Capítulo 4

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El comedor de la mansión de Satoru era un escenario de abundancia y tradición, donde el sonido de los cubiertos contra los platos de cristal creaba una sinfonía de elegancia y protocolo. Suguru y los niños, guiados por una sirvienta cuya gracia era testimonio de su experiencia, habían sido conducidos a través de los pasillos adornados con obras de arte y tapices que contaban la historia de una familia de prestigio.

Las habitaciones asignadas a ellos eran un reflejo del lujo que impregnaba la casa, con camas grandes vestidas de seda y almohadas que prometían abrazar sus sueños con suavidad. Era un mundo aparte, uno que Suguru y los niños conocían solo en cuentos de hadas y leyendas.

La cena fue un asunto formal, y mientras descendían la gran escalera hacia el comedor, los retratos de antepasados miraban desde las paredes, como si juzgaran a los nuevos visitantes. Yoshiko, la matriarca, los recibió con una mano enguantada y joyas que centelleaban bajo la luz del candelabro. Sus ojos azules, fríos y calculadores, se posaron sobre las gemelas con una intensidad que Suguru no pudo descifrar.

-"Son tan lindas niñas, sin duda son de mi hijo"-, comentó Yoshiko, su voz teñida de orgullo mientras acariciaba las mejillas de Nanako y Mimiko. Suguru sintió un alivio momentáneo, pero la tensión regresó cuando la mirada de Yoshiko se desplazó hacia Megumi y Tsumiki. -"Parece que tuviste más"-, dijo con un tono que rozaba el desdén.

Suguru, sintiendo la indignación hervir dentro de él, estaba a punto de responder cuando la mano de Satoru lo detuvo, un gesto silencioso que pedía paciencia. La sonrisa de Satoru era una máscara de tranquilidad, pero sus ojos revelaban una tormenta de emociones.

Fue entonces cuando el padre de Satoru entró en la sala, su presencia imponente como la de un patriarca que ha regresado a su reino.-"Yoshiko, querida, no seas tan dura con nuestros invitados"-, dijo con una voz que, aunque amable, llevaba el peso de la autoridad.

Yoshiko se enderezó, su expresión suavizándose ligeramente ante la presencia de su esposo. -"Por supuesto, querido. Solo estaba haciendo observaciones"-, replicó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Suguru, aprovechando la oportunidad, intervino con respeto pero firmeza. -"Las circunstancias de nuestra llegada pueden ser inusuales, pero les aseguro que nuestra intención es mantener la armonía y el respeto dentro de su hogar"-.

El padre de Satoru asintió, su mirada pasando de Suguru a los niños. -"Eso es todo lo que podemos pedir. Ahora, disfrutemos de la cena y dejemos las formalidades para otro momento"-.

Con esa declaración, la tensión en el aire se disipó ligeramente, permitiendo que la cena continuara en un ambiente más relajado, aunque la dinámica de poder y jerarquía entre alfas y omegas seguía latente bajo la superficie de la civilidad.
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La cena había sido un deleite, cada plato una obra maestra culinaria que Suguru y los niños habían disfrutado con cautela, conscientes del lujo que los rodeaba. Después de la cena, Suguru se retiró a su habitación asignada, una estancia que destilaba elegancia y confort. Mientras desempacaba, la preocupación por dejar a las gemelas solas lo invadía, pero la presencia de Satoru, con sus feromonas calmantes, disipaba la ansiedad en el aire.

Yoshiko, la matriarca, había prometido a las gemelas una salida al mar, una aventura que las llenaba de emoción. En cuanto a los hermanos Fushiguro, Tsumiki disfrutaba de su independencia en su propia habitación, mientras que Suguru, protector como siempre, decidió mantener a Megumi más cerca. Con delicadeza, acomodó al pequeño Megumi en la cama, rodeándolo con almohadas como guardianes silenciosos para asegurar su seguridad mientras dormía.

Después de acomodar a Megumi, Suguru se sumergió en las aguas cálidas de un baño que le prometía un respiro. El agua tibia envolvía su cuerpo, relajando sus músculos tensos, y un gemido suave escapó de sus labios ante el alivio que sentía. Su cabello oscuro se adhería a su espalda mojada mientras sus dedos masajeaban su cuero cabelludo, liberando la tensión acumulada del día. Al salir, se envolvió en una toalla suave, sintiendo cómo el vapor acariciaba su piel aún húmeda.

AMOR DE DOS Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt