Capítulo I

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Narcis 

El cielo se rompía o eso parecía. La tormenta había traído consigo granizo y los soldados nos encontrábamos resguardados en la frontera entre Argentina y Brasil, teníamos nuestras unidades escondidas. 

Habíamos llegado al mediodía y esperábamos que el tiempo mejorase para seguir nuestro camino y atacar a la Guerrilla Mapuche, un grupo armado que causaba actos de terrorismo en nombre de la antigua república. Se encontraban al oeste de nuestra base, teníamos un topo con ellos y sabíamos que estaban recibiendo financiamiento de Chile y que ayudaban a cruzar la frontera a comunistas y judíos, esto último lo sabíamos gracias a que habían capturado a dos personas la noche anterior a nuestra llegada, uno de ellos se quebró para intentar salvar la vida de su acompañante. Ambos trataban de huir, hubo un rumor que intentaron hacerlo con niños, bufé y solo pude decir:

— Pobres hijos de puta.

Los niños se han vuelto sagrados para nuestro país, nadie sale vivo de un asunto que tiene que ver con ellos. No hay piedad.

Hace unas horas escuchamos gritos, eran parecidos a los de un chancho cuando lo están matando, los estaban matando y no sería de manera rápida. He visto de cerca lo que somos capaces de hacer si tenemos la oportunidad, nos gusta aprovecharnos de alguien que está en una situación vulnerable. No son casos aislados, recuperamos la patria gracias al puño de hierro y la mantendremos así, es la única forma de mantener los valores que tanto nos costó recuperar.

 Recuerdo el golpe de estado y la guerra civil que casi se desata, recuerdo los rostros de las personas cuando empezaron a salir a las calles para ser inspeccionados luego de que levantamos el toque de queda, estaban aturdidos y aterrados ante el caos en las calles, la ciudad que conocían había desaparecido en un lapso muy corto de tiempo.

Estuve en Retiro, reuníamos a las personas en las plazas; yo estuve en la Plaza General San Martín. Mi trabajo era chequear identificaciones y señalar si la persona debía ir a los micros o podía regresar a su respectiva residencia. Tuve en mis manos el poder de decidir quién iba a vivir o morir. Era demasiado joven y estaba cegado por la causa, estoy seguro de que fui responsable de la muerte de miles. Mi asignación en ese momento era sencilla, las personas cuyo DNI que aparecieran en el sistema como judíos, falsos peronistas, socialistas, comunistas, extranjeros con antecedentes penales o cualquiera que representase un riesgo para el nuevo gobierno, serían dirigidos a tomar el micro que le llevaría al exilio o la muerte. Claro que en la zona de Retiro en la que yo estaba había chetos, gente que había votado por la derecha y no le interesaría nuestra política siempre que le beneficiase, pero eran demasiados los que eran judíos. 

En la plaza siguiente a la que yo estaba, todo era distinto pues cerca de esta había una villa y fue cuestión de tiempo para que se escucharan los disparos, teníamos la orden de no matar, pero los negros cabeza hicieron problema y mis camaradas no tardaron en quitárselos de encima. Aquella villa quedaba frente de uno de los hoteles más importantes de nuestro país, quedaba a nada de la Casa Rosada, frente a las estaciones de tren más importantes de nuestro país ¿Cómo pudieron permitir aquello? Aquellos montoneros fueron el inicio de una purga para restaurar nuestros espacios y el orden.



De vuelta a la frontera, yo me encontraba en mi catre acostado, tenía los ojos cerrados y solo podía pensar en volver a casa, fantaseaba en volver a mi cama y estar en un espacio donde finalmente me sintiera cómodo y conociera de memoria, así no tendría que seguir a nadie ni preguntar indicaciones. Uno de mis compañeros de cuarto abrió la puerta de golpe mientras estaba a punto de masturbarme para conciliar el sueño.

Pandemonium.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora