Amanecer de Acero

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Las vías ferroviarias, relucientes y elegantes, tambaleaban ante la presencia del imponente tren. Diseñado para alcanzar grandes velocidades en poco tiempo, independientemente del peso, también destacaba por tener la excesiva cantidad de 81 vagones, siendo solo 58 para los pasajeros y 23 más para suministros y similares.

Pese a tener 70 vagones, dos metros de altura y quince metros de ancho cada vagón, el inmenso tren estaba prácticamente vacío. Sin contar el personal de servicio, que todos tienen una característica muy específica, en todo el tamaño del tren solo habían 71 pasajeros, uno por vagón.

Todos despertaron a la vez por la misma voz. O esa era la idea. Una voz robótica explicando la situación de la forma más monótona posible. Solo aquellos con el sueño más ligero lograron despertarse con ese ridículo sistema. Y claro que si tenían sueño ligero, uno que otro tendría paranoia. Y uno de ellos gritó al encontrarse atrapado en un sitio desconocido. Eso despertó a los integrantes de los vagones más cercanos.

Pero lo que finalmente despertó al resto del tren fue el extraño y peculiar personal de servicio anunciando el desayuno del día y demás. Aparte de tener ordenes estrictas de no admitir réplica a sus ordenes, tampoco es que lo sintieran mucho. Ser robot es una limitación enorme.

Algunos lo vieron con curiosidad. Otros con gracia. Algunos temieron por su vida. Otros sencillamente pensaron que seguían dormidos.

En el primer vagón, directamente conectado con la sala del maquinista, fue algo más extraño. Su habitante despertó por su sueño ligero, y entró en pánico al encontrarse en un sitio diferente. Cuando la puerta del maquinista abrió, robots de todo tipo, algunos armados, avanzaron hasta la otra puerta, dejando a uno detrás.

Cuando el último pasó, la pasajera intentó atravesar la puerta. Antes de que se cerrara, lo único que vio fue a un hombre de cabellera rojiza confundido y asustado.

Fueron horas de viaje. Algunos, fascinados por su extraña situación, sintieron esas horas como minutos mientras intentaban comprender la situación. Los más pesimistas sintieron las horas como una tortura, que mientras más pasaba más seguros estaban de nunca acabar. Entre los 58, solo una persona sabía que estaba pasando. Y estaba bastante tranquilo pese a que a sus lados se escuchaban gritos y sollozos. Algo inusual que siempre demostraría independientemente de la situación: indiferencia.

Lentamente sintieron como el tren estaba retrocediendo. Durante el proceso los robots de servicio abandonaron sus puestos. Todos, excepto ciertos casos contados.

El robot armado del primer vagón se mantuvo en su posición.

Cuando el tren se detuvo, y todas las puertas se abrieron a la vez, solo unos pocos valientes decidieron salir. Entre ellos el pelirrojo del segundo vagón.

La estación, aparte de ser tremendamente anticuada, y grande, destacaba por ese aspecto abandonado, triste y marrón que reinaba en la época del western: todo construido con madera y a punto de destruirse. Y más con el páramo desértico que presedía la estación.

Ante tal visión, el pelirrojo decidió acercarse el primer vagón, allí donde esa extraña chica dormía.

Solo que estaba en una esquina hecha bolita, asustada por la perspectiva de su existencia y de su futuro.

Alzar la vista y ver al pelirrojo la desconcertó. Él, pese a estar tanto o más confundido que ella, se mantenía callado y sereno.

Sencillamente le tendió la mano, y tras unos segundos, ella aceptó ese improvisado gesto de amistad.

Ambos salieron a la vez del tren. Esta vez la gran mayoría de los individuos habían decidido salir. Algunos se mantenían al margen, escuchando solo a sus pensamientos y emociones. Otros, concretamente siete, aprovecharon en salir corriendo a toda costa, buscando huir de ese extraño lugar. Los más sensatos compartían opiniones con quienes tenían más cerca, en un vano intento de averiguar que estaba pasando. Pero todos compartían ese sentimiento de desesperanza y preocupación generalizada.

Vida PerfectaWhere stories live. Discover now