Broma Equivocada

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¡Viernes de brujas!

¡Yei!

¡Disfruten, mis amores!

—¿Qué pasa, chicas? —Mavis parecía extrañada y divertida por nuestra reacción.

Estábamos rodeadas de gente, de chicas conocidas y desconocidas, de magia, de amplios jardines y nosotras sólo podíamos ver el abultado vientre de la gótica.

Miró hacia abajo y sonrió.

—Ohhh, ¿me veo linda? —finalmente entendió.

—¿Qué pasó con tu...? —yo no podía articular la pregunta.

—Mavis, estás... —Avelin tampoco.

La gótica se acarició el estómago.

—¿Esto? son mis bebés —se acercó.

—¿Be... bebés? ¿Más de uno?

—Se mueven, ¿quieren sentir? —sin esperar respuesta, tomó mi mano y la puso sobre su vientre, no tardé en sentir cómo algo se empujaba contra ella.

Ay... sí se...

Un momento...

Avelin también estaba tocando nerviosa, pero...

—Un bebé no se mueve así... ¿o sí?

—Depende del bebé —sonrió y luego su rostro se torció en una mueca de dolor—. Ay no.

—¿Eh? ¿qué pasa?

—Ya viene —comenzó a tambalearse—. ¡Ya viene!

—¡¿Qué?! —Avelin y yo gritamos—. ¡Pero sólo son tres meses!

—¡El dolor es insoportable! —se retorció apoyando todo su peso en mí.

—Ay no...

—¡¿Qué hacemos?! —Avelin y yo estábamos entrando en pánico.

—¡Rápido! ¡recuéstate en el suelo, Erika, haz una barrera!

—¡No hay tiempo! —gritó Mavis, torció su cuerpo y... una víbora salió atravesando su capa, enseñando los colmillos.

Avelin y yo gritamos, el algodón cayó al suelo por el susto y yo...

Espera... eso lo vi antes...

Mavis reía sin reparo mientras el algodón y yo recuperábamos el color y empezábamos a entender qué ocurría.

Miramos alrededor, un montón de chicas ya nos miraban extrañadas, viendo la vergüenza que estábamos pasando; incluso las maletas de Avelin cayeron al suelo cuando perdí la concentración.

—¡Mavis! ¡¿Qué demonios…?!

—¡Hubieran visto sus caras! —ella reía sin parar, interrumpiendose en cada oración—. ¡¿En serio pensaron que... pensaron que...?! ¡Ay, no puedo! —terminó por tirarse de rodillas al suelo entre sus carcajadas.

Me recordaba a cuando nos conocimos.

—¡Me hago pipí! —ya se había privado.

Sus rodillas perdieron fuerza y poco le importó estar en medio del camino para terminar recostada de espaldas al suelo mientras intentaba recuperar el aliento, pero la risa regresaba por momentos, se negaba a irse; era como una tía molesta durante las fiestas de navidad.

—Ay, ya, ya... me hago pipí... —definitivamente ya había llamado mucho la atención con esa escandalosa risa.

Respiraba con dificultad, con sus ojos llenos de lagrimas y el maquillaje corrido; sus mejillas estaban rojas como tomates y cualquiera diría que de verdad estuvo dando a luz.

Transferida a una Escuela de Brujas Tomo 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora