es su única baza. Debería aprovecharla.

-¿Y qué me dice que va a cumplir su palabra y vamos a salir vivos de aquí en cuanto bajemos las armas?

-No me malinterprete, Zen-dono. Mi oferta sólo lo atañe a usted. El resto de hombres no me sirven, y no necesito prisioneros que carezcan de valor.- Zen apretó los dientes con todas sus fuerzas, y dio un paso hacia delante, presa de la ira. Sentía cómo su sangre hervía.

-Zen.- Murmuró Mitsuhide, haciéndole recuperar la compostura.

-Tienes mucho valor usando un honorífico para referirte a mí cuando me estás faltando al respeto de esta manera, ¿no crees?- Escupió Zen lentamente. Si bien había recuperado la compostura, su ira seguía intacta.

El silencio se hizo en el claro.

Los soldados de Xenion se revolvieron, incómodos, mientras mantenían sus armas en alto. Simultáneamente, Isamu y sus hombres, afianzaron su postura, adelantando ligeramente su línea defensiva.

Por un momento, se notó un cambio en el peso del poder de la situación. Fue sólo un segundo, pero todos aquellos que estaban versados en el combate lo sintieron.

-Siempre me enseñaron que los modales iban ante todo, Zen-dono.- Respondió Xenion más tarde de lo que le hubiera gustado.- Y para que vea mi buena voluntad, estoy dispuesto a perdonarle la vida a usted y sus hombres.

-¿Mis hombres?- Preguntó Zen levantando una ceja con desconfianza.

-A ambos.- Respondió Xenion señalando a Kiki y Mitsuhide.

-¿Y qué hay de los demás?

-No son sus hombres. Son los hombres del Rey Izana. No entran en el trato, me temo. Aunque eso a usted debería darle igual, ¿no cree? Después de todo, ni siquiera los conoce, y ellos mismos saben que son elementos prescindibles si con eso le salvan la vida a Su Majestad... O a su hermano menor. A cambio, lo único que pido es su cooperación para negociar con su hermano mayor. Piense en todas las vidas que podrían salvarse, simplemente, bajando su arma.

La marca- Akagami no ShirayukihimeWo Geschichten leben. Entdecke jetzt