Capítulo 5

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Fluke daba manotazos al aire, intentando apartar de su cara un insecto que parecía haber decidido atormentarlo, mientras se regañaba a sí mismo.

Allí, en medio del mar azul, Stavros estaba nadando tranquilamente. A pesar de lo prometedor del pecaminoso strip-tease, que lo había dejado con la boca seca y el corazón latiendo a mil por hora, bajo los pantalones llevaba unos respetables calzoncillos negros. Bueno, si se consideraba «respetable» que un hombre de casi metro noventa y cuerpo de escándalo estuviera a unos centímetros de su cara con unos calzoncillos negros... Aun así, Fluke había tenido que decidirse entre el deseo y sentido común cuando Stavros le preguntó si quería unirse a él.

— No, gracias — le había dicho, con lo que esperaba fuese amable indiferencia.

Y él, encogiéndose de hombros, se había tirado al agua. Seguramente habría sonado ridículamente pudoroso y, además, se condenaba a sí mismo a morir de calor y a soportar el ataque de los insectos mientras él estaba refrescándose tranquilamente en el agua. No era su estilo portarse como un tonto, se recordó a sí mismo firmemente, levantándose para quitarse el pantalón. Con la camiseta y unos calzoncillos de ranitas que podían pasar por un traje de baño, era tan respetable como cualquiera.

Y no tenía que nadar a su lado, además el mar era lo bastante grande para los dos sin que tuvieran que tocarse. Ante la mera idea de tocarlo el corazón de Fluke se aceleró de nuevo. Pues bien, no pensaría en ello, se dijo mientras corría hacia el agua y se lanzaba de cabeza. Y, mientras el agua parecía enfriar un poco su más que estimable ardor, intentó encontrar algo de sentido común para evitar que sus enloquecidas hormonas se salieran con la suya. Tenía que poner lo que había ocurrido en perspectiva. Stavros era un hombre que tomaba una decisión y la llevaba a cabo, por lo visto. Iban a comer, iban a nadar y, según él, luego hablarían. En ese orden. Pues muy bien, esperaría entonces. Se dejaría llevar, como se estaba dejando llevar en ese momento por las olas, y olvidaría cómo le afectaba aquel extraño.

Fluke no había sido nunca una persona excesivamente sexual, se recordó a sí mismo, de modo que aquella locura tenía que ser una cosa temporal, provocada por un hombre con un físico fabuloso, el sol griego y la maravillosa isla. Durante sus cuatro años de compromiso con Troy, jamás había sentido la tentación de lanzarse sobre él para comérselo a besos... y era su prometido. De hecho, su relación física había sido bastante tímida, ahora que lo pensaba. Y se había negado a vivir con él antes de casarse porque creía en esperar hasta la noche de bodas.

Fluke siguió nadando pausadamente. Nadaba bien, pero no aguantaba mucho en el agua y no tardó en dirigirse hacia la playa. La corriente parecía haber aumentado durante los últimos minutos y, a pesar de acelerar las brazadas, no parecía estar haciendo progreso alguno. Pero cuando intentó hacer pie se dio cuenta de que no podía y sintió miedo. Sólo entonces se dio cuenta de que la aparentemente plácida superficie del mar estaba marcada por lo que parecían agujeros negros... Mientras movía los brazos frenéticamente, sintió que la corriente tiraba de él hacia abajo y tuvo que llamar a Stavros, asustado. Afortunadamente, él se dio cuenta enseguida de lo que pasaba y, un segundo después, estaba a su lado, rodeándolo con uno de sus brazos mientras nadaba con el otro.

— Relájate, no te va a pasar nada.

En unos segundos habían llegado a una zona en la que no cubría, pero a Fluke se le doblaban las piernas.

— ¿Por qué no me habías avisado de que aquí había corrientes? — le espetó, para esconder su humillación.

— Pensé que lo sabías. Llevas una semana aquí...

— Pues no, no lo sabía. ¿Tienes por costumbre rescatar a chicos en apuros?

Stavros sonrió, apartándose el pelo empapado de la cara.

Venganza sobre un inocente Where stories live. Discover now