Primera noche.

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Bebe una pequeña copa de vino- le aconsejo  la septa, unos tres días antes de la boda. La idea del encamamiento le producía cierto asco y repulsión. Era bien sabido que la primera noche de bodas era un terror para las doncellas, después de todo, el matrimonio en poniente era una alianza politica. Claro, para la fe, era el máximo lazo de amor entre dos personas, bendecido con la aprobación de los siete. – El amor llega después, pequeña, siempre que cumplas con tus deberes para con tu marido.

-“El amor está reservado para la plebe, es el único lujo que ellos se pueden permitir”- Le había comentado su padre en una ocasión. Era una mentira. El había adorado a su madre.

Era bien sabido que Aegon el conquistador habia despistado a Rhaenys por amor cuando ya estaba comprometido con Visenya, en un extraño ritual valyrio que la fe aborrecía. Era bien sabido que Jahaerys amaba con devoción a su reina Alysanne y jamás tuvo alguna concubina.  

Alguna vez estuvo fascinada con los cuentos de amor. Pasiones prohibidas que culminaban con un final feliz. La realidad acabo por desilusionarla cuando se dio cuenta del juego que jugaba su padre con ella y el rey.  ¿Con que poder podría contrariarlo, si los deseos de una mujer no eran de vital importancia para nadie, incluso de si misma?

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el grito burlesco de los invitados pidiendo el encamamiento. Respiro hondo y lanzo una sonrisa incómoda

Un séquito de hombres se la llevó a ella primero. La despojaron de la túnica roja y negra que Viserys le había puesto durante la ceremonia. Entre comentarios obscenos y toqueteos leves, Alicent intento buscar a Rhaenyra con la mirada, pero la vio conversando con su guardia personal, Ser criston cole .

“Ella tambien tendrá que pasar por esto, pero es más valiente que yo. Viserys no permitirá tanta vulgaridad como conmigo. Puede que incluso elija a su esposo.”

Cuando la lanzaron a la cama, en los aposentos del rey, ya se encontraba desnuda y sonrojada. Tenía el cabello suelto. La tiara de reina consorte se la había guardado su padre, prometiendole que se la entregaría al día siguiente. Fue lo  segundo que le quitaron durante el encamamiento.

Viserys habia entrado a la habitación, tambaleando y desnudo.

-Mi esposa- Se acercó a ella y se recostó a su lado. -Te trataré bien, tranquila- Acaricio su rostro y empezó a besarla en los labios. Alicent se quedó muy quieta, cerro los ojos y respiraba jadeante, sintiéndose incómoda y obligándose a si misma que estaba cumpliendo con sus responsabilidades de recién casada.  

-No hay placer más grande para una mujer, que el dolor de parir a un hijo- Le comento la septa una noche- el placer carnal conlleva a la lujuria, y la lujuria es un pecado. Las mujeres encontramos otro tipo de felicidad, más allá de las carnales. Eso es para los hombres. El consumar el matrimonio a veces lleva a concebir a un primogénito, eso debería ser suficiente dicha para una. –

“Que se joda la septa y que se joda la fe” Habría dicho Rhaenyra ante semejante  conversación.

Viserys separo las piernas de su nueva esposa y alicent se endureció. “Oh, no…” “No puedo pensar en ella, no mientras, pasa esto…”

 

-Ordene que prepararan un cuarto para ti- Le dijo mientras le daba un beso en la frente. – Por si necesitarás tu espacio.

-Gracias, su majestad- respondio titubeando. – Regresaré en un momento- Tendria que dormir siempre con su esposo para evitar chismorreos que llegarán a los oídos de su padre.

En una silla  cercana a la cama, habia un camison blanco. Se lo puso y descalza, salió del lugar con delicadeza. Encontró a una doncella en el pasillo, quién la llevo a su aposento personal, un piso debajo de dónde venía. Le ordenó preparar un baño caliente y que la dejara sola un momento.

En cuanto la criada se fue, Alicent comenzó a llorar en silencio y con discreción, deseando con todas sus fuerzas correr al cuarto de su amiga y abrazarla toda la noche. ¿Rhaenyra sería comprensiva con ella? ¿La mandaría a volar?.

Una pequeña parte de ella deseaba simplemente besarla y cerrar bien la puerta de su alcoba.  Era un pensamiento muy pecaminoso. La fe condenada la homosexualidad. Pero esa pequeña parte de alicent ya estaba harta de no tener ningún tipo de libertad en su vida. Si los sentimientos de Rhaenyra hacia ella fueran mutuos, tan intensos y tiernos como los de ella, la habría estampado contra su cama y que los siete fueran a saber que pasaria.

Sintió el calor de la sangre y la semilla de Viserys entre sus piernas y lloro un poco más fuerte.

“No soy una niña, esto es lo que mi padre esperaba de mi. Lo peor ya pasó. ¿Qué más me puede ocurrir?

La balada del dragón y la reina.Where stories live. Discover now