AMOR DE DOS

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La alarma del celular hacía eco sobre su cabeza, interrumpiendo su sueño. Los rayos del sol se filtraban por las rendijas de la ventana y le calentaban el cuerpo bajo la cobija de lana. Suguru tapó su rostro con las manos y gimió de frustración. Odiaba levantarse temprano, y menos un día sábado.

Al otro lado de la pared, las gemelas corrían por las escaleras, haciendo un ruido infernal. ¿No podían quedarse quietas un rato?

-¡¡¡¡Mami!!!! -gritaron al mismo tiempo.

Y Suguru maldijo en sus adentros. El omega alzó el brazo sobre las cobijas y tomó su celular. 7:30. Suspiró con resignación. ¿Por qué estaban despiertas tan temprano? ¿No podían dejarlo dormir un poco más? Su cuerpo le pedía descanso después de una larga semana de trabajo. Pero sabía que sus hijas no entenderían. Eran unas gemelas muy activas y cariñosas, que siempre querían jugar con él.

Suguru se resignó y abandonó la cama. Se quitó el pijama y fue directo al baño, se lavó los dientes y se amarró su cabello rebelde y azabache. Desde afuera las niñas gritaban o tal vez cantaban una canción. Se preguntó qué estarían tramando. Quizás querían sorprenderlo con un desayuno especial, o tal vez solo estaban aburridas y buscaban llamar su atención. De cualquier forma, sabía que no podría ignorarlas por mucho tiempo. Se miró al espejo y se sonrió con ironía. Era un padre soltero con dos hijas gemelas, y aunque a veces se sentía agobiado, no cambiaría su vida por nada del mundo.

Suguru Geto fue un caso difícil en su juventud, siempre metido en problemas y rebelándose contra la autoridad. Cometió varios errores pero uno de ellos fue su salvación. Nanako y Mimiko eran idénticas pero su personalidad las hacía únicas. Nanako era más tranquila y estudiosa, mientras que Mimiko era más alegre y traviesa. Se embarazó a la tierna edad de 17 años. Cuando se enteró de que estaba esperando gemelas, se asustó mucho. No sabía cómo iba a criarlas solo, siendo un omega joven y sin recursos. Y por suerte tuvo el apoyo de su madre. Una mujer rigurosa y estricta, que lo moldeó como el acero. Le ayudó a prepararse para el parto, a conseguir un trabajo estable como enfermero, y a educar a sus hijas con amor y disciplina.

-Mami!!! -se escucharon pasos y un golpe fuerte sobre la puerta. Era una puerta de madera vieja y desgastada, que chirriaba cada vez que se abría o se cerraba.

Suguru se mordió la lengua y abrió la puerta.

-Niñas, ¿ni un minuto a solas? Necesito espacio, mis amores -regañó Suguru pero dándoles una sonrisa suave. Su voz era dulce y cansada, pero también firme y cariñosa.

-Tenemos hambre y nos prometiste que iríamos al acuario -ambas niñas hablaban una y otra cosa y no se les entendía nada. Eran dos pequeñas de cinco años, con el cabello rubio casi blanco y castaño, y los ojos verdes y brillantes. Ambas llevaban unos vestidos de flores y unas mochilas con sus juguetes favoritos. Estaban emocionadas por ver a los peces de colores, las tortugas, los tiburones y los delfines en el Acuario Inbursa.

Suguru frunció el ceño al verlas ya preparadas para salir.

-¡Bien, pero déjenme arreglarme, ¿no creen? -Suguru resopló.

-Nanako, dejé en el refrigerador un atún, sírvanselo mientras me baño y me arreglo -les dio instrucciones el omega. Estaba orgulloso de que sus hijas fueran tan responsables y obedientes, pero también necesitaba un poco de tiempo para él. Su madre le enseñó a ser independiente desde pequeño y se lo quiso transmitir a su descendencia. El atún era una lata que había comprado en el supermercado, nada muy especial, pero a las niñas les gustaba. El baño era pequeño y humilde, pero tenía una ducha con agua caliente y un espejo donde podía arreglarse el cabello y la ropa.

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Al salir del baño, la humedad se le pegaba sobre la nuca como una lapa. Era principios de verano y el calor estaba para asar pollos. Suguru se estaba secando el pelo con una toalla cuando su celular vibró sobre su cama tendida. Rodeó la cama para alcanzar el celular viejo y vio las llamadas perdidas. Era su ex. Ni siquiera era su turno de cuidar a las niñas, ¿Qué es lo que quería? Con molestia evidente, Suguru le devolvió la llamada, esperó hasta que conectó con un sonido de interferencia. Y una voz alegre salió de los altavoces.

AMOR DE DOS Where stories live. Discover now