El joven Omega Park Jimin trabaja como institutor pero tiene otros proyectos para su vida los cuales no incluyen el matrimonio. sin embargo acontecimientos inesperados cambian sus planes drásticamente comprometiéndolo con el miembro más libertino de...
Cuatro poderosos corceles negros arrastraron a toda velocidad el carruaje de St. Jeon a Cambridgeshire. Apoyado en el hombro de Jungkook, Jimin contemplaba el paisaje que pasaba velozmente.
—He estado pensando...
—¡Oh! —Diablo Jeon apenas entreabrió los ojos lo suficiente para mirarlo.
—Tenemos que ofrecer un baile de gala tan pronto volvamos a la ciudad. Para despejar la impresión errónea que nos hemos preocupado en transmitir.
Él torció el gesto.
—Tendrás que invitar a Chillingworth, por supuesto.
—Supongo que es inevitable —respondió Jimin, y le dirigió una mirada de advertencia.
—Claro —Jungkook estudió sus facciones, iluminadas por un débil sol—. Por cierto, debo advertirte que, aunque ya era tarde, puede que anoche alguien me viera en el burdel.
El misterioso Jeon que visitaba el «palacio» había resultado ser Charles, la explicación de la madame había sido absolutamente convincente.
Jimin se encogió de hombros, altanero.
—Si a alguien se le ocurre mencionarme tu presencia allí, te aseguro que encontrará una acogida muy fría.
Diablo observó el gesto altivo de su esposo, con la barbilla levantada, y llegó a la conclusión de que ni el cotilla más descarado se atrevería a comentarle tal rumor; su omega estaba convirtiéndose rápidamente en un jefe de hogar tan intimidante como la duquesa madre.
—¿Sospechas que esta mañana había alguien vigilando en Paddington Green? —preguntó Jimin.
—Gabriel vió un tipo que se parecía a Smiggs, el nuevo secuaz de Charles.
—Entonces ¿hemos de considerar que Charles está al corriente de tu encuentro con Chillingworth?
—Parece razonable suponerlo. Ahora Procura descansar. —Diablo lo acomodó mejor contra su cuerpo. Al ver su mirada de desconcierto, añadió—: Mañana será un día agotador.
—No tengo sueño.
Apartó la mirada para no ver la mueca de exasperación de su marido. Al cabo de un momento, éste aventuro:
—Estaba pensando...
—¿Cuándo crees que aparecerá Charles?
Jungkook suspiró para sí.
—O lo hace esta noche —dijo—, y si es así acudirá a la casa y anunciará su presencia, o mañana, en algún momento, en cuyo caso quizás no se anuncie. —¿Cuándo iba Jimin a decírselo?—. Enviaré un par de criados a Cambridge para que nos avisen en el momento el que se presente.
—¿Crees qué tomara su camino de costumbre?
—No hay motivo para que tome otro. —Jungkook estudió su silueta y se detuvo en su barbilla, firme y resuelta—. A propósito: suceda lo que suceda, deberás tener presente una cosa, por encima de todo.
—¿Qué? —Jimin ladeó la cabeza y lo miró con un parpadeo.
—Obedecer mis órdenes sin rechistar. Y si yo no estoy, debes prometerme que harás lo que te diga Veleta sin causarle dolores de cabeza a cada indicación.
Jimin estudió sus ojos y volvió la mirada al frente.
—Está bien. Seguiré tus órdenes. Y las de Veleta en tu ausencia.
—Gracias. —Diablo lo atrajo hacia sí y rozó su cabello con los labios. Bajo su semblante confiado, se sentía profundamente inquieto. La necesidad de dejar que Charles actuara y, con ello, se delatará, de tener que seguirle la corriente y enfrentarse a él sin ningún plan establecido, ya era suficiente riesgo, pero que se viera comprometida la integridad de su omega empeoraba cien veces las cosas. Lo abrazó más fuerte y apoyó la mejilla en su cabeza—. Si queremos frustrar los designios de Charles, tendremos que colaborar, que confiar mutuamente y en veleta.
Jimin posó las manos sobre las de él, que rodeaban su talle, y murmuró:
—Confió en ti; colaboraré en todo.
Diablo cerró los ojos y rogó al cielo que él no sufriera ningún mal. Para alivio suyo, Jimin no tardó en adormilarse, acunado por el balanceo del carruaje bajo el débil sol que bañaba la campiña.
Despertó cuando el carruaje se detuvo ante la escalinata de La Finca. Con un bostezo medio contenido, dejó qué su marido lo depositara en el suelo.
—Webster salió a recibirlos.
—¿Ha tenido algún problema, su alteza?
—Ninguno. ¿Dónde está Veleta? — preguntó. Su primo había partido hacia el Cambridgeshire a la vez que ellos abandonaban Paddington Green; Webster y la señora Hull habían dejado Grosvernor Square con las primeras luces.
—Hay algún problema en el molino de Trotter's Field — respondió el mayordomo mientras ordenaba a los lacayos que se ocuparan del equipaje—. Su señoría, Veleta, estaba aquí cuando Kirby se presentó a informar de ello y ha ido a echar un vistazo.
Diablo intercambio una mirada con Jimin.
—Debería ir a ver. Está a unos campos de aquí, apenas. No tardaré.
—Ve y suéltale las riendas a ese demonio negro que tienes por caballo. Probablemente, ya habrá olfateado tu regreso y estarás piafando de impaciencia.
Jungkook soltó una risilla, le cogió la mano y depositó un beso en su muñeca.
—Volveré en menos de una hora.
Jimin lo vio alejarse a grandes pasos y, con un suspiro contenido, subió los peldaños de la casa. Una casa que ya era su hogar; lo notó tan pronto entró. Se despojó del sombrero y sonrió a la señora Hull, que pasaba con un jarrón de lirios en dirección al salón. Suspiró otra vez, profundamente, y notó que lo invadía una fuerza tranquila, la energía de generaciones de omegas Jeon.
Tomó el té en la salita trasera y luego, inquieto, recorrió las estancias de la planta baja, familiarizándose de nuevo con las vistas. Regresó al vestíbulo e hizo una pausa. Era demasiado temprano para cambiarse para la cena.
Dos minutos después subía los peldaños de acceso a la glorieta. Instalado en el canape de mimbre, contempló la imponente fachada que tanto lo había impresionado la primera vez. Con una sonrisa, recordó como lo había transportado Diablo en aquella ocasión. Pensar en su marido aumentó su inquietud, llevaba fuera casi una hora.
Abandonó la glorieta y se encaminó a los establos. Cuando entró al patio no vio a nadie, pero los establos nunca estaban desiertos. Los mozos de cuadra estarían fuera, pastoreando el preciado ganado del duque; los hombres maduros habrían ido, seguramente, a echar una mano en el molino estropeado. Melton, sin embargo, andaría escondido por algún rincón; sin nadie que lo interrumpiera, dedicó los cinco minutos siguientes a conversar con su yegua. Por fin, oyó ruido de cascos y levantó la cabeza. Con una sonrisa, dio de comer la última manzana seca a la yegua y, limpiándose las manos en los pantalones, desanduvo sus pasos hasta el portón de la cuadra y salió al patio.
Y se topó con un alfa. Con los ojos desorbitados y un grito helado en la garganta.
—Perdona, querido mío. No pretendía sobresaltarte.
Con una breve y humilde sonrisa, Charles dio un paso atrás, también.
—¡Oh...! —Jimin, con una mano sobre su corazón palpitante, no supo que decir. ¿Dónde estaba Diablo? ¿Y Veleta? ¿Dónde estaban los que debían explicarle el plan?
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