7- El león dorado

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Soñó con un león dorado. Él estaba en su jardín como solía hacerlo por las tardes en los días de semana. El sol salía y se escondía constantemente. El pasto estaba mucho más largo que de costumbre. De hecho, estaba más largo que nunca. Aquel detalle debería haber bastado para llamar su atención. Pero no lo hizo. El joven permaneció ignorante a su entorno y a su realidad al tiempo en que sentía la temperatura bajar más y más. Tenía su café en mano, aquel que se había acostumbrado a tomar durante el curso de aquel verano. Y se había sentado en la silla desplegable. La que le había regalado su abuela la última navidad. Y fue así, entre un sorbo y otro que de repente lo vio. Grande y majestuoso como solo él podía ser. Una verdadera reliquia de la naturaleza. Pero había algo fuera de lugar. Algo no del todo normal. Al principio le costó darse cuenta de qué era exactamente. Pero una vez que lo hizo, le costó creer que hubiera tardado tanto en hacerlo en primer lugar. El león era dorado. Sí, dorado. Como si algo le faltara al rey de la selva para resaltar entre el resto de los mortales ¿Acaso no era injusto que fuera él a quién siguieran llenando de laureles mientras el resto apenas se las arreglaba para arrastrarse por el barro? Así parecían funcionar las cosas en esta jungla.

De pronto se le ocurrió que podría llegar a estar en peligro. Después de todo, el león no era el más amistoso de los animales ¿Le estaba mostrando los dientes? Esas no eran buenas noticias ¿Qué era lo más aconsejable para hacer en supuestos como esos? Correr, ¿no? Qué sorprendido se sintió entonces cuando una parte suya le aseguró que no había peligro. Que el león no estaba ahí para lastimarlo y que no había nada que temer. Y entonces, la criatura, quieta como una estatua hasta el momento, empezó a moverse lentamente en su dirección. El joven Richard Way contuvo la respiración. "No puede lastimarte." Dijo esa voz en su interior. El gigante mamífero no le sacó los ojos de encima en ningún momento y siguió avanzando. Ya estaba tan solo a unos metros de distancia. Casi que hasta se podía sentir su hedor. El león avanzó y avanzó a paso firme hasta que llegó a su lado. Recién entonces se detuvo y se sentó para ya no volver a moverse. El pequeño Richard se sintió petrificado. Completamente imposibilitado de mover siquiera el más pequeño de sus músculos y, en aquel momento, el miedo amenazó con dominarlo por completo. La sensación de no poder moverse era horrible. Sentir que cualquier comando que la cabeza le diera a las extremidades no podría llegar a ser ejecutado era espiritualmente debilitante. Pero había una cierta sabiduría en su cuerpo detrás de todo ello, porque cualquier movimiento que hiciera podía llegar a ser su último. El felino lo triplicaba en tamaño y tenía a su disposición por lo menos una decena de maneras de terminar abruptamente con la vida del joven soñador. Pero allí estaba otra vez esa loca voz diciendo que no había nada que temer. "Dale, ¿qué esperás? Acaricialo." Él solo pensar hacer semejante cosa le retorcía el estómago, que amenazaba con regurgitar parte de su contenido. Aun así, le hizo caso y lo acarició. Se sorprendió también al notar un pelaje increíblemente suave y sedoso, habiéndolo esperado más bien duro y pegajoso, culpa de la pintura con la que, hasta segundos atrás, estaba seguro que lo habían recubierto. Pero no, al parecer, el color era suyo. Tan suyo como su melena y sus colmillos. Los que reposaban a tan solo escasos centímetros del lampiño rostro del chico. El león hizo un pequeño movimiento de cabeza. Tal vez indicando que le había gustado la caricia. Tal vez algo no tan inocente. El otro continuó de todas formas. No le parecía oportuno detenerse una vez que hubiera empezado. Y luego se le ocurrió que hasta podían llegar a ser amigos, ¿Por qué no? Después de todo, el león había llegado solo. Tal vez estaba tan solo como él. Podrían hacerse compañía mutuamente ¿A quién no le gustaría tener un león como amigo? Nadie se metería con él de ahí en adelante. Ya no más. De esa forma, él se volvería imparable y todos conocerían su nombre. Pero no ya por ser el hijo de su padre o el nieto de su abuelo. No. Se haría un nombre por sí mismo ¿Quién lo podría detener?

Una semana después de aquel encuentro de ensueño con Melina, Marco se encontró a sí mismo nuevamente al servicio del fundador del hotel. Tenían que recibir unas cargas que llegarían desde el puerto de Dalloway y que por el momento no se dignaban a aparecer. Por algún motivo, el señor Way no quiso decirle de qué se trataba exactamente el tipo de mercadería que contenían, lo que obviamente determinó que Marco empezara a imaginarse locas teorías sobre este siendo realmente un mafioso contrabandista que estaba intentando hacer entrar en la isla algún tipo de droga o algún arma específica que nunca había sido vista hasta la fecha. Y la idea fue tomando más y más forma hasta que un gruñido particularmente alto del señor Way hizo que se pinchara la burbuja de ensueño. Estaba claro que el mandamás se iba poniendo más y más nervioso a medida que pasaban los minutos y seguía sin haber noticias del buque.

El Hotel Grand WayWhere stories live. Discover now