USA

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Bien, esta vez lo iba a hacer lo mejor posible. El día anterior John había intentando dejar claro que es lo que quería y allí estaba Alexander para intentarlo.

—Buenos días— dijo abriendo la puerta con cuidado y se acercó a abrir la ventana. John se despertó con cuidado y agradecido de que hubiese sido algo más sutil. —¿Qué te apetece ponerte?

—No me importa— aseguró John y Alexander asintió buscando algo bonito en el armario. —¿Esto te gusta?— Dijo haciendo un conjunto y John asintió. —¿Qué tienes hoy que hacer mientras yo voy a la universidad?

—Matemáticas— aseguró John y Alexander asintió.

—Yo no soy muy bueno en ellas— aseguró el pelirrojo. —Cuando pude, me las quité de encima. —¿Estás emocionado por volver a Estados Unidos?

—Sí, tengo ganas de ver a mi padre e irme de aquí un tiempo?— Afirmó el rubio.

—El médico quiere verte esta  tarde antes de que nos vayamos— aseguró el pelirrojo y John asintió. Aquello ocupó un buen rato de la tarde, pero así solían ser los días de John, nada fuera de lo común.

—¿No tienes ganas de ir a la universidad?— Cuestionó al pelirrojo pues lo veía muy tranquilo. —¿Es por Elizabeth? Lo siento.

—Ds igual, no tienes nada que ver— murmuró Alexander. —Solo no quiero escuchar sus tontas explicaciones. Francis ne ha dicho que no es la primera vez que las ve juntas.

—¿Y quieres confiar en lo que él diga?

—¿Insinúas que no es de fiar?— Preguntó sorprendido y John negó.

—Tal vez pensé que confiabas más en tu novia que en un amigo.

Puede que John tuviese razón en aquello, pero estuvo todo el día intentando evitar a Elizabeth. De hecho, no quería verla, aprovecharía el viaje a América para despejar su mente y hablar después con ella. Sólo la evitó durante aquella semana, fue difícil pues implicó evitar a Francis y a Lafayette.

El vuelo fue cuanto menos agotador. Demasiadas horas para el gusto de Alexander. Encima John estuvo prácticamente dormido todo el tiempo. Debía admitir que tenía cierta gracia ver a John dormir aunque sonase un poco raro. Se veía delicado y con gracia, aunque siempre era así. Era bastante adorable, aunque era un poco serio y a veces daba miedito.

Alexander se sintió horriblemente cansado después del viaje, solo quería llegar y acostarse, pero para su desgracia aún era medio día. —Ohg, me duelen las piernas tanto tiempo sentado— aseguró el pelirrojo.

—Yo estoy bien— respondió John con tranquilidad y poco a poco empezaron a caminar hacia la salida donde un coche les esperaba.

—¿No viene tu padre a recogernos?

—Si mi padre viniese sería un escándalo. Venimos de incógnito.

—Ah...— dijo Alexander. —No es que vayamos mucho de incógnito. Todo el mundo nos está viendo.

—Lo sé— aseguró. —Solo mi padre y sus trabajadores sabe que venimos. No quiero mucho revuelo. La gente a veces es asfixiante. Ya te darás cuenta— murmuró y el pecoso levantó los hombros.

—¿Tú casa está muy lejos?— Preguntó mientras se subían a uno de los coches.

—Un poco alejada de la ciudad — afirmó y durante el camino, Alexander no dejó de preguntar cuál era la casa.

Cómo no era de sorprender la casa era inmensa, antigua, de varias plantas y con un jardín extravagante y enorme. —Jack, qué bien que estés aquí— dijo Henry dándole un abrazo al joven. —Te he echado de menos.

—Yo también— aseguró con una sonrisa.

—Después de acomodarte y enseñarle a Alexander la casa y su habitación, ven conmigo, ¿sí?

—Por supuesto.

John subió las escaleras junto con Alexander y le enseñó las partes más relevantes de la casa que debía conocer. Hamilton quedó enamorado de su habitación, era tan lujosa... No se imaginaba algo así de espectacular. Soportar a John y su trabajo le estaba saliendo rentable.

Después, vio la habitación de John y le sorprendió la cantidad inmensa de libros que habían allí. Era espectacular y, en verdad esperaba poder cotillear algo más. Se dio cuenta del pequeño dato de que no había televisión como en su habitación, supuso que John tampoco era mucho de televisiones, seguro no sabía que era Netflix.

Cómo siempre, sobre la cama de John había una agenda con sus cosas y Alexander la tomó para leerla. —Esta tarde tienes barbero.

—Oh, sí, gracias. Es todo un detalle— afirmó el rubio. —Si me permites, iré a hablar con mi padre— dijo haciendo una pequeña sonrisa y fue a la habitación de su padre. Esperaba que estuviese allí o en su despacho y, por suerte acertó.

Alexander se quedó solo, pero tenía trabajo. Debía deshacer maletas. Tal vez eso era lo más tedioso de su trabajo. Por si no es suficiente no olvidar nada de sus cosas, como para olvidar algo de la maleta de John.

Después de la comida hizo absolutamente lo mismo, ordenar cosas. La verdad es que la habitación de John no tenía muchas cosas que ver. Se notaba que no había estado allí hace años. Habían algunas joyas, más fotos... Fotos colgadas, pero debían tener muchos años. Ah, también había una virgen un poco rara para Alexander, pero bueno, sin más, tampoco es que fuesen muy religiosos en aquella casa. Nadie hablaba de misas y esos aburrimientos. Mejor, no le apetecía soportar esos sermones.

—Buenas tardes— dijo un joven entrando. —¿Se encuentra Laurens por aquí?

—No, pero ahora le llamo— dijo Alexander suponiendo que aquel era el barbero. —Vaya preparando las cosas.

Alexander salió en búsqueda de John, aún estaba hablando con su padre. Debían de tener mucho de lo que hablar, eso sorprendía a Alexander. La vida de John era monótona y aburrida. Llamó a la puerta y cuando le contestaron entró. Debía admitir que la voz de Henry le daba un poco de miedo, incluso su presencia. —El barbero ha llegado— dijo viendo a los dos hombres.

—Ves, Jack— dijo su padre y John se levantó y tomó su bastón. No quería hacerse nada muy importante, solo retocar las puntas, le gustaba que su pelo estuviese exactamente por sus hombros.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora