VII. In nomine patris

37 8 3
                                    

En el nombre del Padre,
del Hijo,
y del Espíritu Santo.

Señor, si amar de esta forma es pecado,
entonces condenada estoy al infierno.

Deja que mi alma arda,
y con ella, que se quemen todos los recuerdos.
No le des oportunidad de reencarnar,
porque, ciega, volverá a buscarle.

A buscar al objeto de mis sueños,
a llamar, entre susurros,
ese nombre, que despierta
el más profundo de mis deseos.

Deseos, que horrible conjunto de sílabas.
Se arrastran en mi interior como gusanos,
gritan desesperados como demonios prendidos en fuego y se retuercen temblorosos ante la idea de que no puedas escucharlos.

En el nombre del Padre,
del Hijo,
y del Espíritu Santo.

Señor, cuando mi alma reciba su condena,
no tengas misericordia de ella, deja que arda.
Deja que se consuma este corazón putrefacto,
en el rincón más fogoso del infierno.

No tengas piedad al juzgarla,
no pienso abogar a mi favor,
sabía muy bien que podía frenar este tormento,
pero lo único que me quedaba de él, era el dolor.

Y fue muy fácil aferrarme a eso.

Soñé una vida perfecta,
clase media, una casa bonita
un gato negro, un perro,
y quién sabe, tal vez un hijo.

Pero se marchó y todos los sueños
se convirtieron en pesadillas,
que, sin pudor me atormentaron
hasta el último de mis días.

Señor, cuando mi alma arda,
no sientas lástima por ella,
te lo juro, conocía la salida
pero prefirió vagar en círculos, perdida.

AMORE, DOLCE MORTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora