XV.- RUPTURA

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Joaquín abrió los ojos sintiéndose por demás confundido, se hallaba acostado boca abajo cuando lo que pareció ser el sonido de voces irrumpieron en sus oídos. No sabía de qué o de quién se trataba, aunque lo intuía. Definitivamente Lucía estaba haciendo méritos para acabar con la poca paciencia que le quedaba. ¿Qué le costaba a esa mujer ponerse los audífonos para contestar las llamadas? ¿es que acaso no tenía compasión por el prójimo?

Salió de la cama dispuesto a mandarla a volar muy lejos, luego de la plática a calzón quitado que habían sostenido en la madrugada, había tenido la necesidad de tomarse una bebida fuerte para poder calmar el cúmulo de sensaciones y emociones y conseguir conciliar el sueño, huelga decir que no lo logró y como consecuencia pasó una noche fatal.

Cuando estuvo a escasos milímetros de alcanzar la puerta y mandar al mismísimo infierno si era necesario a todos, las palabras que resonaron en sus tímpanos lo obligaron a frenar en seco, dejándolo como espectador incógnito de aquel dilema.

—¡Das pena mamá!—, bufó soltando asqueada el aparatejo que tenía en la mano y que apenas segundos atrás reposaba en el cajón de la mesa de luz de la rubia.

—No te permito, Rocío Luna...

—No me permites, ¿qué? ¡Habla! Si hasta vergüenza debería darte, tú con esas cosas y a tu edad—, lanzó despectiva barriéndola de arriba abajo con su verde mirar.

—¿Mi edad? ¿Mi edad? —, repitió ella incrédula. —O sea que tú piensas que porque ya tengo sesenta años dejé de ser una mujer—, dijo más a manera de afirmación.

—Mam...

—Crees que mi único objetivo en la vida es sentarme en una mecedora frente al lago en la casa de Santa Bárbara a tejer botines y chambritas para tus hijos, acompañada por los patos mientras miro hacia el horizonte y espero resignada a que llegue mi hora para partir de este mundo. Pues fíjate que no, me rehúso a que ese sea mi destino, ¿sabes por qué? Porque antes que tu madre, antes que cantante, que actriz, que empresaria, soy mujer. Sí, una mujer que siente, que piensa, que ama, pero sobre todo que desea. Y el hecho de que no tenga pareja no quiere decir que no tengo derecho a disfrutar de mi sexualidad. Y esto—, dijo tomando uno de los famosos «juguetitos de placer» que su hija le había descubierto y que había originado aquel enfrentamiento, —esto también forma parte de la sexualidad. Y no me vayas a decir que no sabías, que nunca habías visto uno porque no te voy a creer. Tú, que te precias de ser una mujer de este siglo, muy moderna y liberal ¿te atreves a juzgar a otra mujer? ¿dónde quedó la madurez que dices tener? O ¿es que solo eres madura para irte de casa y convivir con Damián, pero no para respetar la forma de pensar y de sentir del prójimo?

—Pero tienes sesenta años, mamá.

—Aunque tuviera ciento ochenta años, eso no quiere decir que no pueda sentir placer, que no desee sentirme amada, que no desee que me acaricien, que me hagan sentir mujer.

—Pero creí que te separaste de Pablo porque no querías «cumplirle» en esos menesteres.

—Y no te equivocas, lo mío con él fue un error, fue una decisión precipitada, una decisión que no fue muy bien meditada. Acababa de salir del ACV, estaba muy vulnerable, necesitaba, no sé, compañía, sentirme viva. Pero siempre tuve muy en claro que no era amor lo que yo sentía por él, el verdadero amor lo conocí en otro lado, en otros brazos, en otra piel muchos años atrás.

JUECES DE UN SOLO CORAZÓNWhere stories live. Discover now