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Lo que pasa en Bariloche, se queda en Bariloche.

Así dice el dicho. Bajo esa frase quemadísima los adolescentes de último año hacían y deshacían lo que querían en esos siete días de viaje de egresados. Se divertían, se ponían en pedo, compartían entre ellos y, sobre todo, se desconocían como los mejores. Y desconocerse no implicaba únicamente a los amigos sino a los que menos se soportaban.

Enzo se había cansado de refregar en la cara de sus amigos y compañeros de colegio que ese año lo cerraría con broche de oro, y por broche de oro se refería a Mia.

Mia, Nicole, la cargosa de adelante... tenía bastantes formas de conocerla, pero ninguna era la que a él le gustaría. Si bien la morocha sufría y prefería darse la cabeza contra la pared antes de tener que escuchar las pelotudeces que venían de su boca desde las ocho de la mañana, a él le constaba que su odio no era real. O que, de ser así, podría cambiarlo. Juraba y re juraba que en ese viaje iba a chamuyarla al igual que a todas sus compañeras de salón, al igual que a las de otros cursos y al igual que cualquiera que se presentara en su camino. Era de público conocimiento que Enzo Fernández era un gato de los peores. Todos sabían bien de su reputación y de lo bien que le salía encamarse con quien quisiera, de la misma manera que se sabía quiénes no caían ni caerían ante sus encantos, y una de ellas era Mia.

Los largos y bien transitados seis años de secundaria, Mia había tenido que taparse las orejas para no escuchar a su círculo de amigas hablar de Enzo, pero ese último año pareció imposible. Cada fin de semana era una anécdota distinta, escuchada o vista por ella misma, Enzo no era para nada desapercibido, e incluso después de haberlo estado evitando tantos años y que, por consecuencia, él hiciera lo mismo, Mia era capaz de jurar que ese último año él se estaba dejando ver apropósito. O tal vez era ella quién empezaba a prestarle más atención que antes. Fuese como fuese, Mia seguía bien parada y firme en su posición de no verlo ni por encima de su hombro. Enzo era todo lo que ni ella ni unas cuantas querían; sobrador, egocéntrico, insoportable, bocón y un turrito por excelencia. Por algo no le había hecho caso la única vez que en primer año éste se le había tirado encima, pero después de tanto tiempo, volvía a presentir que el morocho tramaba algo. Para su mala suerte, a ella no podía importarle menos.

Los amigos de Enzo no perdían la ocasión para descansarlo. Él, el "todas quieren conmigo", el "yo cojo a todas", y el "soy re gato y no me importa" sin que una le hiciera caso. Otras veces había sido rechazado, por supuesto, tampoco se trataba del hombre más apreciado en cuanto a estética, pero sabía ganar por otro lado, era chamuyero, envolvía con sus palabras, con su tono, con su sonrisa. Y más temprano que tarde, te encontrabas entre los labios de Enzo Fernández. Ser rechazado para él nunca había sido nada malo, porque sabía que era cuestión de insistir un poco más y finalmente llegaría a lo mismo. Y sabía que Mia no se escaparía de la regla.

Pero eso no pasó ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera noche. Mia no le había prestado atención ni en los boliches, ni en las excursiones ni en los traslados. Demasiado si lo había mirado despectivamente unas pares de veces, pero no más que eso. Diferente a todas las que se le tiraban de pico con tal de tener un beso suyo. Había intentado estar cerca de su eje, hacerse notar, y realmente lo hacía bien, porque todas sus amigas volteaban y admiraban la belleza del morochazo allí presente, menos ella. Lo evitaba, como siempre, pero él no pensaba dejarse ganar por su indiferencia, algo tenía que inventar.

La cuarta noche fue igual a las otras tres. Enzo falló como en sus otros intentos, y prácticamente dado por vencido, terminó chapándose a una rubia de ojos verdes toda la noche. Apenas llegó a escuchar su nombre, pero ni siquiera lo recordaba, estaba tan en pedo y tan ido que no pudo prestarle la suficiente atención. Contra una de las paredes del boliche, manos iban y venían por todos lados, besos, suspiros, respiraciones aceleradas y risitas inaudibles. No esperaron a cerrar boliche, después de tanto toqueteo la rubia ni la dudó en primeriar y llevarse de la mano a ese bombón hasta su habitación.

ESCÁNDALO ━ enzo fernandezWhere stories live. Discover now