Capítulo XXI: Embrujada.

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¿Cómo es que una tarde perfecta puede terminar de este modo?, pensé mientras me encontraba en la sala de los Andrews, tomando café negro y con una manta a mi alrededor

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¿Cómo es que una tarde perfecta puede terminar de este modo?, pensé mientras me encontraba en la sala de los Andrews, tomando café negro y con una manta a mi alrededor.

De fondo se escuchaban los quejidos del señor Andrews pero yo estaba muy cansada como para prestarles atención.

Stephen estaba frente a mi, con una taza de café caliente y negro en sus manos, rodeado con una manta y con una expresión de querer ir a su cama para dormir por las próximas cincuenta horas.

—Honestamente ¡No lo puedo creer! ¿Cómo pudieron si quiera pensarlo? —Harry Andrews agarraba su cabello canoso mientras daba vueltas en círculo.

—No lo pensamos, es que...

—¡No me interrumpas Stephen! Claramente no lo pensaron ¡¿Cómo te atreves a llevar a Amelia al arroyo para embriagarla?! Deberías dejar de perder tu tiempo con ella y seguir cortejando a Elizabeth ¡La tienes muy abandonada Stephen! —sentí una gran necesidad de levantarme y defenderlo ¿Cómo puede hablarle así a su hijo?

—Padre, intento hacerte entender que no fue así...

—¡No lo puedo creer! ¿Quieres que me crea que fue un accidente? No lo creo, la mejor manera será castigarte.

—Fue un accidente señor Andrews —me levanté de mi asiento cansada de escuchar como hablaba sin parar y no escuchaba—. Y si hay alguien a quien culpar es a mi, yo lo invité...

—Mira Amelia, eres la hija de uno de mis mejores amigos, que en paz descanse, pero no permitiré esta falta de respeto y humillación hacia mi familia ¡Cualquiera pudo haberlos visto ebrios! Ya mandé a llamar a tu padrastro para que venga a buscarte.

—¡Pero padre!

—Ningún pero Stephen Andrews te irás a tu habitación en este momento, mandaré a la servidumbre con un café y habrá muchas consecuencias. Y lo estuve pensando, lo ideal sería que no se vean más, para aclarar sus mentes, Stephen se tiene que casar, y tú deberías buscarte un esposo ¡Ni una palabra! ¡A tu habitación, ya! —gritó cuando Stephen iba a decir algo.

Stephen se fue de mala gana a su habitación, antes de irse corrió hacía mí y me abrazó.

—Lo siento tanto —dijo en un susurro en mi oído.

Lo abracé.

—¡Stephen! —gritó su padre y se fue.

Yo me fui con una de las mucamas a esperar a John afuera.

Al sentarme en el piso no pude evitar pensar que tal vez era la última vez que vería a Stephen ¿Otra vez lo perderé?

Llegó John y me fui de esa casa.

—¿Qué pasó Amelia? —me preguntó, yo solo me detuve—. Sabes que puedes contarme todo, ¿verdad?

Lo abracé y comencé a llorar en su hombro.

—No quiero separarme de él.

—Lo sé, lo sé —dijo mientras acariciaba mi cabello.

Continuamos nuestro camino a casa mientras le contaba lo que había sucedido.

—Juro por Dios que no sabíamos que era licor de limón, creíamos que era limonada.

—Les creo Amelia, no sé porque el señor Andrews tendría licor en su casa, por lo que sé el ministro lo prohibió hace años en este pueblo.

—No lo sé, Stephen no sabía que su padre lo tenía.

—Bueno, yo creo que van a volver a verse, cuando el señor Andrews se calme iré a hablarle, le haré entender que todo fue un malentendido, que ustedes no tenían malas intenciones. Hacerle entender que no vale la pena arruinar una amistad así por un pequeño error —al escuchar esas palabras mis ojos se cristalizaron.

—¿Enserio harías eso por mi?

—Haría todo por ti, eres como una hija para mí Amelia, nunca olvides eso.

Sonreí al escuchar esas palabras.

Llegamos a mi casa, mamá no me preguntó nada, solo me dijo que si quería podía ir a mi cuarto y me llevaría la cena, yo acepté.

—¿Quieres hablar? —me preguntó cuando entro a mi cuarto con una bandeja con sopa y pan.

Asentí y me senté en mi cama.

—¿Cómo supiste que estabas enamorada de papá?

Ella sonrió con nostalgia.

—Recuerdo la primera vez que lo vi, fue en una feria de la iglesia. Yo estaba en el concurso de pasteles, él trabajaba como granjero en el área de los animales. Fui a ver a las ovejas después de perder el concurso. Él me vio y me dijo que mi pastel se veía delicioso y que los jurados se habían equivocado. Yo me reí. Creo que lo sentí ahí, era el destino que nos estaba juntando. Yo temía casarme, verás, mis padres nunca fueron el ejemplo perfecto de un matrimonio feliz, nunca conociste a tu abuelo pero él no era un buen padre. Temía que Andrew terminara siendo así, pero él era todo lo que estaba bien en este mundo, mirarlo era como ser bañado por la luz del día y nunca querer despertar de ese sueño. Me hizo creer en el amor por primera vez —su sonrisa era enorme y sus ojos estaban húmedos.

—¿Y cómo le dijiste que estabas enamorada?

—Le dije que me hizo creer en el amor y que no quería vivir una vida en la que él no esté. Él me contestó que cada vez que me miraba era como la primera vez y que no quería que ese sentimiento se terminara. Me propuso matrimonio una noche bajo las estrellas, acepté. Mi padre falleció antes de nuestra boda, mi madre se mudó a la ciudad. Tu padre, Andrew, me hizo ver este pueblo como el lugar más mágico de la tierra. Lo recuerdo todos los días —comenzó a llorar y yo la abracé.

—Fue el mejor padre que pude tener —le confesé entre lágrimas.

—Lo supe cuando lo vi por primera vez, simplemente lo supe.

Y entendía a qué se refería, era un sentimiento tan raro, único y especial que no se podía confundir con cualquier otro.

—Debes hacer lo que haga feliz a tu corazón Amalia, no lo que otros esperan de ti o de él. Deben seguir sus corazones. Toma, esto llegó a la tarde —dijo dándome una carta.

—Gracias madre.

—Descansa ¿Si? Te amo.

—Yo también.

Mi madre se fue de mi habitación y yo tenía una carta en la mano. Ya sabía de quién era.

Sonreí al reconocer esa hermosa letra cursiva.

"Querida Amelia:

Lamento haberte hecho esto, no era mi intención destruir nuestro picnic. Ni que mi padre nos prohíba vernos y por supuesto no quería que te grite de esa manera.

Quiero decirte que no me importa lo que digan, esto se siente real. Y ni siquiera el tiempo o la distancia podrán destruir esto, esta cosa hermosa que no sé ni cómo llamarla. Solo Dios sabe hasta dónde llegaremos pero tengo el presentimiento de que será eterno.

Siempre tuyo, hasta en el fin de los tiempos, Stephen"

Me acosté en la cama con la carta en el pecho y sonreí como nunca antes lo había hecho.

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