Capítulo 34

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La noche estaba en su punto, el sueño que tenía al parecer se había ido de vacaciones ya que, no podía dejar de pensar en todo lo que Alexander me había dicho.

Me sentía sola, Bianca no estaba en la villa, y eso me causaba un poco de miedo, aquella enorme casa siempre pasaba oscura y siempre me dió terror aquel pasillo con poca luz.

Giré mi rostro hacia la ventana, la luna desprendía su luz y eso me confortó el alma... después vi mi teléfono y lo tomé.

* ¿Vendrás a casa? — mensaje enviado.

Llevé el teléfono a mi pecho, esperando una respuesta, pero William simplemente leyó el mensaje y no respondió... después de eso, quedé dormida.

*****

Mi alarma siempre habían sido, los bellos cantos de los pájaros que llegaban al pie de mi ventana.

Abrí los ojos lentamente y vi que el sol estaba muy alto. Tomé una ducha rápidamente y después bajé.

Abajo estaba Rodrigo tomando café.

Y ni señales de William.

— Buenos días señorita — saludó amablemente.

— Buenos días Rodrigo, que bueno verte por aquí, hace tiempo que no veo el jardín junto a ti, ¿Qué te parece si vamos ahora? — estaba emocionada.

— Ahora no sería conveniente, hay mucho barro y puede ensuciar sus pies, mejor otro día.

Me reí.

— Como si eso fuera nuevo para mi, vamos.

Hice una mueca con mi mano para que me siguiera, el terreno de la villa estaba siempre húmedo, debido al clima que siempre era frío y llovía por las noches.

— ¿Qué les darás hoy a estas preciosas? — pregunté mientras me detenía para verlas.

— Nuevas inquilinas, tendré que transplantar más.

Rodrigo empezó a arreglar la tierras con algo de abono, y de algunas ramas quitó las espinas. Inmediatamente llegué a él.

— Te ayudo...

— ¡Claro que no! — exclamó con los ojos bien abiertos.

Volví a reírme.

— No te lo estoy pidiendo, dame la pala es una orden.

— Pero señorita...

— Pero nada, anda dámela ya.

Rodrigo lo dudó, aún así me la entregó. Arreglar el jardín siempre había sido lo que más amaba, mientras arreglaba la tierra, Rodrigo quitó algunas espinas y preparó la casa de las nuevas inquilinas.

— Estas rosas, ¿Son blancas también? — pregunté.

— Así es, vienen de un vivero lejos de aquí... son preciosas.

Sonreí y seguí con mi trabajo, tenía la curiosidad de saber porque sólo querían rosas blancas y no agregarle color, era algo estúpido. Mientras Rodrigo se distraía con la manguera, tomé una rama de rosa de las que habían en el jardín y una rama de las nuevas, después las uní haciendo un almácigo, parecía que eran una sola y se veían hermosas.

Una vez que todo estuvo listo, las transplantamos, y regamos un poco de abono... quedé cubierta de lodo.

— Espero que no mueran — dije.

— No lo harán, el secreto está en preparar bien la tierra, ahora entre y se da una buena ducha señorita, está cubierta de barro — dijo Rodrigo con una risita.

La elección de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora