1 Superación ❤️🥰

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Melbourne, Australia.

«La vida no es buena, ni mala. Eres tú quien le da el significado».

Las palabras de mi madre golpearon en el centro de mi pecho. Tragué saliva, me agaché, y coloqué las manos sobre mis rodillas. El sudor corría por mi cuello y espalda empapando mi camiseta blanca. El sol como un tirano sádico sin escrúpulos se apoyaba sobre mi cabeza y la presionaba. Estaba a punto de reventarla. Mi cuerpo ebullía. Me negaba a ingerir más líquido, de lo contrario, mi vejiga explotaría, pero lo deseaba. Me sentía transitar en medio de un desierto desolado.

Respiré el aire caliente, el oxígeno al parecer no lograba ingresar en mis pulmones cansados y asfixiados. Me limpié el sudor con la manga mojada de mi camiseta blanca que apenas se despegaba de mi cuerpo. Di saltos de un pie a otro, los pies hervían apoyados sobre el piso azul de la cancha de tenis. Era una locura, pero pensé que en algún momento se derretiría como el asfalto. Estreché mis ojos, por Dios, lo que daría por tener mis anteojos de sol en este momento. No usaba gorra, me molestaba en el momento en que realizaba mis saques. Era un sacrificio que debía hacer si quería una oportunidad en este juego.

Las alternativas no eran muchas. Rostizarme como un pollo al espiedo, o hacer un mal saque. Frente a mí, a unos metros más allá de la red, estaba mi adversario.

Su rostro y su cuerpo tenían una tonalidad rojiza, con seguridad las quemaduras de sol le jugarían una mala pasada cuando esto terminara. No había bloqueador solar que fuera adversario para los cuarenta y cinco grados que nos golpeaban sin contemplación.

«Mi amigo Ander».

Sí, Ander era mi mejor amigo, de hecho, era el único que tenía, el único que había tenido desde muy temprana edad. Ander se arregló su cabello largo y platinado. Estrechó los ojos, y se acomodó su gorra. Pensé en ese momento cuántas personas estarían aquí solo para deleitarse con su imagen, más allá de su talento descomunal. Ander era el hombre más bello del mundo, lo era, y no porque yo lo dijera. Todas las revistas de espectáculos coincidían en ese hecho. Yo lo admiraba, pero no por su cara bonita. Era el jugador número dos del tenis mundial. Estaba a varios peldaños, y puntos delante de mí. Muchos decían que nunca alcanzaría su nivel, al igual que el de Emmanuel Urich, el indiscutible número uno.

El indiscutible imbécil, víbora ponzoñosa, rastrero, que dominaba la escena del tenis. De más está decir que lo odio con todas mis fuerzas. No por sus dichos o acciones hacia mí si no por el constante asedio y acoso a mi amigo Ander.

«Que se joda».

Me concentré en mi adversario, uno al cual no me gustaba enfrentar porque lo quería demasiado, porque lo sentía como mi hermano. Continué moviéndome de un lado a otro, y esperé el saque poderoso de Ander. Los especialistas de este deporte coincidían en que mi amigo tenía una especie de misil en la mano, y no se equivocaban.

Era muy difícil que le arrebatara un punto cuando él tenía el servicio. Sostuve con mis dos manos la raqueta, el sudor me hacía sentir incómodo en cada músculo.

Odiaba la humedad y el calor excesivo. Australia parecía un sinónimo de todo aquello que detestaba. Era gracioso pensar que por mi cuerpo también corría sangre brasileña, y no solo rusa. Parecía un mal chiste, yo era un hombre gris, común y promedio. Más que común y más que promedio. Me lo decía muchas veces al día, lo corroboraba cada vez que me ponía frente a un espejo. No había nada exótico, ni bello en mí. . Tenía unos ojos entre miel y café verdoso que no eran feos, al igual que mi sonrisa, pero nada que llamara la atención de verdad. Era muy delgado, sin importar los ejercicios para mejorar la musculación. Era como si todos mis esfuerzos fueran insignificantes. Corría, iba al gimnasio todos los días, practicaba natación y no conseguía que mi cuerpo no pareciera el de un adolescente desnutrido.

No había nada maravilloso en mí, nada exultante. Nada que te dejara sin aliento. Nada como mi amigo Ander, o el imbécil de Emmanuel.

