8. El profesor de pociones

249 28 3
                                    

Luego de toda la conmoción, la ceremonia siguió, pues aún faltaban estudiantes por seleccionar.
Los mellizos Potter podían ver bien la mesa de los profesores. En el extremo más cercano estaba Hagrid, que los miró y levantó los pulgares. Los hermanos le sonrieron. Y allí, en el centro de la mesa, en una gran silla de oro, estaba sentado Albus Dumbledore. Harry lo reconoció de inmediato, por el cromo de las ranas de chocolate. El cabello plateado de Dumbledore era lo único que brillaba tanto como los fantasmas. Harry también vio al profesor Quirrell, el nervioso joven del Caldero Chorreante. Estaba muy extravagante, con un gran turbante púrpura.

Ya quedaban solamente tres alumnos para seleccionar. A Turpin, Lisa, le tocó Ravenclaw, y después le llegó el turno a Ron. Tenía una palidez verdosa y Harry intentó no soltar una carcajada mientras que Brenda se reía de manera despreocupada. Un segundo más tarde, el sombrero gritó: ¡GRYFFINDOR!

Los hermanos aplaudieron aunque un leve sabor amargo les llegó a sus bocas debido a que fue enviado a otra casa, Ron se desplomó en la silla más próxima de la mesa Gryffindor.

—Bien hecho, Ron, excelente —escucharon decir a Percy Weasley, mientras Zabini, Blaise, era seleccionado para Slytherin.

La profesora McGonagall enrolló el pergamino y se llevó el Sombrero Seleccionador.
Harry miró su plato de oro vacío. Acababa de darse cuenta de lo hambriento que estaba. Parecía que habían pasado siglos desde las empanadas de calabaza.
Albus Dumbledore se había puesto de pie. Miraba con expresión radiante a los alumnos, con los brazos muy abiertos, como si nada pudiera gustarle más que verlos allí.
—¡Bienvenidos! —dijo—. ¡Bienvenidos a un nuevo año en Hogwarts!
Antes de comenzar nuestro banquete, quiero deciros unas pocas palabras. Y aquí están, ¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias!
Volvió a sentarse. Todos aplaudieron y vitorearon.

Harry no sabía si reír o no.

—¿Está... un poquito loco, no? —preguntó Brenda con burla a Daemon.

—¿Loco? —dijo Daemon con displicencia—. ¡Es un genio! ¡El mejor mago del mundo! Eso dijo papá. Pero está un poco loco, sí. ¿Patatas, retrasados?

Los mellizos se quedaron boquiabiertos. Los platos que había frente a ellos de pronto estuvieron llenos de comida. Nunca había visto tantas cosas que le gustara comer sobre una mesa: carne asada, pollo asado, chuletas de cerdo y de cordero, salchichas, beicon y filetes, patatas cocidas, asadas y fritas, pudin de Yorkshire, guisantes, zanahorias, salsa de carne, kétchup y, por alguna extraña razón, caramelos de menta.
Los Dursley nunca habían matado de hambre a los hermanos, pero tampoco les habían permitido comer todo lo que querían. Dudley siempre se servía aquello que los hermanos más deseaban, aunque no le gustara.

Los hermanos llenaron sus platos con un poco de todo, salvo los caramelos de menta, y empezaron a comer. Todo estaba delicioso.

—¿Miren quién tenemos aquí? El famoso Harry Potter en Slytherin. — dijo un chico moreno, a quién reconocieon como Blaise Zabini.

Draco se unió a la conversación y recordó de forma burlona.
—¿Te perdiste, Potter? Gryffindor está al otro lado.

—No estoy perdido, Malfoy. He elegido Slytherin. —contestó Harry de forma calmada.

—¿En serio?, ¿Por qué harías eso?— preguntó Pansy Parkinson con desconfianza.

—Lo hizo por mi, ¿Algún problema con eso?— respondió Brenda con una sonrisa.

Theodore Nott se metió en la conversación mirando a los hermanos con curiosidad. —¿Entonces es verdad que son hermanos?.

—Si, y no vine aquí a causar problemas— respondió Harry.

𝕃𝕠𝕤 ℙ𝕠𝕥𝕥𝕖𝕣 𝕪 𝕝𝕒 𝕡𝕣𝕠𝕗𝕖𝕤í𝕒 𝕡𝕖𝕣𝕕𝕚𝕕𝕒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora