25; terrores nocturnos

399 23 5
                                    

Sinopsis: Gustabo le hizo conocedor de las consecuencias a Emilio, su incumplimiento solo fue demostración de lo que un hombre puede hacer por lo que ama.

Advertencias:

》Intenabo.

》 Tortura.

》Basado en el último capítulo (13), donde Gustabo y Gonzalito enfrentan por primera vez a Emilio.

Para Gustabo, si su opinión es relevante llegados a este punto, no advirtió ni amenazó a Emilio Escobilla. Para él fue solo una promesa, las consecuencias a las que se podría ver afectado si tomaba el camino que no debía para atrapar al superintendente en aquella búsqueda absurda de venganza. Gonzalito estuvo allí, apoyándole en todo lo que decía, siendo un hombre tajante y conciso que permitía racionalizar mejor con el otro hombre, sin embargo, este no alcanza a comprender la magnitud que supone proteger a Jack Conway. Si para su compañero todo aquello es una misión de la CIA, para el inspector García es mucho más.

-Emilio, eso no ha estado bien -tatareara observando a su compañero, quien se haya impaciente por acatar una de sus órdenes-. Te dije una cosa, ¿era tan difícil no hacerme caso en una pequeña y diminuta cosita?

Hace un suave gesto con su muñeca y Gonzalito deja caer un martillo en el meñique diestro del hombre atado, un alarido rompe el silencio al instante, desgarrador para quiénes no desean oírlo y demasiado placentero para el rubio, gozando cada segundo del mismo, saboreando las repercusiones que tiene todo aquel que no recibe y acata sus órdenes. Tan escasas como son, deberían ser respetadas sin ser cuestionadas en ningún momento.

-¡Tú pinche putita! -su aullido se ve entre cortado por jadeos, mirando fijamente al hombre frente a él-. ¡Éramos familia!

Una sonrisa se extiende por su rostro, cruel y sardónica, siendo irreconocible Gustabo García en ella. Su similitud con un depredador es asombrosa, haciendo que el estómago del torturado se contraiga aún más, tragando aterrorizado, viendo las intenciones del rubio en el destello de sus ojos. Por primera vez, desearía que ese hombre fuera remplazado por el mismísimo Jack Conway, ha sabiendas de que en ese caso tendría algún tipo de posibilidad.

-Como bien dices, éramos -se acerca a él, inclinándose un poco para que sus ojos queden a centímetros de distancia-. Lo tocaste y te advertí que no lo hicieras.

Al intentar hacer un nuevo gesto al otro policía, se ve interrumpido.

-¡No fui yo, ya te dije! -jamás pensó verse en aquella situación, pero ahí está, rogando por su vida-. Fueron unos nuevos del mecánico, fueron a por Conway sin avisar a nadie.

La risa del inspector ataja el aire espeso que ostenta aquel pequeño zulo, ríe sin gracia, casi mortal, como si la idea misma de la muerte fuera lo más gracioso para él, pareciendo ser la propia parca en persona, manifestándose con altivez decidido a tomar las vidas de todo aquel que vea conveniente; sin criterio alguno, sin reparar en el bien o el mal porque al fin de cuentas, eso jamás le ha interesado a la muerte.

-No me importa, debiste detenerlos, me da igual cómo -no hay margen de error en sus palabras, ni segundas oportunidades, la sentencia está dictada y ahora solo falta cobrar su deuda-. Jack Conway salió herido, intentaron secuestrarlo, soy desconocedor de cómo lo dejaron inconsciente, pero eso es aún peor. Te dije que al viejo lo dejaras en paz.

Hay pesadez en los ojos del moreno, casi derrotado, aceptando poco a poco su destino. Antes de permitirle responder o si quiera reflexionar, le hace un nuevo gesto a su cómplice. En este caso, el movimiento es diferente y lo observa inclinar la silla donde Emilio permanece retenido, ahuecando en su rostro un paño mojado mientras recoge un bidón de agua de sus pies.

Escuchando los quejidos débiles del hombre, Gustabo empieza a tatarear de nuevo, esta vez más claro.

-Por eso esperaba con la carita empapada -su voz es apenas un murmuro, siendo incapaz de ser captada por los otros dos sujetos-. A que llegaras con rosas, con mil rosas para mí.

