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Rafe

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Rafe

—¿Dónde vas?— escuché la impertinente voz de Rose justo cuando estaba bajando las escaleras de mi casa.

Ella se había colocado delante de la puerta principal y enseguida supe que eso no era buena señal, trataría de entrometerse en mi cosas, como siempre.

—A dar una vuelta— contesté—. ¿Has visto las llaves de mi coche?

Buscaba como un loco por los bolsillos de mi camisa y de mis pantalones, pero no estaban. También había registrado mi habitación de pies a cabeza, dejándola totalmente desordenada, y nada. Pensé que estarían en el mueble del recibidor, que las dejaría allí al entrar ayer por la noche después de estar esperando frente a casa de Oliver a que Elara saliera... Tampoco.

Una vez estuve frente a Rose, noté que su postura no era para nada agradable. Estaba de brazos cruzados y alzaba la cabeza con esa cierta superioridad que siempre me había irritado. Todavía no habíamos intercambiado ni dos palabras y la forma en la que me miraba ya me estaba poniendo de los nervios.

—¿Estas?— levantó su mano izquierda, de donde colgaban mis llaves del coche.

—Sí— respondí, estirando mi brazo para cogerlas.

Pero justo cuando lo iba a hacer, Rose las apartó de mi alcance.

—¿Qué mierda haces? ¡Dámelas!— le espeté, impacientándome y tratando de quitárselas de la mano.

Rose dio un paso atrás, poniendo distancia entre nosotros y escondiendo la mano que sostenía mis llaves tras su espalda, para impedir que pudiese llegar a ellas.
No entendía a qué venía todo ese numerito pero estaba haciéndome enfadar y no estaba de humor para aquello. La noche anterior, Elara había pasado demasiado tiempo en casa del otro idiota y mis emociones estaban al borde del colapso. Esa actitud por parte de Rose era lo último que me faltaba.

—¿Te estás tomando la medicación?— me preguntó de sopetón.

—No estoy para tonterías— me limité en contestar—. Dame las putas llaves.

—Rafe, tienes que entender que...

Su frase motivadora fue interrumpida por otro intento mío por zafarle las llaves de mi puto coche. Quise golpearle al no conseguirlo, pero en cambio, me limité a darle un puñetazo a la pared. Rose me miraba horrorizada y también sorprendida. Y yo perdía los papeles conforme pasaban los segundos.

—Has dejado la medicación— sentenció, mirando mi reacción desmesurada.

Desde que tenía aproximadamente diez años, Rose había estado intentando llevarme al psicólogo. Recuerdo haberle dicho una vez que quería matar a Sarah por haber roto mi consola por accidente. Rose y mi padre pensaron que era broma, una tontería que diría cualquier niño enfadado. Pero les pilló a ambos por sorpresa que esa misma tarde persiguiera a Sarah con un cuchillo por toda la casa y acabara haciéndole un corte superficial en el brazo. Mi padre trató de quitarle peso al asunto diciendo que seguramente eran problemas de ira, que era un niño y que con el tiempo todo aquello disminuiría. Rose creyó que había algo más. Y yo también. Porque había momentos en los que me encontraba fantaseando sobre clavarle ese mismo cuchillo a ciertas personas. Incluso a mis diecinueve años.

Limerencia || Rafe CameronWhere stories live. Discover now