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Domingo

Me daba pena comer frente al pervertido porque no dejaba de mirarme, para cuando yo acabé de comer él ni siquiera había terminado con la mitad de su plato.

Así que cuando vio que me le quedé viendo, apresuró su paso.

Me había puesto un poco incómoda, generalmente no comía, y si lo hacía, siempre era sola, en casa. Quería llorar, no era como que fuera una cita, pero no quería que se burlara de mí.

Hoy sentía que realmente había disfrutado de mi Tuna Steak, pero seguramente me vi como una rubia tonta aborazada, hambreada y comelona, como dijo Milán en la primera cita. Según yo, había comido de la mejor manera posible, incluso no terminé mi plato, pero aún así, cuando íbamos hacia el estacionamiento había empezado a burlarse de mí y decir eso. Y, aunque me dio más risa que desmotivación –porque llegué a mi casa llorando de risa–, de todas formas se me quedó y no puedo evitar preguntarme si así me veo.

Una vez que terminó de comer, no sabíamos para dónde mirar. Así que dirigí mi vista a todo el lugar, lo apreciaba mientras rascaba mi nuca.

—¿Ya nos vamos de aquí o prefieres ir al bar? —Pregunté suavemente, temiendo que se enojara sin razón—

—No, está bien, creo que deberíamos ir a algún otro lugar. 

Salimos del restaurante y subimos al elevador para bajar al lobby.

—¿Quieres ir a Hulhulé? —Me miró de reojo—

—No creo que encontremos demasiado, está más abarcado por el aeropuerto. —Esperé a que saliera—

—¿Entonces quieres que sigamos explorando Malé? —Abrió las puertas por mí, y salimos—

—Sí, es tan hermoso, ¿no?

—La verdad si lo es. —Caminamos lentamente—

—Estoy muy agradecida con mi amiga por regalarme una experiencia así.

—Yo igual, aunque confieso que no creí que tendría que salir. —Me miró, sonriendo y cerrando un ojo para evitar que le calara el sol— Imaginaba que me iba a quedar en la habitación todo el tiempo.

—Ya lo creo.

—Pero no imaginaba que tendría una tarjeta de empleado, como la de los modelos a los que si les pagan.

—Bueno, yo no imaginaba que me tocaría como modelo el mismo chico que me picó el ojo con su trenza.

—Sí... lo siento por eso.

—No te preocupes, todavía no te perdono del todo, ya que nunca me había dolido tanto.

—Oye, lo siento, de verdad.

—Mmmh, veré, veré.

—Te compraré algo para comer de regreso, ¿qué es lo que quieres? —Me jaló de la muñeca para pasar del estacionamiento y caminar hacia donde habían algunas tiendas—

—Mmm, no creo que aquí vendan gomitas similares a las que venden en Los Angeles, ¿no?

—No lo sé... ¿Qué tal si nos empeñamos en buscar una gomitería y luego nos vamos a la playa? Quiero nadar.

Sex 24/7 ; Tom KaulitzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora