Capítulo 3

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Ohm lo depositó en un sillón de mimbre, bajo una parra del patio, admirando la deliciosa curva de su cintura bajo el top azul, la estrecha cintura y las caderas, para reposar finalmente en sus generosos labios.

Material de amante.

Definitivamente. Pero, por lo que él sabía, y había seguido a su enemigo durante esos años como un felino buscando a su presa, su padre no solía tener amantes caros. Con el paso del tiempo, Ohm había aprendido cómo funcionaba la mente de Andreas. Un amante exigía demasiado tiempo, demasiado esfuerzo y dinero. Un esposo era diferente. A un esposo se le podía ignorar o tratar como si fuera un mueble. Sus aventuras extra maritales eran asuntos furtivos con los criados, si debía guiarse por la experiencia de su pobre madre.

Aquel rubio, sin embargo, estaría buscando una alianza. No era un joven inocente, deslumbrado por las atenciones de un millonario... con su aspecto, no podía serlo. A juzgar por las fotografías que le había dado el investigador privado, el joven ya se había hecho un sitio en la villa y seguramente pronto aparecería un anuncio en los periódicos informando de que Andreas Kiryakis iba a casarse por tercera vez. Su enemigo debía estar congratulándose por tener a aquella deliciosa criatura calentando su cama cada noche... o cada vez que decidiera disfrutar del placer de su compañía.

A menos que él lo impidiese, claro. Y eso sería divertido.

Fluke se movió en la silla, inquieto. La mirada oscura de aquel hombre era tan penetrante... casi como si estuviera tocándolo. Con el corazón acelerado, sintió un extraño calor extendiéndose por su cuerpo, haciendo que sus pezones se hincharan, rozando la camiseta. Aquel hombre tan sexy podía hacerlo olvidar que él era un chico sensato, con la cabeza sobre los hombros.

— Espera aquí, vamos a intentar ponerte más cómodo — le dijo.

Luego desapareció, a través de una puerta de cristal, en la que debía ser la lujosa casa de su jefe.

La ausencia temporal de Stavros le dio un respiro y la oportunidad de ser sensato de nuevo. Sí, bueno, era el hombre más atractivo que había visto en toda su vida, pero lo mejor de todo era que seguramente era de por allí, de modo que podría decirle cómo llegar hasta la casa de Ohm Thitiwat. Según Andreas, su hijo iba a la isla sólo un par de veces al año, pero en un sitio tan pequeño como aquél todo el mundo se conocía y Stavros podría confirmarle si estaba allí o no. Y por eso estaba sonriendo cuando volvió a aparecer, llevando en los brazos lo que parecían gasas y suministros médicos suficientes para llenar la farmacia del pueblo.

— Creo que tú podrías ayudarme — le dijo, cuando se arrodilló frente a él para limpiarle la herida.

Ohm arrugó el ceño. Esa sonrisa suya podría iluminar toda una habitación. Pero lo que de verdad lo sorprendía era la falta de artificio. En su experiencia, los buscavidas, y eso incluía chicos muy jóvenes y guapos dispuestos a casarse con ancianos, eran siempre artificiales.

— Creí que eso era lo que estaba haciendo —murmuró, limpiando la herida con un algodón empapado en agua oxigenada.

— No, quiero decir... bueno, sí, claro — Fluke intentaba por todos los medios calmar las mariposas que empezaron a revolotear por su estómago en cuanto esos dedos largos y morenos rozaron su piel. Y el pelo que caía sobre su frente... deseaba de tal forma tocarlo que le dolía. — Es que estoy intentando localizar a una persona.

— ¿Ah, sí? — después de limpiar la herida, Ohm vendó el tobillo y lo sujetó con un imperdible. Aparentemente, estaba a punto de descubrir qué hacía el amante de su padre en la isla. — Yo creo que con un par de días de descanso, sin apoyar el pie, estarás como nuevo. ¿Qué decías?

Venganza sobre un inocente Where stories live. Discover now