Día de playa

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—Dime. Tanto querías hablar, ¿qué pasa?— Dijo Alexander viendo a Elizabeth. Había quedado con ella después de clase. Ya no se juntaba con el grupo, no desde su ruptura con Alexander.

Entre lágrimas le confesó que ella aún pensaba en él. Casi cada día, como una tortura. Encima solía verlo hablar de John. Pero Alexander ni siquiera entendía que vió en ella en aquel momento. Fue repentino y pasajero, tal vez estaba acostumbrado a su nueva relación con John. Pasar todo el día juntos era una rutina y una relación muy distinta. La convivencia los unía y tal vez era algo un poco más maduro de lo que Alexander acostumbraba a tener.

Alexander en aquel momento entendió a lo que Francis se refería: pasar página. Elizabeth ya era cosa del pasado. Ni siquiera le dolía verla disgustada.

—John y yo vamos en serio— aseguró Alexander. —Lo siento si te hace daño.

—Alex, no me puedes estar diciendo eso. Tú y yo hemos vivido cosas bonitas— aseguró Elizabeth.

—El calentón de dos meses— contestó. —Ya no estoy pensando en eso. He descubierto que adoro esforzarme por alguien a quien quiero. Me valora, Eliza. Nunca se besaría con cualquier persona y se iría tan agusto.

—Ya me disculpé. Solo ha sido un error.

—Y yo decido si perdonarlo o no. Está bien si quieres seguir siendo mi amiga— aquello fue lo que Alexander dijo. Intentó dejarlo claro y, para disculparse con John por hacerle esperar más de lo normal le compró unas rosas blancas.

Dejó el abrigo en el perchero y se dirigió a la habitación de John, la casa estaba bastante silenciosa. Habían algunos empleados trabajando en sus cosas y cuando abrió la puerta, John estaba dormido sobre su cama. —Hola— dijo Alexander despacio. Vio que John había estado ocupado y se había echado una pequeña cabezadita antes de que fuese hora de comer. —Te he traído flores— dijo dejándolas en la mesita y se sentó a su lado en la cama, apartando algunas hojas que tenía tiradas a su lado.  —¿Cómo estás?

John se despertó de su siesta y le miró. —¿Qué hora es?

—La una del medio día. He llegado un poco tarde, trataba de arreglar las cosas con Eliza.

—Oh... Me he dormido mucho.

—¿Que hora era, Jack?— Preguntó el pelirrojo y John contestó que las once y media.

—Tenía un poco de dolor de cabeza— afirmó. —Tengo. Estoy mejor.

—Estos días hemos estado trabajando mucho. Deberíamos darnos un pequeño descanso. ¿Te apetece algo especial?

—Sí, pero tengo algunos proyectos para la semana que viene. Los debo terminar.

—Está bien.

—Tengo una mano endormiscada— afirmó moviendo los dedos.

—Se te pasará. Debes haberte dormido en una mala postura— dijo Alexander y le extendió la mano. —Vamos a comer, hermosura.

—¿Hermosura? ¿Desde cuándo ese apodo?— Bromeó John levantándose y Alexander le extendió su bastón.

—Desde hoy— aseguró apartando un mechón del rostro de John. —Aún llevas la almohada estampada en la mejilla.

—Estaba descansando muy agusto.

—Luego descansaremos más, Jack.

Comieron y pasaron la tarde tranquila. Al día siguiente que era sábado, decidieron hacer una pequeña excursión con los amigos a la playa. Hace tiempo no hacían un plan así y estaban cansados de quedar en discotecas y lugares que siempre traían problemas.

John decía ser más de montaña mientras que Alexander de playa, pero fue un buen día. Pasaron todo el día hasta que cayó el atardecer y finalmente regresaron a la ciudad.

—¿Te ha gustado?

—Sí, ha sido tranquilo— aseguró John. —Gracias. Os esforzais mucho por hacerme feliz.

—Es lo que hacen los amigos, Jack.

—Tú y yo no somos solo amigos— aseguró el mayor y Alexander sonrió. —He pensado que ya no quiero que trabajes para mí— dijo y el rostro de Alexander cambió por completo. —Lo has hecho bien estos dos años, voy a hablar con mi padre.

—¿Qué? ¿Por qué?— Dijo el pelirrojo. —Pensaba que todo estaba bien y que te gustaba mi trabajo.

—Ya te dije que no quiero que te comportes como un enfermero conmigo y aunque no lo estás haciendo, no me siento cómodo sabiendo que tienes que ocuparte de mis asuntos. No quiero ser tu trabajo.

—Sabes que estoy agradecido de ayudarte.

—Es mejor que no juntemos lo personal con lo profesional.

—¿A qué te refieres? ¿Quieres que cortemos?

—¿¡Qué!?— Dijo John. —No, no pienses eso. Quiero que tú estés aquí, como parte de mi familia, tendré otro ayudante.

—Oh... Sabes, me encanta levantarme por las mañanas y prepararte las cosas. Me hace feliz.

—Cuando me operen empezaré a hacerlo solo.

—Entonces, no vale la pena conseguir otro ayudante hasta entonces.

—Sí. Durante un año daré más trabajo del habitual.

Alexander suspiró y se sentó en la cama viendo a John peinarse una trenza.—No das trabajo. Todos tenemos momentos buenos y malos, yo te ayudaré.

—¿Y si algún día sucede algo entre los dos y nos separamos? ¿Quién me ayudará?

—Yo. No voy a dejarte tirado, Jack— dijo el pelirrojo. —Ven, acuéstate ya.— John cedió y se acomodó lentamente a su lado. —¿Cómo llevas hoy la cabeza?

—Creo que tengo migrañas o debo haber cogido un mal resfriado. Tengo la mano y la pierna algo entumecidas.

—Debe haber sido por el día tan agotador.

—Seguramente, te quiero, buenas noches.

—Igual, cuando vayas a terapia deberías comentarlo.

Los siguientes días fueron como cualquier otro, a excepción de una cosa en aquella semana. El viernes salía el resultado electoral. Aún estaban a martes y John aquella semana estaba un poco de mal humor por unos tirones en la pierna que no le habían dejado dormir, pero como ahora estudiaba, debía aguantar despierto.

Cuando llegó de la universidad Alexander, observaron el jardín desde la ventana, pues John no pudo bajar aquel día. Leyeron tres capítulos de un libro y se acostaron temprano. Mañana debían madrugar.

Alexander tuvo esa sensación de no haber dormido lo suficiente cuando salieron los rayos del sol. Miró a John un rato y se dispuso a levantarse, estaba muy tranquilo. El pelirrojo inició su rutina y sacó algo de ropa para John.

—Te dejo la ropa en el baúl, me voy a la uni ya— aseguró Alexander una vez vestido y se sentó sobre la cama para darle un beso en la mejilla. —¿Me has escuchado, Jack?— Preguntó tocándolo. —¿Jack?— dijo observando su respiración.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsWhere stories live. Discover now