Ander dio un suspiro, tomó la bola con su mano izquierda y la lanzó hacia arriba. Sostuve la raqueta con más fuerza a la espera del impacto. Ander levantó su brazo derecho y dio de lleno en la bola con la raqueta. La pelota salió con una velocidad fulminante. Recibí con firmeza. El impacto movió mi raqueta, pero tuve la fuerza suficiente para devolver el golpe y que el impacto hiciera llegar la bola más allá de la red.

Ander corrió y devolvió, yo también lo hice. Ander me hacía ir de un lado de otro, esa era su técnica, y entonces comencé a imitarla. Pases largos y distanciados, mi rival corría y resbalaba cuando llegaba al sector opuesto de la cancha. La bola seguía en movimiento, golpeé de nuevo y me acerqué a la red para reducir espacios. Ander se mantuvo alejado, la pelota viajó con velocidad a dónde estaba. Ander dio un salto, y golpeó con fuerza. Di pasos hacia atrás, y alcancé la pelota. Salté, y tomé impulso.

«Este punto es mío».

Todos mis músculos se contrajeron cuando mi cuerpo saltó más allá de su límite. Mi camiseta blanca adherida a mí por el sudor por fin logró separarse de mi piel debido a mi elongación. Me estiré y alcancé la pelota. Mi raqueta golpeó con una fuerza que a mí mismo me sorprendió.

La pelota cruzó la red, Ander corrió, pero estaba muy lejos. Dio en la esquina derecha de la cancha. Un par de centímetros antes de la línea.

Grité, y levanté las manos, el público también gritó a la par mía. Había conseguido ese punto. Por primera vez en la historia, Ander perdía un punto siendo dueño del saque.

Ander insultó, y lanzó su raqueta al suelo. Siempre era de ese modo, no porque yo le hubiera quitado un punto, sino porque le enfermaba fallar. Las equivocaciones no estaban aceptadas en su estricto código de disciplina, y entrenamiento. Su entrenador tenía una regla muy particular, quizás pocas personas la entenderían, por lo que Ander hablaba poco de ello. Lo que sí tenía claro es que el dolor formaba parte de todo eso. Mi amigo sufría las equivocaciones, lloraba las derrotas como nadie en este mundo. Me pareció que era esa la razón por la cual casi nunca perdía. La derrota, en su mente, equivalía a muerte y desolación.

Lo lamenté por él, pero no me dejaría abatir. Este partido era mío. Así lo sentí desde que ingresé a la cancha, desde el instante en que empecé a sudar como cerdo.

El partido siguió, las carreras hacia un lado y otro iban y venían. Era una lucha contra el sol, la humedad, el rival, y contra mí mismo. Momentos en los que sentía que las piernas ya no me sostenían. Era común cuando llevabas tres horas corriendo como un loco, y mantenías tu cuerpo en tensión frente a lanzamientos formidables como los de Ander.

«Cinco a cuatro».

Miré el marcador, y maldije. Estaba un punto abajo, y la ventaja del set la tenía Ander. Me arremangué haciendo de mi camiseta una especie de remera sin mangas. El sol picaba en mis brazos, y piernas. Ardía en mi espalda que, a pesar de estar vestida, parecía desnuda. Los nudillos atenazados, los dedos fijos en la raqueta. Ander volvía a tener el servicio.

Me enfoqué en mi rival que, a esta altura, parecía borroso. Esperé su saque monstruoso. Me resistí a perder este set. Me resistí a la derrota. La vida no era buena, ni mala. Cerré los ojos, y respiré el aire caliente por enésima vez. Mi madre tenía razón, siempre la había tenido.

La pelota viajó hasta mí con velocidad meteórica. Recibí el impacto y devolví la bola hacia mi rival. Pasó por encima de la red, y otra vez lo hice correr al costado derecho. Esta vez, Ander llegó. Me moví hacia adelante para reducir su margen de acción. Ander hizo lo mismo. Fue un toque y toque a partir de ese instante. La ovación del público no se hizo esperar.

Retrocedí unos pasos, salté y di de lleno con mi raqueta. Ander corrió hacia atrás en su lado, se giró y arremetió una vez más. Volví a saltar con las fuerzas que me quedaban. Después de tres horas y un calor infernal todo parecía distinto. Gemí cuando apenas alcancé la bola verde flúor y atravesó la red para caer a unos centímetros de ella.

El público volvió a vibrar, y yo sonreí.

Este partido todavía no terminaba, y aun tenía oportunidad de ganarlo. 

Breakpoint - Bilogía Matchpoint libro 1 (+18)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