Escucha una exhalación brusca, pero rápidamente la música retoma su ritmo.

-Porque ya sabes que me encantan esas cosas -camina con tranquilidad, dejándose llevar por el sonido ambiental-. Que no importa si es muy tonto, soy así.

Gonzalito le mira y el rubio le ordena que se detenga, ambos observando al jadeante hombre que tose e intenta tomar aire con demasiada ansia.

-¿Qué debería hacer contigo, Emilio?

-¡Pues máteme de una vez, hijueputa! ¿No es eso lo que quiere? Pues adelante, cobar...

La perorata es detenida con el estridente sonido del cañón de su pistola personal, recién sacada ante la falta de control. El grito consiguiente es desgarrador, arrullando y retorciéndose en su silla por la oleada de dolor causado en el impacto de la bala en su hombro derecho. Quedaban pocos dedos por triturar, ahora tocaban huesos a mayor escala.

-¿Ves lo que me obligas a hacer? -ataca casi herido, como si él estuviera obligado a aquella situación y sufriera más que cualquier otro.

No viene respuesta, solo jadeos intermitentes con diferentes profundidades y Gustabo se siente momentáneamente decepcionado, como si esperara más del hombre torturado, aguardando un poco más de fe en la resistencia del sujeto después de apenas cuarenta minutos de precalentamientos. Rompe la distancia una vez más y apoya su mano sobre el hombro herido, apretando con su pulgar el orificio de entrada, buscando la completa atención a sus palabras.

-No debiste permitirlo, Emilio, te lo advertí -sus ojos pétreos, sin emoción alguna y decididos-. Pero tocaste a lo único que me importaba, ahora debes hacerte cargo de las consecuencias.

Hay miedo en los ojos oscuros, aún así no suplica por su vida, no ruega ni se retuerce.

-¿Y mis hijos?

Teme por la vida de los que ama, como cualquier buen hombre. Desearía sentir compasión, pena, pero no parece manifestarse en su interior ningún tipo de arrepentimiento, solo ve a un hombre que debe pagar.

-Estarán bien, nos diste la información que deseábamos, soy un hombre de palabra.

-Por favor.

Cuídalos por mí.

Si bien sus sentimientos no florecen por un hombre como él, tampoco le arrebatan la humanidad que tiene y promete en silencio velar por el bien de aquellos niños; echarles un ojo e intentar que vayan por el buen camino, lo que jamás hicieron con él.

Corta el contacto visual y mira a su compañero.

-Adelante.

Da un paso hacia atrás y se aleja con lentitud de la escena.

-Y aún me parece mentira que se escape mi vida -retoma la canción una vez más mientras se acerca al lavabo andrajoso, dispuesta a lavar la sangre de sus manos-. Imaginando que vuelves a pasarte por aquí.

Todo aquello solo era el preludio a algo mucho mayor, dispuesto a derrumbar toda la ciudad -si llega el caso- para acabar con cada mafia que amenace con matar a Jack Conway. No está dispuesto a comer un error, si todos deben morir, así se hará.

-¿Tanto te importa ese hombre? -son las últimas palabras que escucha de Emilio, cortadas por un chapoteo espeso tras ser apuñalado. Gonzalito deseaba terminar con eso y él se lo permitió, no empezará ahora a cuestionar sus métodos.

-Donde los viernes cada tarde, como siempre -se seca las manos con rapidez y sale del cuarto diminuto, añorando el aire fresco-. La esperanza dice quieta, hoy quizás sí.

Siempre ha sido alguien solitario, dejado para sus relaciones y siempre pesimista de todo aquel que se acercara demasiado, nunca esperando nada de los demás. Sin embargo, aunque aquello sigue así, también ha sido un hombre leal hasta la médula y nada podrá cambiar la idea que tiene de Conway. Le prometió que ahí estaría para él y así será, hasta que el sol deje de brillar.

Intentaron arrebatarle algo importante más allá de todas sus obligaciones y deberes, siendo para el un hecho imperdonable. Gustabo García no da órdenes ni amenaza, solo es un hombre que desea proteger lo que le pertenece, sin importar las consecuencias. No es un hombre de palabra, es un hombre de acción.

Incansable; Intenaboحيث تعيش القصص. اكتشف الآن