V. La hoguera

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Yo sabía que era una bruja, hacedora de un millón de encantamientos. Sabía que era una bruja, con las garras afiladas listas para atacar en cualquier momento y un caldero humeante con sangre ajena para beber despacio, lento.

Y tú sabías que era una bruja. Sabías que era una bruja, pero me trataste como a una princesa y por poco me convenciste de que un beso de amor verdadero podría romper mi maldición y mi tormento. Pero el único amor que podía ofrecerte era un amor monstruoso, sangriento. El hechizo no se rompió, y el amor solo latía dentro de un corazón cuando el enojo hizo acto de presencia. Y comiste de la manzana envenenada y recordaste que era una bruja, no una princesa.

Porque yo era una bruja y tú el único que podía quemarme en la hoguera, y confiaba en que no lo harías, pero cuando menos lo pensé, sacaste las antorchas y ataste mis manos a la madera.

Y el fuego de tus palabras me consumió, quemándolo todo, hasta los huesos. Y mi cuerpo quedó hecho cenizas esparcidas por el suelo, cenizas que no te importó recoger.

Siempre tuviste el trapo listo para prenderme fuego. Porque sabías que era una bruja que hablaba lenguas extrañas y coleccionaba libros de magia negra. Y cuando la naturaleza de un amor desconocido tocó a la puerta, no te diste el tiempo para intentar entenderlo.

Porque sabías que era una bruja, y tú el único que podía acusarme delante del pueblo.

AMORE, DOLCE MORTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora