Los timbres

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El timbre suena con fuerza. Se escucha sobre la puerta y abarca todo el salón, desde el asiento de Sandra, la delegada del grupo, hasta la estufa, al final del aula, en dónde se sienta la estratega de Valentina; ese lugar le pertenece durante toda la temporada de invierno.

No hay nada que hacer al respecto.

El estruendo reciente, pero esperado, interrumpe las palabras de Miss Muriño, quien se hallaba entusiasmada con su presentación de la nueva unidad: comparativos y superlativos. Desearía que dentro de su larga e interminable introducción hubiera hecho algún ejemplo sobre su bitlest modulación; si no se le entiende cuando habla español, menos cuando inventa su propio acento, simulando ser británico.

Siembre digo que ella haría un buen -o mejor- trabajo que el timbre. Es decir, no hay que pensarlo mucho, está servido en bandeja. Ambos son viejos y deteriorados, desprenden un sonido agudo y ensordecedor que harta, son molestos, son anticuados, y ya deberían actualizarse un poco.

Sus descripciones encajan a la perfección. Es justo como acomodar un espejo enfrente de otro.

O, de última, en vez de quedarse con el laburo del pobre timbre, podrían unirse en matrimonio y compartir sus sueldos para comprar sus víveres y pagar el alquiler de su triste departamento, el cual debe estar ubicado a unas pocas cuadras del colegio, dado a su asistencia perfecta. ¿Tendrá una asistencia impecable hasta su jubilación? ¡Qué molestia!

Es impresionante, lo admito, pero hace cuatro años que sufro su materia. Ya es hora de que falte.

Otro pensamiento que me embarga es que ojalá fuera así de perfecta cuando tiene que entregar los resultados de los exámenes: siempre los entrega dos semanas después de que los tomó, y eso sí, rogá que no haya un feriado justo en el día de su materia porque el plazo se extiende por tiempo indeterminado.

Aunque, soñando un poco con respecto a su condenable asistencia, el día que falte -alegría para mi pequeña existencia-, es probable que dos situaciones, hipotéticas, sucedan.

a) Deje tarea de, al menos, cuarenta puntos de desarrollo, y veinte de verdadero o falso, en que hay que justificar porqué pusimos una u otra.

b) Ponga a un suplente -escogido por su autoría- y sea igual de insoportable que ella; como para que no la extrañemos.

Es insufrible.

—Well class —alza la voz para que resalte sobre el barullo provocado por mis compañeros, quienes ya estaban guardando sus cosas aceleradamente—. Bue, lo digo así. Más fácil
—reflexiona para sí misma.

—Al menos así le entendemos algo —susurra Kiara mientras sube su mochila a su regazo.

Sonrío y asiento ante su comentario, sin dejar de tirar mis útiles así nomás en la cartuchera.

—Pero ya a nadie le interesa lo que tenga que decir. —La profesora interrumpe todas las conversaciones que habían surgido con aplausos firmes y resonantes.

Su expresión denota cansancio, y una cierta prisa que no se explica.

—Dejen de guardar, chicos. Yo sé que están emocionados por salir de acá, pero antes de que se vayan les quiero decir que, a la vuelta de las vacaciones, tiene que traer hechas las páginas de repaso del libro. —Se crea un suspiro general, al cual se le suman un par de gruñidos—. No hagan así, chicos. Son una pavada que se resuelve en una hora, nada más. El que no lo traiga le bajo la nota. Saben que soy muy capaz.

Su tétrica mirada se rejuvenece y vuelve a soltar una palma.

—¡Good holidays, student!

Ella se inclina hacia un lado y recoge del suelo su bolso de cuerina blanco, mientras su cabello colorado se enreda con las hebillas a los lados de su peinado asimétrico. Me miro con mi amiga y nos ahogamos la risa.

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