Capítulo XXV: Dulces nadas.

10 3 2
                                    

Unas pequeñas gotas caen del cielo, comienzan a acumularse en mi ventana haciendo que me pierda en ellas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Unas pequeñas gotas caen del cielo, comienzan a acumularse en mi ventana haciendo que me pierda en ellas. Pequeñas, delicadas y cuando no te das cuenta, desaparecen.

Las lluvias primaverales me parecen de lo más satisfactorio, me gusta pensar que son grandes regaderas para las plantas, para ayudarlas a renacer. Y me recuerda que las personas también podemos renacer de la lluvia, tomar nuestro pasado y convertirlo en aprendizaje, renacer para lograr ser la mejor versión de nosotros mismos.

La lluvia me inspira a seguir con mi vida pese a las dificultades ¿No es eso hermoso?

El sonido de mi puerta siendo golpeada me saca del mundo de mis pensamientos y me vuelve a la realidad, un pequeño pueblo, una casa cerca del bosque, un rincón dentro de la casa que es mío y solamente mío, mi lugar.

—Amelia, vino Stephen a buscarte —mi madre abre la puerta lentamente.

Sonrio al pensar que él está aquí, al pensar en que llegamos al punto en el que no importa qué día u hora sea, siempre hay tiempo para vernos.

—Dile que enseguida bajo —exclamo, mi madre se va y yo salto de la emoción.

Me miro al espejo para acomodar mi cabello, mis rizos están más inflados que de costumbre pero los encuentro bellos de todos modos, son una señal de que ha llovido y yo amo la lluvia.

Bajo las escaleras de dos en dos por la emoción, tomo mi abrigo verde y me dirijo a la puerta. Lo veo brillar en el marco, con una sonrisa gentil mientras habla con mi madre. ¿Así se siente renacer?

Sonríe al notarme en la sala y es una de las sonrisas más brillantes que he contemplado en mucho tiempo.

—No vuelvas muy tarde —mi madre se despide de Stephen y se retira a la cocina.

Él me ofrece su mano y yo la acepto.

—¿A dónde vamos hoy? —preguntó mientras tomamos el camino de siempre. Estaba húmedo por la lluvia que ya había parado.

—A nuestra casa —señala y yo me emociono, en las últimas semanas estuvimos limpiando esa casa abandonada y debo admitir que había quedado muy hermosa.

Después de unos minutos llegamos a la casa y nos sentamos en el suelo, encendimos un pequeño fuego en una cubeta de metal.

Lo noté un poco triste, seguía teniendo aquel brillo que siempre destaco pero había un tono lánguido en su mirada.

—¿Te encuentras bien? Puedes hablar conmigo de lo que sea —pregunté y por primera vez yo tomé sus manos, yo inicié el contacto entre nuestros cuerpos.

Suspiró con la mirada perdida —Hay algo que me preocupa —expresó finalmente.

—Puedes contármelo y, tal vez, pueda ayudarte.

—Como sabes mi padre quiere que me case con Elizabeth Wilson —mi corazón se detuvo, me había olvidado de ese detalle—, pero yo nunca fui feliz con ese compromiso, se siente como un trato de negocios no como...

—¿Amor de verdad? —terminé su frase.

—Exactamente. Nunca tuve una conversación con ella más allá de temas frívolos que están fuera de mi interés personal. Y, además, hay otra persona. Una que realmente me importa, una con la que puedo verme en el futuro. ¿Tú qué piensas?

—Mi opinión, si es que vale algo, es que deberías unirte a aquella persona que te quiera por quien eres no por lo que tienes.

—¿Y qué pasa si todo lo que soy es mi dinero y mi apellido? —apartó la vista de mi y se quedó mirando un punto fijo. Suspiré y acaricié su mano con mi dedo pulgar.

—Eres mucho más que eso Stephen, eres una persona hermosa y quién no vea eso debería replantearse todo. Somos mucho más que lo material que poseemos, somos humanos, con almas y corazones, pensamientos propios e ideas. No nos podemos dejar llevar por el dinero cuando lo que enriquece al ser humano está aquí —dije señalando mi pecho.

—Aquí —repitió colocándose la mano en su pecho.

Ambos sonreímos ante eso.

—Mi madre solía decir que eras muy inteligente, por supuesto que yo siempre lo creí, pero puedo verlo ahora —yo sonreí ante ese comentario, él no hablaba mucho de su madre—. ¿Fue fácil?

—¿Qué cosa?

—Dejar de llorar cada vez que piensas en tu padre —indagó y yo suspiré melancólicamente recordándolo.

—No, pero al final del día aprendí a vivir sin él, pero nunca lo olvidé, siempre está presente, puede venir en maneras que nunca me imaginaría, pero siempre está ahí porque, de algún modo, ahora vive en mí —sonreí al recordarlo.

—Mamá solía decir que todos volvemos de algún modo a la tierra, decía que le gustaría volver como una mariposa, la monarca imagino ya que era su favorita.

—Algún día la volverás a ver.

—¿Cómo era tu padre? Quiero decir, lo conocí pero no lo recuerdo mucho.

—Mi padre era como yo, un amante de la vida con un corazón lo suficientemente grande para disfrutar cada momento de la vida. Dibujaba, leía y le hablaba a los árboles. Me enseñó a pintar, me enseñó el lenguaje de las flores y un pedazo de su alma vive en la mía. A veces me pregunto qué otras cosas me pudo haber enseñado —mis ojos se humedecieron y yo sequé la lágrima que caía—. Me gusta recordarlo con felicidad, nunca lo olvidaré.

—Mi madre también era como yo, con mi padre nunca tuve la mejor relación, creo que se decepciona al notar que yo era como ella y no como él. Al principio fue duro no tenerla junto a mi, pero, la siento presente ¿Sabes? Es difícil de explicar —sus ojos se humedecieron.

—Te entiendo completamente —tomé sus manos otra vez.

—A veces siento que no puedo hablar, no puedo entender mis sentimientos y no puedo expresarlos —las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos y yo sufría por cómo él se sentía—. Siento que todos tienen esta imagen de mi, esta idea del chico perfecto, masculino, duro, el digno hijo de mi padre pero, tengo que admitir —me miró a los ojos y le regalé una pequeña sonrisa—, para ti puedo admitir, que a veces soy muy sensible para todo eso.

Me acerqué y lo abracé, comenzó a llorar en mi hombro.

—Quiero que sepas que nunca debes fingir ser duro, valiente o alguien que no eres frente a mi, yo siempre te querré sin importar que —acaricié su cabello mientras lloraba.

Mi corazón se conmovió, ahora tenía un objetivo, hacer sentir seguro a Stephen, quería que supiera que si necesitaba hablar con alguien, llorar o reír yo siempre estaría ahí, sin importar que.

Nuestra melodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora