Fallin for ya'

120 11 2
                                    

Las luces parpadean sobre su cabeza, como destellos que le recuerdan lo insignificante que es cualquiera cuando las sombras del alma ni siquiera hacen presencia entre la oscuridad que los consume, pero en algún punto, como muchas cosas de la vida, deja de ser relevante; lo único que importa en ese momento es aferrarse al gélido cristal que ocasionalmente calma la sed y humecta los labios rotos, con los que desconoce, si ha tratado de reparar temporalmente con alguien. Después de todo, los rostros, como los labios, son solo trozos de piel de interesantes texturas que se utilizan como vestimentas que lo resguardan de su naturaleza, pero siempre destinadas a desecharse apenas deja de sentirse entre sus propias tundras mentales.

Las reflexiones inconscientes pronto son tajadas de su mente, cuando en su mano hay una presumible escalera de color, digna del merecedor premio gordo que se presume sobre la mesa oscura; cuatro de las 7 personas se retiran, la quinta muestra un póker, juego que, si el dueño de las cartas no estuviera ahogado entre los diversos vasos de whisky, se retractaría de haber usado. Por lo que tira las cartas a la mesa, presumiendo las caras de las mismas para inclinarse sobre el dinero y otros objetos valiosos que está calculando cuántas carreras le podrán otorgar, pero apenas empuña una parte de los billetes, una mano ajena golpea su dorso con un juego que dominaría como "estúpida suerte".

Otra escalera de color, con la única diferencia de que su número es mayor; ¿cuánta es la probabilidad de ser humillado con la misma mano?

Al parecer demasiado alta cuando se trata de su persona.

—¿Otra ronda?

La sonrisa burlona de su anfitrión le hace casi escupirle la bebida, pero se detiene cuando una mujer se le quede mirando a la lejanía; invitación o no, ya ha perdido demasiado como para sentir que un rechazo es el peor de sus suertes. Así que acaba su propia bebida, o la de su compañero, no sabe si ha vuelto a confundir los tragos o no, y parte en rumbo de la mujer que lo ata en un juego de seducción que el mismo puede tensar; no todo estará perdido si lleva algo a casa esa noche.

Pasa entre las inamovibles, e irónicamente, rítmicas barreras que crean los cuerpos que bailan, los cuales se dividen en grupos, parejas, o con su propia soledad, en busca de encontrar otro ser solitario que quiera olvidar, por un fugaz momento, ese hecho.

Lo alcanzable cada vez es más palpable, incluso si desde esa distancia que se acorta, las facciones de la mujer no son más que una imitación de lo que vería en un maniquí en una de esas tiendas ridículamente caras en las que Tulio generalmente lo arrastraba cuando se aburría. Mismos maniquís con los que alguna vez se metieron en problemas, después de haber tirado varios, e incluso haber arrancado un brazo; piel perfectamente suave, fría e insignificante, que únicamente desfila ropas que al final del día no lo calientan, a diferencia de la primavera que lo sostuvo cuando huyeron a toda prisa.

Se detiene en seco, nauseabundo.

¿Qué acaba de pensar?

Las luces lo ciegan, y el camino antes claro se vuelve más confuso.

Puede ser simplemente una mala jugada del alcohol, como lo ha sido durante ese último tiempo. ¿Qué otra cosa sería? Su corazón no está hecho para ser domado, su mera existencia no fue creada para recibir un solo grado de amor al no expresarlo. Un trato justo. ¿Por qué el destino querría cambiar algo que ha grabado en piedra tanto tiempo?

Trata de suprimirlo, ignorarlo. Repetir la misma rutina que se ha estado asomando cada que el intruso se inserta en su cabeza.

Pero no ha ganado ni una sola batalla desde que se ha vuelto su guerra.

—Quítate —apenas es capaz de percibir el "aviso" antes de ser empujado, chocando con algún otro ser que, como siempre, no resultaba ser exactamente un buen amigo.

De hecho, ni siquiera resultaba ser una buena persona.

—Hey, tú, que bueno verte, un gusto. Ya me iba —palmea su brazo, esperando que no alcance a traducir su cara como el deudor que es, pero apenas logra desplazarse un metro lejos del peligro, puede percibir como trata de alcanzarlo cuando su nombre sale con tal rabia, que su corazón podría competir contra la de un conejo.

Es una horrible y larga noche.

Pasa entre empujones, disculpas bruscas y reclamos, apenas dándose una pequeña pausa para pedirle a una chica su número antes de desaparecer a los segundos cuando siente que se le arroja un objeto que no se da la molestia en identificar; y cuando cree que por fin está a salvo al escalar las escaleras decorativas que debieron, en realidad, funcionar como una salida de advertencia, estás mismas tiemblan ante la brusquedad con la que se sacuden.

Va a morir, y supone que su muerte pudo ser peor.

Cierra los ojos, murmurando su manifiesto en donde básicamente culpa a todo el mundo de sus pecados, sin eximirlo enteramente; pero cuando a los segundos no siente algún arma perforarle algún órgano se atreve abrir los ojos, encontrándose nada más y nada menos con otro tipo de perdición.

—¿...Tulio?

La escalera se desprende de la pared, y el instinto de supervivencia se marchita junto con sus esperanzas de salir vivo de esta; lo peor de todo, supone, es que lo dejará viviendo con la culpa.

Realmente espera que la muerte sea el fin de su consciencia.

Pero, una vez más, no siente el suelo frío matándolo de un golpe en la columna, vertebras o su propia cabeza, al contrario, hay un calor real que derrite todos los polos que oculta debajo de su propia carne.

—Te tengo —el sol se inyecta en los ojos contrarios, calentando su cara. Por supuesto, eso debía ser por el pánico, ¿qué es más agobiante que la propia muerte, después de todo? Tulio Triviño no es nada aterrador, aunque lo haga sentir sin aire. —¿Estás bien?

No está bien.

Y no está cayendo.

Y no está sintiendo.

Y, definitivamente, no lo tiene.

Pero su cabeza asiente, yendo contra sus propios instintos, traicionando a su corazón.

—¿Necesitas qué-? —

—Cállate —pide, ocultándose en su pecho, excusándose ante el mundo de que es solo un tonto ebrio que acaba de tener un susto de muerte, no un pinchazo de emoción, de protección. —Solo vámonos.

No hay más preguntas, y Tulio, como si realmente supiera leerlo, acuna su cuerpo en silencio, brindándole la brisa de su respiración que le hace creer que tal vez, no está tan perdido.

Que quizás existe algún tipo de salvación incluso para sí.

Pero aún se rehúsa aceptarlo como un hecho, después de todo, las cosas buenas nunca han sido hechas para pertenecerle.

Historias TudoqueWhere stories live. Discover now