Las vacaciones esperadas

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Pobre María Violeta, muchacha de ideas coloridas y pensamientos lúgubres; dama de sociedad, que posee chapas y carbón en vez de joyas y alhajas; mujer de sombra dominada y ojos vendados con pañuelos de mentiras; señora amorosa y de gran corazón, a la que jamás se le abrieron las puertas del amor recíproco.

Pobre del que la vea y se atreva a juzgarla sólo por su pedicura desprolija y su ojo de cristal.

Pobre de aquel que se burle de ella sin saber cuánto ha llorado o cuántos moretones carga su piel y que ha sabido llevar, escondidos, tras varios kilos de maquillaje.

Pobre del que presume y se mofa de las desdichas de otros.

Pobre del que se queja de lo que tiene, suponiendo que todos tienen lo mismo.

Pobre del que no sepa apreciar y abrazar lo que tiene, atesorándolo; mientras más alto se encuentre su ego y su superioridad artificial, más dura será la caída provocada por la realidad.

Pobre de ella, que nunca supo lo que era el descanso hasta que el descanso la encontró. Conoció el sacrificio y el deber antes que cualquier otra cosa; los conoció antes de conocerse a sí misma. Hasta el día de hoy puede decirse que ella no supo si ella era ella. Siempre fue lo que los demás deseaban de ella. Jamás logró pertenecerse enteramente.

Pobre de ella que se fue tras haber intentado cambiar la imagen impuesta por una que le calce a la idea que ella tenía de su persona. Ese día, una mañana de enero, se reveló. Se encaprichó en no cocinar por una paga miserable; momentáneamente se le dio la razón y se la mandó a descansar, a cambio de sus servicios y en forma de disculpa, esa misma tarde se le fue entregada una tarta de frutillas y duraznos. 

Dicen que las desgracias se aparecen sin invitación y a escondidas, que no tienen cara ni identidad, pero las desgracias de María Violeta tenían nombre, apellido y dirección. 

Se sentó con normalidad en su mesa circular, acomodó la tarta y sin escrúpulos comió directamente del molde. Tras el primer mordisco fue dejada, casi completa; no por su sabor rústico y apelmazado, sino porque su degustación fue interrumpida por el ahogo absoluto y la obstrucción de su tráquea. Quiso quitar. Su corazón resonaba en su cabeza. Se inclinó hacia delante, provocando que sus mechones sueltos se vieran manchados por la crema de la tarta.

Tras unos segundos su dolor la acompañó, hasta que la nada misma se avecinó y la oscuridad venía de ayudante.

La miró a los ojos, se acercó a ella y apoyó su mano en su espalda. Se acercó más, rozando sus labios contra el lóbulo de su oreja y susurró:

—Relájate. Lo peor ya pasó... Ahora te toca vivir la verdadera vida.

De esta manera, María Violeta abrazó al ser en cuestión y descansó por fin. Al fin conoció el alivio palpable. 

Historias cortasWhere stories live. Discover now