68. La floración

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 Tirié se miraba al espejo, intentando arreglarse lo mejor que podía sola. No estaba satisfecha del todo con cómo le quedaba el pelo. Sabía que no estaba mal, pero tenía que estar perfecta.

 Efnu apareció en la prisión para darle una invitación a la Floración. Y no a cualquier celebración de la Floración, la de Mandjet. Era uno de los eventos más prestigiosos del año. Solo la gente más influyente del mundo tenía el honor de acudir.

 Tirié nunca tuvo la oportunidad, pero sus padres habían sido invitados varias veces. Cuando volvían, no dejaban de hablar de lo maravilloso que era, emocionados por los contactos que hacían ahí.

 La joven volvió a mirarse al espejo y suspiró. No podía hacer nada mejor con su pelo. Al menos la ropa era bonita. Eran las prendas de gala tradicionales de su familia: una de un tono verde muy oscuro, ceñida en el abdomen. La túnica tenía un recorte con forma de rombo que dejaba a la vista el ombligo, que en su país de origen se consideraba el punto más importante del cuerpo. Por encima de la túnica, llevaba una capa lateral plateada y verde que cubría el brazo.

 Le gustaban los colores, realzaban el de sus ojos.

 ¿Qué hora era? No quería llegar tarde y, cuando consideró que no podía mejorar más su aspecto, decidió salir de su habitación en la prisión y se dirigió a la sala de los espejos.

 Era una habitación que siempre le había llamado la atención. Los espejos podían funcionar como portales. La primera vez que viajó a través de ellos fue con Klair para conocer a Efnu. No fue la única vez, pero siempre había ido con Klair, nunca sola.

 Al llegar, la operaria la miró, aburrida, aunque esbozo una sonrisa.

 —Tienes que decirme donde compraste esa ropa —dijo antes de bosterzar—. Klair me dijo que vendrías. ¿Tienes la moneda?

 Tirié palideció. ¿Qué moneda? Klair nunca había dicho nada de ninguna moneda.

 —Lo... Lo siento, no sé...

 La operaria frunció el ceño.

 —¿Me estás diciendo que tienes el coraje de presentarte aquí sin la moneda?

 Tirié abrió la boca como si fuese a decir algo, pero no fue capaz de articular nada. La operaria la fulminó con la mirada.

 Y luego se rio.

 —Deberías haberte visto la cara —dijo mientras se reía. Luego se puso a apretar una serie de botones y tiró de varias palancas—. Este año no me han invitado a la Floración y tener que pasarme aquí toda la tarde es un muermo. En fin, al menos tú tienes la oportunidad de ir, así que pásalo bien.

 El enorme espejo central de la habitación se onduló y al poco su imagen era la de un pasillo de suelo de madera y paredes blancas, decorada con varios cuadros y unas plantas. Al final, había un par de guardias apostados juntos a unas puertas.

 Tirié le dio las gracias a la mujer y atravesó el espejo. Se acercó a los guardias y les enseñó su invitación, que se mostraron muy sorprendidos al ver la firma de Emón. La dejaron pasar.

 Entró en un patio muy amplio. Era cuadrado. Los bordes estaban llenos de arbustos con distintas formas: cónicas, circulares, rectangulares... Las paredes, llenas de columnas y de palcos que delataban la presencia de un piso superior, eran de un agradable tono beige, mientras que el suelo era de mármol.

 En el centro había un estanque circular que rodeaba un árbol de madera muy oscura. Sus ramas eran larguísimas y se enredaban unas con otras, creando un falso techo que cubría todo el patio, llegando hasta las paredes y serpenteando por su superficie. Entre el ramaje, se podía distinguir el cielo nocturno y unas cuantas estrellas.

EsdriaWhere stories live. Discover now