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Mia sintió un apretón en su muslo izquierdo mientras usaba el espejo del coche para pasarse rímel por quinta vez. Volteó a mirar a su novio de mala forma y levantó una ceja.

—Estás preciosa, gorda. ¿Qué pasa que tenés esa cara?

Mia dejó su maquillaje de lado para voltear hacia Rodrigo. Miró una vez más su disfraz: la bata negra, en cuero, los shorts del mismo color con detalles en dorado, el cinto de campeón y sus manos envueltas en gasas dónde luego se pondría los guantes de boxeo. Lo había maquillado un poco debajo del pómulo para fingir que estaba medianamente lastimado y darle una buena apariencia de boxeador. Estaba hermoso, cómo siempre ante sus ojos.

La pregunta es qué no le pasaba. La noche anterior había dormido para el orto por estar pensando en cosas que no debía. El día entero anduvo a las corridas de acá para allá en búsqueda de sus disfraces y no contenta con eso, ahora estaban llegando tarde por tener que pasar a buscar a Enzo y a Gonzalo a la casa del último. No estaba preparada mentalmente para tener que lidiar con Enzo y con lo insoportable que era. Tampoco tenía ganas de estar en la misma ronda que Rodrigo y que sus hermanos. Simplemente todo parecía ir mal y ella no daba más de lo saturada que estaba por culpa de sus pensamientos.

—Nada, Rodrigo, soltame que me desconcentras —contestó finalmente, volviendo a su tarea principal mientras el mayor devolvía su atención al camino.

—No podés pasarte todo el día enojada —exclamó, llevando su diestra a la mano libre de Mia para entrelazar sus manos sobre la palanca de cambio—. ¿Qué hago para que me perdones? No me gusta que estemos así.

La morocha dio un suspiro, soltando la mano de Rodrigo para cerrar el rímel y luego devolverla a su lugar, sintiendo caricias en el dorso de la misma. Apoyó su cabeza en el hombro de su novio, se giró apenas para chocar su nariz contra su mejilla de forma tal que pudiera dejar pequeños besitos en su mandíbula.

—Estoy un toque cansada nomás, amor, no es con vos.

Rodrigo se tomó dos segundos para girarse hacia su lado, dándole un pico en los labios para luego volver su atención al camino.

—Me parece que no te llevas muy bien con mi hermano, ¿no?

Mia lanzó una pequeña risita. —No, es un infumable —admitió—. Estaba más tranquila cuando no sabía de su existencia.

—Entendelo gorda, es el más chico, el más mimado y encima la joyita, imagínate —contestó, sin desviar su vista del camino.

Entenderlo no entraba en su lista de quehaceres. Podía ser todo lo que él quisiera, pero ella estaba negada a justificarlo en lo más mínimo. Ese pibe era un creído, un fantasma y un ridículo. No había chance alguna. Un pendejo maleducado sin más.

No opinó de él en el resto del viaje. Prendió su celular, contestó mensajes a los organizadores de la joda y habló un poco con Milena, su mejor amiga, quién la esperaba ya en el boliche disfrazada de vampiro según las fotos que estuvo mandando en el grupo de influencers. Aprovechó la música del parlante para grabar algunas historias de Instagram haciéndose la linda, por lo menos hasta que Rodrigo se lo permitió, porque le pellizcaba el brazo o le tapaba la cámara jugando.

Una vez que el coche se estacionó, bloqueó su celular y lo dejó entre medio de ambos asientos para levantar su vista hacia el frente de la casa de los Fernández. Delante de todo y recargando su peso en el muro se encontraba el menor de todos, Enzo. Sintió como su respiración se detuvo al mantener su mirada en esa figura impotente a metros de distancia, quién la observaba con una sonrisa de superioridad. Vestía unos jeans negros un poco sueltos, lo que permitía que el elástico con las letras de Calvin Klein de su bóxer se hiciera notar. Su torso desnudo era decorado por una bata de seda roja y aterciopelada que dejaba como detalle final el gorrito blanco estilo marinero que tenía en la cabeza.

ESCÁNDALO ━ enzo fernandezWhere stories live. Discover now